Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Otro jardín de las delicias
E

n el museo Carrillo Gil y merced a un convenio cultural con Bancomer el visitante joven puede recorrer ese recinto casi sin toparse con lo que solemos denominar obras de arte, designación errónea hoy día. Esta exposición tiene la virtud de mostrarnos los actos creativos de un conjunto de jóvenes que al parecer fueron sometidos a través de proyectos a un proceso de selección que redundó en las piezas que están a la vista.

De momento no puedo referirme en un sentido general a lo que implican, porque incluso la sección referida a Hieronymus Bosch, que es, como quien dice, el plato fuerte de la muestra y que ocupa el último nivel, todavía no cuenta con las condiciones técnicas necesarias para apreciarla a través de la totalidad de ejemplos que propone, que tienen que ver no sólo con su visualidad, sino en forma radical con su sonoridad y al día siguiente de la inauguración algunas piezas permanecieron mudas porque las baterías de las bocinas no fueron cargadas. Es decir, faltó tiempo no sólo de montaje, sino también de supervisión de los diferentes módulos, de modo que hay uno en el que el espectador acciona con las imágenes que no fue posible observar.

Mi comentario es que, por más que la curaduría haya tenido una idea clara de lo que podía exhibirse y cargó con la responsabilidad de llevarlo a cabo, los recursos del propio museo técnicamente no alcanzaron a lograr el cometido más que para funcionar la noche de la inauguración. Al día siguiente ya había fallas, y la muestra, debido a su título que trae a colación a uno de los monstruos sacratísimos de la historia del arte, antecedente directo no sólo del surrealismo, sino también del arte conceptual, se vio minado en su efectividad centrada en la que tal vea sea la más conocida y promovida de sus obras en el Museo del Prado.

El tríptico abre la exposición en fotografía tamaño natural y de allí van desprendiéndose tres rubros que lo integran: la creación, la vida en el mundo que trae consigo la reproducción de todos los males casi en espejo, como indica Vicente Rojo Cama a través de los 10 cilindros columnas, forrados con reproducciones que mediante un juego de espejos se multiplican virtualmente hasta el infinito. En la vastedad de la sala se escucha un sonido persistente, más bien agudo, que emite un gran disco negro ocultador de bocinas potente, ese sonido no tiene intervalos y domina sobre todos los demás. No es que se escuche propiamente hablando una algarabía de sonidos, sino que aun cuando uno se ponga los audífonos para distinguir los que corresponden a cada pieza, sonidos diseñados para ser autosuficientes excepto tal vez el piu lento que corresponde a una pieza de Satie que parte de su diagramación óptica y ocupa un espacio cerrado y acolchado como una cabina de sonido. Entendí esta propuesta mejor que otras, pues aunque la vi inactiva me la explicó con elocuencia el curador en jefe de la muestra y del museo, Guillermo Santamarina, el día de la inauguración y antes de la misma.

A la mañana siguiente, por fallas técnicas que no son imputables ni a la dirección del museo ni al equipo de trabajadores, sino a las condiciones y posibilidades del recinto que como es sabido cuenta con una de las mejores colecciones artísticas del arte mexicano del siglo XX. No hay exposición histórica en los museos mexicanos que no necesite obtener en préstamo obras del Carrillo Gil y existe amplia bibliografía al respecto, como el libro de la investigadora Ana Garduño o los dos tomos que hace tiempo dieron a conocer la colección más uno recién editado sobre Orozco, Siqueiros y Rivera.

Todas las piezas exhibidas ahora están dentro del terreno de las interdisciplinas. Desde mi punto de vista entre las más efectivas y factible está la Plaga, instalación que consta de mil 800 cucarachas elaboradas en cartón o papel que se encuentran dispuestas no en una sala sino en los muros que corresponden a las rampas, suben hasta el techo y proliferan sin cesar y si bien el futuro no es todavía de nadie las cucarachas aluden a un posible futuro, son realización de Eugenio Ampudia. No son sonoras, porque no están integradas a la muestra de Bosch; en esta hay una pieza que roba la atención por su concepto, su visibilidad y sobre todo su efectividad como fantasma, son un par de zapatos de tacón, rojos, que danzan sin cesar produciendo el sonido del taconeo en el suelo. Ya indagando uno ve que están sostenidos del techo con hilo náilon invisible accionados por unas poleas que los ordenan a través de un mecanismo computacional oculto.

Las mejores piezas obedecen a esa doble condición, son activadas técnicamente y funcionan simbólicamente mediante alguna referencia cultural, como el tríptico de pirámides que se cierra sobre sí mismo igual que el políptico original, obra del regiomontano Ernesto Walker, las estructuras, algo reminiscentes a la serranía de Monterrey, están totalmente perforadas con círculos que contienen bocinas que emiten sonidos formados por el cuarto y el séptimo grado de cada escala musical, suenan sutilmente distópicos e inestables.