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Valoraciones ortodoxas
E

l FMI tuvo la semana anterior su reunión de primavera. En ella se dieron a conocer documentos importantes que dan cuenta de la situación y perspectivas de la economía mundial, de la estabilidad financiera global y de otros aspectos. Además se reunieron sus comisiones de mayor relevancia, como el Comité Financiero y Monetario Internacional (IMFC) que preside Agustín Carstens, gobernador del Banco de México. El diagnóstico del FMI sobre los desarrollos recientes y las perspectivas indica que la recuperación global se ha debilitado aún más, en medio de crecientes turbulencias financieras. Por ello el FMI redujo de nuevo sus proyecciones de crecimiento esperado para este año.

A la reunión del IMFC le siguió una conferencia de prensa de Chistine Lagarde y Agustín Carstens. En ella se planteó que el FMI estaba en estado de alerta pero no de alarma, lo que indica que aunque la recuperación de la economía mundial es modesta, lo importante es que continúa. Sin embargo, la volatilidad financiera y la creciente aversión al riesgo plantean serias preguntas sobre el crecimiento a mediano plazo. Para el FMI y el IMFC lo deseable es que se actúe con un enfoque basado en tres acciones: reformas estructurales ambiciosas, política fiscal amigable con el crecimiento y políticas monetarias acomodaticias. Eso mismo han planteado desde hace mucho tiempo y no ha funcionado.

En particular, Carstens respondió a una pregunta sobre la situación argentina señalando que ese Comité recibió con beneplácito el tremendo progreso hecho por el gobierno argentino para terminar con un muy difícil periodo en sus relaciones con los mercados de capital. Advirtió que es muy importante que un país tan importante como Argentina ponga su casa en orden, porque eso contribuye a que haya mayor crecimiento y estabilidad en América Latina. La impertinencia de la declaración es obvia: juzgar un gobierno democráticamente electo que mejoró sustancialmente los niveles de bienestar de grupos amplios de la población argentina como desordenado no tiene ninguna justificación.

Pero Carstens persistió en su planteo al señalar que el gobierno de Macri tendrá que tomar medidas difíciles de digerir, pero que ello le permitirá establecer fundamentos sólidos que le conducirán a crecimientos sostenidos y estables. La experiencia mexicana de los años recientes en las que el propio Carstens ha jugado un papel relevante, como secretario de Hacienda en el gobierno de Calderón y luego como gobernador del Banco de México, no permite sostener que las medidas difíciles de tragar hayan llevado a crecimientos sostenidos y estables. Por el contrario hemos vivido crecimientos mediocres, porque se ha privilegiado el control de la inflación sobre el crecimiento del producto y del empleo.

La ortodoxia económica dominante no ha dejado de plantear que las llamadas reformas estructurales, que han reducido ostensiblemente la capacidad de los gobiernos para actuar en la economía, conducen a mejoras en las condiciones de vida de la población. En realidad, ha ocurrido que desde que se implantaron estas reformas orientadas al mercado se ha producido una exacerbación de la desigualdad del ingreso y la riqueza en prácticamente todos los países. Se ha documentado profusamente la manera en la que el uno por ciento más rico de las diversas naciones ha incrementado sensiblemente la proporción del ingreso del que se apropian.

Carstens repite la misma letanía. Lo que está haciendo el gobierno argentino actual beneficiará los estándares de vida de esa población. Sus valoraciones carecen de fundamento y reiteran lo que hemos escuchado desde hace años y seguimos escuchando. Lo cierto es que no basta con que lo repitan incesantemente. La realidad finalmente se impone demostrando que las reformas estructurales no han beneficiado a las poblaciones. Han beneficiado al uno por ciento más rico de la población. Lo ha hecho en México, en Estados Unidos, en Reino Unido y, sin ninguna duda, lo hará también en Argentina.