Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Gobernantes

E

n el reciente cuarto de siglo, el cambio de jefes de Estado en los países que forman parte del espacio postsoviético –a excepción de las tres repúblicas del Báltico; las últimas en ser incorporadas, las primeras en salirse, ya integradas en la Unión Europea–, casi siempre se origina en golpes palaciegos o revueltas populares, algunas con derramamiento de sangre, aunque también hay otros que optaron por instaurar una suerte de presidencias vitalicias o hereditarias o que aún tienen el mismo mandatario de la época socialista.

Como prototipos de relevos violentos están Armenia, Georgia, Kirguistán, Moldavia y Ucrania, donde periódicamente los jefes de Estado se ven forzados a dimitir o son depuestos y, en caso de haber elecciones, siempre hay protestas multitudinarias, antes o después de la votación.

En la segunda situación se trata de regímenes autoritarios, como Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajstán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, en los cuales se reprime el más mínimo signo de inconformidad en la sociedad, los adversarios políticos están en la cárcel o en el exilio, y, en algunos países, se estimula el culto a la personalidad del mandatario.

Ciertamente, Rusia no es una autocracia, pero mantiene una concentración absoluta del poder en un sola persona, el titular del Kremlin, mientras su círculo más cercano forja fortunas con las riquezas naturales del país, se persigue a los rivales políticos, se permite sólo una oposición moderada y las instituciones del Estado y la mayoría de los medios de comunicación carecen de independencia y están al servicio de la élite gobernante.

Es común a los dirigentes postsoviéticos la intención de perpetuarse en el poder, ya sea mediante reformas constitucionales, referendos, transferencia del cargo a hijos o enroques como el realizado en Rusia por el presidente Vladimir Putin con su leal subordinado Dimitri Medvediev, ahora primer ministro.

En Tayikistán, Emomali Rajmon aspira a convertirse en presidente vitalicio mediante una reforma constitucional que le permite reelegirse indefinidamente y reduce la edad para poder ser electo. Con ello evita lo que sucedió en Turkmenistán al morir el primer líder vitalicio de la antigua URSS, Separmurad Niyazov, cuyo cargo fue ocupado por Gurbangoly Berdymujamedov, quien ya prepara modificaciones constitucionales similares.

La corrupción endémica provoca las llamadas revoluciones de colores, en las cuales la oposición –sin duda– recibe decisivo apoyo foráneo, dependiendo de la importancia geopolítica que represente el país para la potencia que promueve la remoción del jefe de Estado.

En aras de conservar el poder, los gobernantes postsoviéticos no dudan en reprimir las protestas. Los casos más recientes se dieron en Kazajstán, cuyo gobierno utilizó la fuerza contra los descontentos, y en Kirguistán, donde el presidente, Almazbek Atambayev, ordenó encarcelar a los principales opositores para abortar un supuesto golpe de Estado.