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Apollinaire en la Orangerie
U

na magnífica exposición tiene lugar en el museo parisiense de la Orangerie. Titulada Le regard du poète, esta presentación se consagra a Guillaume Apollinaire y, en especial, al periodo dedicado por el poeta a la crítica de arte, entre 1902 y 1918, año de su muerte, a los 38 años de edad. La selección de las obras exhibidas, que cubre un amplio abanico de cuadros, dibujos, libros, cartas, fotografías, obras de sus amigos como Picasso o Max Jacob y de él mismo, demuestra la importancia decisiva del poeta en la historia de la pintura moderna. Un crítico puede influenciar en la prensa o en el juego fluctuante de las estimaciones en el mercado del arte, pero en el caso de Apollinaire se trata de un fenómeno mucho más considerable.

El poeta es el autor central del movimiento que revolucionó la época: tuvo realmente, con su vida, su obra, sus amistades, su mirada y sus escritos, un papel creador y determinante. Confiado en su curiosidad insaciable y sus inspiradas intuiciones, es el primero en interesarse en el arte africano, ese arte negro que fascinará a Picasso. Es él quien pronuncia la palabra surrealismo, antes de que el joven André Breton se la apropie y le dé la repercusión mundial que se conoce. También él quien descubre el extraño genio del aduanero Rousseau y de tantos otros como Marie Laurecin, André Derain, Braque, Delaunay, Chirico.

En fin, durante los inicios del siglo XX, Apollinaire, fiel a su lema Je m’émerveille (Yo me maravillo) abre las puertas de un porvenir que esperaba radiante, futuro que soñó tan alegre como el mañana que canta, ese siglo tan ilusorio que muy pronto iba a revelarse el monstruoso generador de los peores desastres.

A la fin tu es las de ce monde ancien

(Al final estás cansado de este antiguo mundo)

El primer verso de Zone, el cual abre su libro de poemas Alcools, comienza por esta constatación: llegó el momento de decir adiós al pasado. Estás cansado de este mundo antiguo, escribe. Guglielmo Alberto Wladimiro Alexandro Apollinaire de Kostrowizky, sujeto polaco del imperio ruso, nació en Roma el 26 de agosto de 1880, de padre desconocido y de una madre que vivía en Roma de sus encantos y del juego. No poseyendo, pues, muchas razones para sentir apego al pasado, más vale mirar hacia el futuro. Toda su vida es una sucesión de hechos reunidos por una mano, en apariencia la del azar o, acaso, la del destino, que evocan más un collage cubista o el juego de cadáver exquisito surrealista que la biografía tradicional de un individuo cualquiera. Apollinaire, quinto apellido de su acta de nacimiento, estaba poseído por esa fuerza que, según él, puede sobrepasar el destino: el amor, o la poesía, inseparables en su espíritu, incluso si su poema más revelador se llama La chanson du Mal-Aimé (La canción del mal-amado).

… mon amour à la semblance
Du beau phénix s’il meurt un soir
Le matin voit sa renaissance

(…mi amor a semejanza/ del bello fénix muere un atardecer/el mañana lo ve renacer)

El amor es quizás imposible sobre la tierra desde que se cerraron las puertas del paraíso. No hay sin embargo sino el amor que valga la pena vivirse y merezca cantarse. Cuando muere, renace. Es la decisión del poeta, fénix que la muerte no alcanza.

En cuanto a la vida, es otra historia. Puede reservar sorpresas. Así, Apollinaire se ve internado un buen día en la prisión de la Santé durante una semana, acusado de complicidad en el robo de la Gioconda. Lo absurdo de la magistratura, de la sociedad y de su situación no lo desalienta y escribe un bellísimo poema titulado sobriamente A la Santé (A la Salud). Pase lo que pase no tiene importancia, yo me maravillo. Picasso, con quien intercambia cartas y dibujos de una franca obscenidad, dijo: Apollinaire no conoce nada de la pintura, pero conoce la verdadera. Es poeta.

Tal es el verdadero júbilo que ofrecer la exposición de la Orangerie, Le regard du poète.

A Juan Gelman, por nuestras amigables conversaciones