Opinión
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Los Who: para una teoría de la edad
C

on una puesta en escena deslumbrante y un sonido sin mácula en el Coliseo de Oakland, el gran jefe Quién cumple 71 años esta noche, recorridos a trompadas y la mucha inquietud de una existencia confesada en público. Peter Townshend, el acróbata de la guitarra y las exhibiciones pélvicas que a los 20 proclamó célebremente: espero morir antes de llegar a viejo. Quiere osadía interpretar My Generation medio siglo después.

Qué otra cosa pueden hacer los Who si trepan a un escenario sino tocar endemoniadamente bien porque aquí todos los conocemos y no nos pueden defraudar. Y hacen lo que haría un mago: ejecutar sus trucos a la perfección. Por oídas y por leídas había lugar para la duda. ¿Les iban a dar las voces a Townshend y Roger Daltrey? ¿Les alcanzaría el pellejo? Este 19 de mayo los Who se despachan un concierto de oldies que despeja las dudas. Sus voces, aunque endurecidas, no están de preocupar. Indulgentes consigo y ante un público de tres generaciones, los dos que quedan de cuatro Who repasan sus más famosas historias, es decir, las de Pete Townshend, tremendo en la lira, compositor, mente maestra del territorio Who desde el origen (1965). En paralelo, su rica obra solista ha sido extensión de una misma experiencia. Alguna vez sus compañeros lo acusaron de robarse sus propias canciones.

Hizo escuela en el rock inglés de los 60 y 70 narrando historias fascinantes, airadas, estrafalarias, atormentadas, operáticas, ocasionalmente líricas, rara vez románticas, con frecuencia crueles o patéticas, en estricta clave de rock y una dosis secreta de soul. Como los mods londinenses, su tribu originaria, los Who fueron desafiantes y alérgicos a la autoridad. A los toscos punk, que despreciaron el rock, la pendenciera dureza de los primeros Who les arrancaban lagrimitas de ternura.

Los dramas de cámara de Pete Townshend suelen ser autorreferenciales en lo simbólico, lo mediático, lo testimonial. Un álter ego tras otro, su súper ego se explaya en la banda misma, la generación, los jóvenes (hablando siempre de kids), los alienados, los abandonados. Muchachos en dificultades, hombres asediados por fantasmas interiores. Cantarlos y contarlo es su don. No siempre le fue bien. Ahora es sordo como Beethoven (Tommy, can you hear me?). Pero su locura funcionó, se parece a la sensatez. Pendenciero con estilo que devino filántropo, paga facturas físicas, síquicas y legales que lo acompañarán a la tumba como otro oblicuo tema musical y literario.

Aunque los Who celebran 50 años, el repertorio esta noche se detiene por ahí de 1982, luego de la muerte de Keith Moon, el vivaz baterista. La proyección sicodélica-de-era-digital comienza con un trip de fondo por los rostros de Moon y el bajista John Entwistle, también difunto. Colores, disolvencias, yuxtaposiciones en gran formato mientras arranca Who Are You en un estruendo de luz. La banda de acompañamiento resulta casi tan buena como los originarios. La guitarra rítmica, impecable, es del hermanito de Pete, 15 años menor y experto cómplice: Simon Townshend. El baterista Zack Starkey, hijo de Ringo Star, es un pulpo recio y su sofisticada combinación de ritmos no deja sentir la ausencia del gran Moon, el chamaco que nunca creció.

Del acto Who quedan los guitarrazos en aspas de Pete, el solo relampagueante de I Can See for Miles. A Daltrey, su micrófono en alto como antorcha. Esta noche las percusiones están para jalar una locomotora. Considerada la mejor banda en vivo del clásico y el posclásico, se autocelebra con tramos generosos y proyecciones apropiadas de Quadrophenia y Tommy, amplias versiones de Behind Blue Eyes y The Seeker, luces cegadoras (ellos con lente oscuro) para echarnos Baba O’Riley en cara: Vamos a juntarnos/antes de estar más viejos.

Estos Who, mayores de la tribu, encarnan la revancha de su Happy Jack (no incluida en el programa): “But they couldn’t stop Jack/or the waters lapping/And they couldn’t prevent Jack/from feeling happy”.