Opinión
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Trazos de genio
H

ace unos días buscaba el calor que se fue de nuestra ciudad y lo encontré en una carpeta de dibujos en la que Frederick Catherwood nos develó la vida infinita de la cultura maya. Pintó para preservar hasta nosotros su sueño colectivo. Tenía 40 años cuando se inició en el conocimiento del universo de los mayas. Había nacido en 1799 en Hoxton, suburbio de Londres y, desde 1821, visitó y dibujó las más importantes ciudades antiguas. Desde Jerusalén a Tebas, desde Roma hasta Karnak, todos los detalles pasaron por sus ojos.

En el mes de octubre de 1839, acompañado por John Lloyd Stephens, llegó a Copán, la más meridional de las ciudades del clásico maya. Allí Frederick Catherwood enuncia el problema de la fijación de la imagen como argucia para la fijación de la vida.

Antes de poder comprender las complejidades de la escultura maya y copiar con exactitud sus elementos, Catherwood realiza varios intentos donde la lucha constante entre la luz y la selva es manejada siempre para provecho en la precisión de los detalles. Así, hoy contamos con la historia que los mayas querían preservar para nosotros. El artista se constituyó en transmisor del mito. En la selva, el placer estético se hizo acompañar del ritmo armonioso de las relaciones históricas. Dibujar para salvar es la divisa. La escultura de los mayas nos habla de la relación del tiempo con los poderes de lo eterno. Todas las formas tienen significados de valor espiritual. Al comprenderlo así, Frederick Catherwood nos enseña que las estelas son un paisaje anclado en el alma de los mayas. La hazaña iniciada por Catherwood hace que las obras del pueblo maya conserven su frescura.

Recorriendo llanos y serranías, atravesando barrancas y pueblos, surcando ríos y espesa vegetación, llegaron Catherwood y Stephens a la ciudad que fue, durante muchos años, la puerta para entrar al mundo antiguo de los mayas. En Palenque manipuló la organización del espacio físico para ofrecernos una vista completa de la ciudad en el universo de dos planos del grabado. Quitó vegetación, movió montañas, acercó edificios, para que se pudiera apreciar, de un solo golpe, la majestuosidad de la ciudad.

En Palenque era tan grande y tan tupida la vegetación que durante el día tuvo que realizar su trabajo a la luz de velas y antorchas por la oscuridad producida por la selva que cubría los edificios. En la ciudad toda la creatividad escultórica de los mayas obró en fachadas de estuco, en muros, en frisos y en cresterías. Los recintos interiores fueron adornados con espléndidos tableros y lápidas de piedra con animadas formas humanas. En todo el arte palencano se armoniza prodigiosamente el universo y la historia grabados en escultura jeroglífica. Al tratar de descorrer el velo que cubre el enigma de la vida de los mayas Catherwood nos muestra que el mundo de esta cultura tiene una escala humana. Los edificios de la ciudad están hechos para engrandecer al hombre y sus relieves y esculturas para glorificarlo.

En la panorámica general de Uxmal Catherwood nos hace visible no sólo la presencia de la ciudad, sino también su vida. En esta región del mundo maya la vegetación cambia su signo. La selva se vuelve baja y espinosa y el agua es aquí escasa. Gracias a la exactitud del grabado, los arqueólogos han podido restaurar, integrando, entre otros elementos, los rostros de Chaac, dios de la lluvia. Todas las ideas se condensan en la obra de Catherwood para darle vida al ritmo arquitectónico. La eternidad, esa obsesión humana, parece estar aquí al alcance del tiempo.

En todo el universo mítico de los mayas la serpiente rige como signo de la eterna renovación de la vida. Catherwood nos describe la iconografía y pretende sólo anotar lo objetivamente observado; la memoria plástica y la memoria mítica se conservan gracias a su minucioso y hermoso trabajo. La compleja ornamentación de los frisos y la extraordinaria minuciosidad de los motivos que integran la decoración no podían haber encontrado a un interprete más fiel. El lenguaje arquitectónico y su expresión se desarrolla con una prístina claridad y con una perfecta proporción. En el mundo de los mayas el ser se manifiesta a través de una ideal geometría. A partir de ella se reciben y se preservan las huellas del espíritu.

Con sus trazos de genio Frederick Catherwood nos legó una obra preñada de respeto. En sus viajes soñó con aprender del origen de los habitantes americanos y de su civilización. Al dibujar Copán, Palenque, Uxmal, Chichén Itzá, Kabah, Labnah, Tulum e Izamal logró mucho más que eso.

Frederick Catherwood encontró los intersticios en los que se enlaza la relación del hombre con su espacio. Encontró lo que hay detrás del espejo de la imagen: la luz que le permite vivir a nuestros mitos, las sombras que permiten la continuidad de la vida.

Sus iconos, cargados de sentido, ayudaron a crear la idea y el sentimiento de nuestra diferencia y de nuestra peculiaridad en el mundo. Nos enseñaron el instante milenario en el que se desgrana la sabiduría del hombre maya, el grande hombre de la selva. Frederick Catherwood nos ayudó a mirar con orgullo la obra de hombres y mujeres de genio, anónimos, cuya gloria se grabó en la piedra. Frederick Catherwood murió en el mar. En cada ola que toca tierra maya nos vuelve a visitar.

Para Macarena, esperándola en su hogar

Twitter: @cesar_moheno