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Cervantes nuestra esperanza
E

s un retrato de cuerpo entero, firme de trazo y sobrio de colorido, el que nos legara la pluma de Cervantes al describir, para presentarlo al público, al ingenioso hidalgo de la Mancha Don Quijote.

Era un hidalgo de los de la lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo develarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entre semana se honraban con un vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la casa.

En vestir sin lujo y en comer sin regalo consume las tres cuartas partes de su hacienda, que no es mucha. Como es de su rúbrica, en nada se ocupa, ya que el trabajo es cosa de pecheros y villanos, y así, los ratos que estaba ocioso eran los más del año. Contra el hábito de los de su casta, gusta de las lecturas, si bien por instinto de señorío prefiere aquellos libros, los libros de caballería, en que se narran estupendas hazañas de grandes señores. Cervantes la invierte en buscar solaz a su espíritu, en el que se engendra un exaltado idealismo orgullo de la estirpe, aunque se resignen a vivir entre apremios y apuros de la miseria.

El ingenioso hidalgo sentó plaza en el ejército de Italia, formando parte en varios combates terrestres y marítimos, distinguiéndose notablemente en el famoso de Lepanto donde recibió el arcabuzazo que para siempre le dejó manco de la mano izquierda.

Al regresar a España en la galera Sol fue hecho prisionero por los moros y conducido á Argel, donde pasó cinco años mortales, sujeto á la más dura cautividad, hasta que rescatado, merced á los esfuerzos de su familia y de los Padres Redentoristas, pudo volver á su patria.

Compulsivo a la repetición es cobrador de contribuciones; la última de las cuales le origina disgustos varios y prisión en la cárcel de Argamasilla. Cárcel famosa en que, como él mismo dijo, toda incomodidad tiene su asiento y en la que concibió la idea de escribir su inmortal don Quijote, cuya primera parte vio la luz pública en Madrid, por los años de 1605 y al terminar la segunda parte muere el 23 de abril 1616, hace 400 años.

Cervantes encarcelado, perseguido toda la vida, como lo fue su padre, cabalga por la delirante, incomunicable, interminable montaña mexicana, en los lomos de Rocinante y es burla de los que lo miran. Montaña mexicana que ya delira y quiere cabalgar, a su vez, de tanto sentirse pisoteada y abrir nuevos caminos a la esperanza. Como lo hiciera Cervantes que salió a peregrinar en el crudo sol que ciega, en los campos españoles. Su espíritu se dejó ganar por esta dulce música silenciosa, ascetismo que le impregnaba suavemente el delirar la montaña mexicana (Indias) en los campos de Castilla y se inmortalizó.

Nada sabemos de este hidalgo cervantino que habla por el Quijote, ni de su infancia, ni de su juventud. Sólo un poco del paisaje de la llanura de trigales salpicada de amapolas y clavelinas. Nada de esa rugosa tierra que hace cerrar los ojos y de la que no quiere acordarse y se va por los caminos olvidados a soñar un lenguaje nuevo indescifrable, dulcineo. Golpeado, humillado entre el sueño y el delirio, una nueva escritura interna justiciera lo lleva a las Indias a partirse el alma en la incomunicable montaña mexicana, interminable, como lo es su Don Quijote de la Mancha.

La vida de Cervantes careció de esperanzas. Su fuerza creadora apareció al final de su vida en su novela inmortal El Quijote. Cautivo, perseguido, nuevamente encarcelado, le dio la vuelta al timón al integrar su miseria en una nueva escritura: Caminar, sólo tiempo, fluir de la espera fugacidad del instante… fueron sus personajes desolados y siniestros, pero… el ritmo, la musicalidad de su escribir es jugo, esperanza interminable como nuestras montañas… en compañía de su Sancho querido y la Dulcinea enloquecedora...