Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

El rencuentro

P

edí el boleto del cine por Internet para ahorrarme tiempo y ahora resulta que si quiero un refresco tengo que hacer cola media hora –comenta Noemí, sin dirigirse a nadie en particular. El joven que va delante la mira por encima del hombro y vuelve a concentrarse en la pantalla de su celular.

Noemí se arrepiente de haber renunciado a uno de sus principios fundamentales: no ir al cine sin un acompañante. Hoy lo hizo porque necesitaba olvidarse de los números, la computadora que se le dificulta, los problemas domésticos. Escucha las carcajadas de una pareja que acaba de llegar. Los dos son muy jóvenes. Noemí los imagina, más tarde, comentando la película en alguna cafetería. Reconocer que los envidia nada más por eso la desconcierta. No quiere seguir pensándolo. Abre su bolsa y saca su celular. Quizá tenga un mensaje. Sí, es el que su madre le envió al mediodía pidiéndole que recoja sus lentes en la óptica. Lamenta haber consultado su correo y estar en el cine en vez de servir a su madre.

La lentitud con que avanza la fila la hace temer que entrará a la sala 2 cuando haya empezado la película. ¿Cuál? No lo recuerda ni le importa. Sólo quiere distraerse. De pronto ve a un hombre alto, vestido de negro, que la saluda desde lejos agitando la mano y va a su encuentro con expresión de felicidad:

–¡Qué sorpresa! Jamás imaginé que iba a encontrarte aquí, y menos haciendo cola en la dulcería. Me recuerdas cuando nos escapábamos de la escuela para ir a comprar a la tienda del Viudo. Su mujer era muy malgeniosa, pero hacía unas tortas riquísimas.

La perplejidad de Noemí no aminora el entusiasmo del recién llegado: –Estás igualita. Lo único distinto es que no llevas el uniforme, y ¡qué bueno! Era feísimo. Sólo a ti te quedaba bien.

Noemí agradece el cumplido y se dispone a aclarar la situación, pero el desconocido le arrebata la palabra: –No sabes cuánto he pensado en ti. Quise buscarte, pero ¿cómo? Perdí la pista de todos los compañeros. Sólo volví a ver a Eduardo. Lo visité en el hospital poco antes de que el pobre...

–¿Eduardo?

–Sí. Era de Tijuana. Llegó al grupo a mitad del año. Ahora me arrepiento de las bromas pesadas que le hacíamos. Luego él y yo nos volvimos inseparables. Fue mi confidente. Le hablaba mucho de ti. Hacíamos planes con la seguridad de que íbamos a realizarlos. Tal vez por eso pienso que aquella fue la mejor etapa de mi vida. –El hombre hace un guiño: –Algo tuviste que ver en eso. Me traías loco. Debí decírtelo, pero no me atreví, ni siquiera cuando a fin de año me regalaste tu escudo de la escuela. Siempre lo traigo en mi cartera. Te lo voy a mostrar.

El hombre se busca en el bolsillo del saco. Noemí da un paso hacia él y le habla en tono comedido:

–Siento mucho decírselo, pero no soy quien usted imagina. Si hubiéramos sido compañeros de escuela lo recordaría. Tengo buena memoria.

El hombre se estremece y deja de sonreír:

–Hubiera jurado que tú, perdón, usted era... Disculpe mi error, pero entiéndame. Siempre quise volver a encontrarme con esa persona y usted se le parece tanto... Cuando la vi formada pensé: Es ella, es mi día de suerte, pero ya veo que no.

–Debo irme. Me están esperando. –Noemí se aparta de la fila y se encamina de prisa hacia la sala 4.

II

Lo que temía: encuentra la película empezada. Procura concentrarse en la trama, pero no consigue olvidar al hombre que la abordó unos minutos antes. ¿Cómo pudo él confundirse tanto? ¿Habrá realmente alguien tan parecida a ella? De ser así, ¿dónde estará su doble? Tal vez buscándolo a él. Noemí trata de recordar si el desconocido mencionó en algún momento su nombre. No. Tampoco el de ella. Sólo el de Eduardo.

La emoción con que él le habló no merecía su intransigencia. Noemí piensa que debió seguirle la corriente. Para no romper su ilusión habría bastado con aceptarlo todo, darle un teléfono falso y pedirle que la llamara un día de estos para hacer una cita y conversar.

III

Noemí se confunde con los espectadores que se dirigen a la salida. Si alguno le preguntara qué película vio ella no podría decirlo. Todo el tiempo estuvo pensando en la extraña conversación con el hombre de negro. Se detiene cuando lo descubre en el pasillo y luego se apresura hacia él:

–Quiero disculparme. Cuando me hablaste estaba pensando en un asunto de trabajo y no puse atención en lo que decías... Pero es cierto que fuimos compañeros de escuela, el uniforme era horrendo y te regalé mi escudo. Me siento tan feliz de haberte...

El hombre la interrumpe: –Me apena decírselo, pero está equivocada: nunca antes nos habíamos visto. Y ahora, con su permiso...

Noemí lo ve salir a la calle y abordar un taxi que en segundos desaparece, y lo lamenta.