21 de mayo de 2016     Número 104

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Testimonio

La mamá de todos: Marcela Lozada
(doña Marce)

Responsable de la Cocina y asistente en el Taller de Encuadernación de La Ceiba Gráfica


FOTOS: La Jornada del Campo

El 11 de noviembre de 2015 cumplí siete años de estar en La Ceiba Gráfica. Cuando llegué por primera vez, entré toda rara, con nervios. Siempre es así cuando llega una a un trabajo nuevo, a un trabajo que una no conoce. Al principio eran dos días por semana, venía martes y jueves a hacer el aseo, así estuve un tiempo, luego me subieron a tres días y luego toda la semana, y venía en plan de puro aseo. Después corrieron los rumores de que soy costurera, que sé coser, y es que desde la edad de 13 años yo cosía en casa. Me gusta coser ropa, mandiles, blusas, camisas, y si no tengo trabajo ajeno, busco hacer bolsas o lapiceras, lo que sea para vender. Y bueno, aquí se enteraron y me pidieron que hiciera mandiles, bolsas y cojines, que es lo que les he cosido ahora, y luego me capacitaron para el Taller de Encuadernación. Es algo que me gusta muchisísimo, quisiera estar todo el día cosiendo aquí en Encuadernación; no me aburre, es un trabajo que me relaja. El día en que estoy en Encuadernación, duermo de maravilla. En el primer curso que me dieron, hasta la presión me subió de los nervios. Siento que aquí aprendo cosas muy diferentes a lo mío. A mí me gusta mucho cocinar, lo he hecho en todos los trabajos que he estado, porque siempre he trabajado y he sacado adelante a mis hijos. He trabajado en casas, porque yo no estudié; desgraciadamente me quedé en segundo año de primaria. Le decía yo a uno de mis hijos: “no me siento mal porque no tengo una carrera, no sé escribir, no sé poner un recado bien, pero siento que he aprendido muchas cosas sin necesitar de estar en una escuela. Así es como he sobrevivido”.

Mi edad es de 51 años, me casé a los 16 y el primer hijo lo tuve a los 17. Tengo dos hijos casados, de 34 y 28 años, y otro más, un chiquillo de 21 años, que lo tengo en la carrera, estudia ingeniería, por él ando muy presionada con los gastos. Por ese chiquillo trabajo mucho. De La Ceiba salgo a las 2:00 de la tarde, tengo mi taller en mi casa, llego y me pongo a coser, porque tengo mucha clientela, de mis vecinos, que saben que coso y me llevan muchas costuras, y si no tengo costuras, también hago bolsas e invento hacer cosas y vendo. Mi hija mayor estaba en la preparatoria, se puso de novia y botó la escuela y decidió casarse; al final no se casó y se quedó un año sin hacer nada; después quiso ser estilista y gracias a Dios logré darle ese oficio, que para mí han sido estudios caros, porque una va al día. Ya lleva 13 años en la estética, de estilista. El hijo de en medio no quiso estudiar. Desde la primaria dio guerra, a empujones lo metimos a la secundaria y decía que los libros le daban asco. Que él no quería estudiar, que quería ser albañil, igual que mi esposo, que él no era para escuela. Sufrí mucho cuando botó la escuela, se quedó en segundo año de secundaria; le dije “no quiero que te quedes como yo, una analfabeta, una inútil”, pues así me consideraba yo, una inútil. Le pregunté si quería repetir lo mismo que yo, que no tengo estudios, y él me decía: “no mamá no te preocupes”, yo lloraba y él me decía “no te preocupes, te prometo que en un año soy buen albañil”. Tenía 14 años. Yo me consolaba, decía: “bueno, pues tiene un buen maestro, va a aprender mucho de mi esposo, que toda su vida ha sido albañil”. Y estoy muy orgullosa con ese hijo porque no tiene un estudio pero ya es un buen albañil, ya pone sus colados él solito, pone pisos, le sabe un poquito a la electricidad, es muy buen pintor y siento que en su trabajo lo afaman mucho, que quedan muy bien sus detalles. Entonces, me siento orgullosa, no tiene una carrera, pero tiene un buen oficio, un buen trabajo, un trabajo que vale, hay veces que lo tiene y a veces no.

