Opinión
Ver día anteriorViernes 27 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ataca oaxaqueña
L

os borrachos en la plaza del pueblo, las vendedoras de sandías, mangos, piñas, mameyes relucientes, perros ladrando al sol, tigres mordiendo rosas, caballos que corrían sin detenerse. Mientras, los árboles, rocas, llanuras y pequeños caseríos pasaban de lado como exhalación, antes de que Rufino Tamayo llegara a la ciudad de México y universalizara la sicología oaxaqueña. Nostalgia que le acompañó con sus alegres campos cubiertos de textura verde maguey y desiertos sin límites, donde por las noches se carbonizaba el sol, que nunca perdió, y fue su Dios.

Así como las telas, tintas y texturas eran la musicalidad de su pintura sensibilidad y magia, heredada de los zapotecas que lentamente se fue revelando en sus cuadros que expresaban el espíritu brujeril que brilló en sus lienzos, joyas de piedras de mil colores, acariciadas con el pincel descubridor de nuevos colores en rastreo del origen que le revelaba otra novedad de colores. Alegres fantasmas de formas caprichosas que se iluminaban de suaves resplandores casi imperceptibles, cortinas de gasa transparentes a la mirada curiosa deslumbrada por la luz.

Que decir de la rajada femenina en las medias lunas y las cortadas sandías rojas, muy rojas, por la que se adentró para cabalgar en la bóveda celeste con globos de colores chillones, que se confundían con las estrellas y el arco iris, del que sobresalía el rosa mexicano, conjunción del sol y la luna, el rojo fuego que todo lo consumía y extendía sus lenguas sin que supiese de dónde. Un nuevo sol volteaba encendido y articulaba espacios, espíritus, gentes, naturalezas de formas y colores caprichosos.

Búsqueda del origen con nuevas revelaciones, originalidad que fue musicalidad que no buscaba el poder, sólo el amor que integrara lo marginal con la riqueza, los profesores con el gobierno, lo provinciano con lo capitalino, la sensualidad con la ternura, el pecado con la virtud, los buenos modales con lo vulgar; el pelo engominado, con las cabelleras blondas; las llanuras con el desierto y que por su verdad, trascendieran en radiografía que tornó manifiestos los fragmentos latentes de una nacionalidad escindida que encubrió en sus cuadros; dolor insoportable que permanentemente lo desbordaba: la necesidad de idealizar para negar carencias promoviendo nuevas escisiones pasando de la omnipotencia a la degradación.

Iluminación del color que suaviza la cidra dura y cruel, agobiadora y desesperada de lo mexicano, nítidamente dibujada con gran sencillez; lucha entre sombras, resignada y callada, impenetrable y sin quejas. Tonos y ritmos de fiesta y juego que lo salvaban gracias a la perpetua fiebre por crear una pintura mexicana. Lenguaje, ritmo y melodía integrador de genes pecaminosos y puros que encontró en el movimiento campirano; danza, y gesticulación de nuestro caminar; girando, rozando, volando, zangoloteando al compás de la música de una marimba…

Las dos vidas que escindido vivió Rufino Tamayo entre su maternal Oaxaca, poliedro de luz tallada que tanto amó hasta quererse fundir con el rumor silencioso del aire, el repiquetear de campanas, el color del mercado, el sonido del resbalar de rosarios, y las campanas que sacudía como acólito en las misas matinales. La otra vida integrada entre sones de la ciudad, academias de arte, las luces, bailes de moda, el futbol, la prisa siempre la prisa, las exposiciones de pintura, conferencias, vida farandulera, frenos y ruido de cláxones, gritos de pregoneros, voceadores y merolicos cada uno con su tono propio y sentimiento especial, algunos intensos y otros casi invisibles igual a prolongadas vibraciones que flotaran por el espacio como largos sollozos.

Quietas las variaciones acerca de un tema y colores que se reúnen unos con otros, como se reúnen las ideas latentes de un sueño y ya reunidos forman un inmenso y doloroso poema en el que cada color canta su dolor disfrazado de júbilo, y todas juntas se integran –si es posible– por medio de movimientos que son ritmo sandía; pensamiento hierve fuego en el ser de ese mexicano común y corriente: Rufino Tamayo: esperanza Oaxaca: Toledo, Hernández