Opinión
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69 Festival de Cannes
Resbalones a dúo

Cannes.

Y

a decía yo que la competencia no podría mantener su buena racha. Hoy ya empezaron los traspiés graves, con una película abucheada en su pase de prensa, la primera de este festival. Se trata de Personal Shopper, del francés Olivier Assayas, una historia de fantasmas que es, en sí, como un fantasma: etérea, susceptible de provocar burla, rechazo o miedo, aunque algunos afirman que existe.

Assayas es un realizador estimable, pero a veces le da por ponerse conceptual (ese fue el caso de su anterior tropezón en Cannes, Demonlover, de 2002). En esta ocasión, la película se centra en la gringa Maureen (Kristen Stewart), quien vive en París, dice poseer dotes de médium y trata de contactar a su hermano gemelo, muerto por una deformación cardiaca que ella comparte. Al mismo tiempo, se dedica a hacerle los mandados a una despótica ejecutiva. En largas –y tediosas– secuencias, alguien misterioso se comunica con Maureen mandándole mensajes a su celular. ¿Será su hermano? ¿El asesino de su jefa? Ya que a Assayas no le preocupa esclarecer su identidad, a nosotros tampoco.

Stewart sí tiene la presencia como para sostener sola a Personal Shopper, aunque el guion del propio Assayas no le hace segunda. Por ahí aparecen unos ectoplasmas de dudosa fabricación digital, sólo para prometer la película de horror que nunca se materializa. Hasta ahora ha sido la mayor decepción ofrecida por la sección competitiva.

El agotamiento creativo de Pedro Almodóvar se antoja más problemático. En su anterior Los amantes pasajeros (2013), intentó revivir en vano el tipo de comedia desparpajada que lo hizo famoso. Ahora en Julieta se ha basado en relatos de la canadiense Alice Munro para volver desganadamente al terreno del melodrama. Una mujer madrileña, el personaje epónimo (Emma Suárez), vive atribulada porque su hija Antia la abandonó sin dejar huella. Ella revive sus días de juventud (y es interpretada por Adriana Ugarte) cuando se enamora de Xoan (Daniel Grao), el padre de la chica.

No hay vitalidad en la historia ni en la puesta en escena. Todo se explica mediante los diálogos y el resultado se siente insustancial. A los incondicionales del cineasta manchego parece haberles complacido, porque hubo aplausos corteses al final de su proyección. Sin embargo, Julieta ya venía antecedida por la negativa reacción de la crítica española. Los únicos rasgos reconocibles de Almodóvar son algunos colores chillantes, la aparición breve de Rossy de Palma y la canción entonada por Chavela Vargas en los créditos finales.

La sola concursante latinoamericana, la brasileña Aquarius, vino a salvar el día. Segundo largometraje del otrora crítico Kleber Mendonça Filho, la historia gira en torno a Clara (Sonia Braga), una viuda sexagenaria, ex crítica de música, quien es la única habitante de un edificio costero de Recife. Ella se niega a abandonar su hogar, a pesar de la presión de una corrupta constructora que quiere demoler la propiedad para un proyecto más redituable.

Mendonça todavía muestra señas de primerizo y parece querer decirlo todo en un metraje de casi dos horas y media (la plaga de este festival). Aun así, su realización se beneficia de un genuino sentido de afecto familiar, por el cual amigos y parientes se solidarizan con la causa de Clara, una mujer de armas tomar. Desde luego, Aquarius es a la vez un homenaje a Braga, la Gran Dama del cine brasileño, cuya formidable actuación se siente como una fuerza de la naturaleza. (Ya muchos colegas la han candidateado al premio de mejor actuación femenina.) Ella domina la película, le imprime su personalidad y la dota de pasión y calor.

Mientras escribo esto, veo pasar por la calle comercial Rue d’Antibes una patrulla de cinco soldados camuflados y armados hasta los dientes. Son esas imágenes las que a uno le recuerdan el clima de miedo imperante en Europa.

Twitter: @walyder