Opinión
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Muestra de la colección Mariana Cuevas en París
U

n autorretrato diario. Descubrir en el espejo y revelar en el dibujo el más imperceptible cambio en su rostro. José Luis Cuevas se fijó esta regla inviolable, cumplida incluso en momentos álgidos como pueden provocar enfermedad o delirio. Rescatar con su dibujo los instantes sucesivos del destino de los mortales. Intento desesperado, no de escapar al tiempo, sino de arrancar a sus fauces algunos jirones ensangrentados de su cotidiano festín plasmando con su trazo su traza. ¿Una voluntad de exorcizar el olvido con que se trata de negar la insoportable idea de la propia desaparición? Cuevas quiere recordarse cada mañana su futura, acaso inmediata, ausencia. Ocultamiento tras los velos de esa lejanía donde los seres se desvanecen. Diario del camino a la muerte.

A lo largo de su carrera artística, son contados, rarísimas excepciones, los retratos realizados por José Luis de otros rostros. Los de sus hijas, Mariana, Ximena y María José, son parte de esas rarezas.

Mariana dibujando, dibujo realizado en 1967 cuando su hija tenía seis años, abre la actual exposición José Luis Cuevas: obra gráfica, presentada en el Instituto de México en París. Único dibujo original de la muestra de una cincuentena de litografías, colección de Mariana Cuevas.

Desde 1962, un año después de su matrimonio con Bertha Riestra y del nacimiento de su primera hija, a 2000, cuando pierden, él, a su esposa, ellas, a su madre, José Luis y Bertha deciden constituir tres colecciones formadas con tres de cada serie de litografías realizadas por Cuevas, movidos por el amor y conscientes de preservar un legado artístico e intelectual que sus hijas sabrán amar y transmitir, dice Mariana.

La muestra de las obras escogidas en su colección presenta 48 años de creación de uno de los más grandes artistas de América Latina, del enfant terrible que osó desafiar el arte oficial del muralismo sin temer las represalias fulminantes de Rivera y Siqueiros, así como de su guardia roja. La exposición de la cincuentena de obras litográficas sigue un orden cronológico que muestra tanto los episodios de la historia familiar como las etapas de su evolución creativa.

“Cada grabado –señala Mariana Cuevas– evoca nuestras estancias en diferentes lugares del planeta: de San Francisco, de donde provienen las series Homage to Quevedo y Cuevas Comedies, a Los Ángeles, donde José Luis Cuevas ya había creado Recollections of Childhood y Cuevas Charenton, sus dos primeras series de litografías. La siguiente serie, La rue des mauvais garçons, lleva el nombre de una calle cercana al taller parisiense Clot, Bramsen et Georges. Las series Catalana Vasca, Madrileña y Andaluza atestiguan la obsesión del artista por diferentes temas de la cultura española, desde la tauromaquia hasta las hogueras o quemas de brujas, de la obra de Velásquez o Goya hasta el largo poema barroco Los sueños, de Luis de Góngora.”

Las litografías dejan también ver la importancia de algunos escritores en su obra, Dostoievski, Kafka, Sade, Baudelaire y otras obras leídas y aprendidas de memoria por Cuevas. La memoria de José Luis, al menos del José Luis que yo conocí y de quien fui amiga a partir de nuestro primer encuentro en 1966, era prodigiosa: capaz de recordar el colorido de mis vestidos a cada uno de nuestros encuentros, el decorado, la luminosidad de las horas entonces vividas, ya no se diga las palabras intercambiadas con el único fin de reírnos –¿acaso hay otro?

Su estancia en París nos unió aún más: amistad creciente con José Luis y Bertha. Imitador inimitable, platicar con Cuevas era conversar con muchas personas. No decía: tal dijo tal cosa, hablaba por su boca, cierto, no pocas veces poniendo al invocado en situaciones imaginarias pero que le iban con un guante así fueran crueles como su dibujo.

No sin razón, André Pieyre de Mandiargues dijo de la obra de Cuevas: Ningún artista, incluso Bosch, ha vuelto al horror más elegante.