Opinión
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Corazón ardiente
C

uando Wilson Pickett ingresó al Salón de la Fama del Rocanrol atravesó el umbral de la inmortalidad junto con los grandes: Lavern Baker, The Birds, Johny Lee Hooker, Jimmy Reed, Chester Burnett. Se iniciaba el año de 1991. La sesión estuvo cargada de pasión. Las voces, las guitarras y los metales del rythm & blues y del soul vibraron esa noche hasta que el sudor se confundió con todos los recuerdos.

Al salir del recinto, Pickett accedió a que se editara un doble disco en su homenaje. Allí mismo en la banqueta decidieron incluir I Found a Love, su primer gran éxito con The Falcons; Don’t Fight it, la que todos cantaban a mediados de los años 60; 634-57-89 (Soulsville, EU), que fue tomada por Ry Cooder para abrir su disco Borderline en 1980; incluir obviamente Land of 1000 Dances, que llegó al número uno en las listas de popularidad el 30 de julio de 1966.

Al llegar a su casa, Wilson Pickett sintió sobre su cuerpo los 50 años que habían pasado desde el 18 de marzo de 1941, cuando dio su primer grito apasionado en medio de campos de algodón en Prattville, pequeño pueblo campesino de Alabama. En ese momento decidió aceptar el contrato para tocar en Dublín. Nunca supo que, con ello, estaba decidiendo la suerte de uno de los grupos más grandes de soul: The Commitments.

Hoy Dublín es una ciudad de poco más de un millón de habitantes y en ella conviven mil 200 grupos de los más variados géneros del rock. En esta ciudad sagrada, donde existe un grupo de rock para cada 833 habitantes, una banda de subempleados dirigida por Jimmy Rabitte decide, a raíz de una reflexión, conciliar la sordidez y el sueño: Como nosotros somos irlandeses, nosotros somos los negros de Europa. Como nosotros somos dublineses, somos los negros de Irlanda. Como nosotros somos del norte de Dublín, nosotros somos los negros de Dublín. Por eso la música de los blancos no les interesa. Por eso deben hacer la música que llega a las entrañas, tocar la música del sexo. Por eso lo único que pueden tocar es el soul.

De allí nace The Commitments, los salvadores del soul. Los irlandeses que escucharon al Señor que les decía que sus congéneres necesitaban soul para alcanzar la salvación, los 12 apóstoles dublineses que se descubrieron orgullosamente negros. The Commitments, la banda que interpreta soul como quien interpreta las sagradas escrituras y donde los sacerdotes que rodean a Dios son Wilson Pickett, James Brown, Aretha Franklin, Ottis Reading.

The Commitments es una película de Alan Parker, realizada en 1991. En ella, Parker (creador de Pink Floyd-The Wall) apuesta a realizar una cinta sin ningún actor conocido entre sus 12 protagonistas: ocho jóvenes, un maduro trompetista y tres guapísimas mujeres; The Commitments. Logra así un gran fresco sobre Dublín y, sobre todo, una declaración de amor al soul.

The Commitments nos muestra cómo la generación nacida cuando ya estaban bien iniciados los 60 se está hartando de la música programada por sintetizadores. La música es de nuevo como una religión. Con sus ritos y sus sacerdotes. De allí que haya que regresar a lo básico, a sus orígenes, a su gente. De allí que para ser hoy diferentes hay que regresar al soul. Porque el ritmo del soul es como hacer el amor, es el ritmo del sexo, de la calle, es la música que entiende la gente. Claro que es básica y sencilla, pero es especial porque es sincera. No hay engaño. Te lo dice directo al corazón. Te lleva así a otro lado, lejos de la basura.

En medio de las calles destrozadas de Dublín se extravió Wilson Pickett después de su concierto, y no pudo llegar al bar donde tocaba The Commitments. Si hubiera llegado a tiempo hubiera escuchado, por encima de la discusión, el sonido comunal que mantiene con vida a los irlandeses. Hubiera escuchado el soul de Dublín. El alma que inventó los mitos por los que han podido vivir James Joyce y Sinnead O’Connor, Oscar Wilde y Bob Geldof, William B. Yeats y U2, las hermanas Brontë y The Chieftains, Seamus Heaney y Dolores O’Riordan. Sí, Dublín y el soul son puro corazón ardiente.

Twitter: @cesar_moheno