Aquí en La Ceiba yo hago desayuno todos los días, y cuando hay grupos me piden comida y se las hago. Tenemos un fierrito que tocamos como campana cuando ya está el desayuno, y suben todos a la carrera. Por lo general aquí no comemos carnes, muy de vez en cuando les doy. Tenemos carnívoros y también vegetarianos, pero por lo regular los frijoles son de cajón, de la olla o fritos y… que los nopales, que los ejotes, que las acelgas, que el arroz… Hay una cooperación que ponen, de 30 pesos diarios, y les digo “¿quieren comer bien?, depende de la cooperación; si hay buena cooperación, a veces hay carne, si luego alguno no puede cooperar y dice hoy no coopero, coopero tal día o hasta el fin de semana, bueno, nos vamos a aplicar a lo que se tenga. Yo les digo “el desayuno es dependiendo de lo que tenga la cajita”. Saco el dinero y hago mis compras. Soy muy alcahueta. Por ejemplo cuando les hago tostadas, uno me dice: “doña Marce, mis tostadas sin aguacate”, pues aparte; otro muchacho: “mis tostadas sin jitomate”, aparte, y otro que no le gusta el queso, aparte. Ahí ando de alcahueta, a cada quien haciéndole sus cosas para que coman rico y coman bien. Soy muy preocupona, no quiero que nadie se quede sin desayunar. Si alguien no sube, le aparto su platito para que luego coma.

A don Per lo admiro, siempre he dicho que el día que él nos falte quién sabe qué va a pasar. También digo que quien se le pegue a don Per a trabajar, va a ser grandioso y exitoso. Es muy raro que ande yo atrás de don Per, pero como llevo yo aquí mucho tiempo, pues sí me doy cuenta de que es una persona muy trabajadora y estricta. Siempre le digo a mis hijos “es muy bonito cuando tienes al frente una persona estricta, porque te hace ser responsable”. Cuando yo entré aquí, las cosas no estaban como ahora. Sólo estaba la imprenta y el Taller de Grabado. Había unos lavaderos donde está el Taller de Tipografía. No estaba la Tienda. A mí me ha tocado ver todo lo que ha crecido. A veces sufro porque algunos residentes, los extranjeros, no hablan español. Al menos les tengo que decir: “te toca aseo de tu cuarto”, y tengo que buscar a personas que hablen inglés para que me traduzcan, y luego hay algunos que tardan un mes y empiezan a hablar el español. Dicen: “nos vamos a pegar a doña Marce y vamos a aprender a cocinar y el español”. Y unas chicas sí aprendieron. Me dicen que hablo hasta por los codos. Hablo mucho. Ahora, gracias a Dios, a pesar de que no tengo estudios; no tengo acento para hablar; no soy la persona indicada para hablar con una gente preparada porque quizá no tengo las palabras adecuadas, pues no tengo escuela, pero hasta ahora no he tenido problemas con ningún residente. Espero en Dios que nunca me pase algo así. Sí me preocupo cuando me dicen “va a llegar tal grupo: desayuno y comida”, sí me pongo nerviosa, quién sabe cómo serán, cómo me van a tratar, en el sentido de que me siento muy abajo, sin estudios, frente a una gente preparada. Ese es mi defecto, se los digo a mis hijos. Siento que a mí se me dificulta mucho y me da nervios tratar con la gente que viene. Gracias a Dios, siento que me he relacionado bien.

La comida no la hago picosa. Si preparo chilaquiles no los hago picosos porque no a todos les gusta así. De por sí mis guisados no pican, pero aparte hago tazones de picoso y no picoso para que sufran los que quieran. Mis platillos preferidos son los chilaquiles, los huevos en salsa de chile seco… esos son los mejores. Los extranjeros se han aplicado mucho a los alimentos de aquí. No me ha tocado ver una persona que diga: “no lo como porque no me gustó”. Preguntan qué es, qué ingredientes lleva, y lo comen muy rico, y lo que más me agrada y me siento satisfecha es que no se enferma la gente, porque esa es mi preocupación, que no se me vayan a enfermar o que digan que el grupo se enfermó por la comida. ¡Ay, Jesús, eso sí me da mucho miedo! Me gusta desinfectar muy bien. En las ensaladas todo desinfecto, pepino y todo para que no vaya a haber por allí que por alguna bacteria se enfermaron. No ha ocurrido eso, bendito Dios.

La gente aquí me ve como una señora de la cocina, y ha habido jóvenes en residencia que tienen sus cosas, sus problemas, y me platican. Con mis hijos afortunadamente me llevo muy bien. Creo que nunca me han visto como mamá, me ven como amiga. Traté de enseñarme con ellos, llevarme con ellos como amigos, para que no me vieran con miedo como mamá. Cuando estuvieron de novios me contaron sus cosas, ahora que están casados me comentan sus problemas y les doy consejos. Cuando se me acercan los muchachos aquí en La Ceiba los aconsejo. Me ven como una señora adulta y me tienen la confianza, y me gusta escucharlos y apapacharlos. Vivo en San Marcos de León, adelantito de Coatepec, estoy entre Xico y Coatepec. Allí llevo viviendo 36 años. Yo nací en un rancho más arriba de Xico, pero ya llevo un tiempo de casada y radico en San Marcos, ya soy de San Marcos.

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