Opinión
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La Medusa de Bellini
U

no de los muchos museos de Roma alberga una escultura escalofriante: la cabeza de la Medusa, obra de Gian Lorenzo Bellini (1630) que representa el mito griego que hablaba de una mujer cuya cabeza estaba poblada de serpientes, que convertía en piedra a todo aquél que la mirara. Cuando escucho a los numerosos quejosos de la democracia mexicana, cuando los leo y cuando veo cómo funcionan nuestras instituciones post-autoritarias, se me ocurre que para muchos la democracia ha evolucionado en un esperpento, en una maldición que castiga a quien se atreve a mirarla de frente. No quiero, ni creo que sea justo, asociar la democracia a Ayotzinapa, al comportamiento brutal del Ejército, a la bestialidad de las organizaciones de narcotraficantes, al compromiso condicionado de políticos y funcionarios con el desempeño adecuado de los mecanismos democráticos, a la incesante producción de jóvenes políticos –como gobernadores, diputados y senadores– que se pasean entre nosotros como lobos hambrientos de cargos públicos. Veo en este espectáculo un legado del régimen anterior, como poderosas serpientes que agobian –porque agobiada y angustiada se ve– la cabeza de la Medusa: muere una y nace otra, y envenena por igual a quien la combate y a quien la consecuenta, así como la corrupción intoxica a quien la practica y a quien la persigue.

No era así a finales del siglo pasado, cuando creímos que el desmantelamiento de la hegemonía del PRI había ocurrido, y era motivo de orgullo, al igual que la formación de un sistema multipartidista que era considerada la prueba de nuestra madurez política y el IFE la joya de la corona. Sin embargo, ahora muchos asocian la democracia con la diseminación de la violencia por amplias regiones del país, con la descarada corrupción de políticos y funcionarios igualmente desvergonzados de su propia incompetencia, y con el lamentable desempeño de la economía que no arranca pese a las así llamadas reformas estructurales con las que los funcionarios tan cumplidos con los dictados del modelo neoliberal, sólo lograron debilitar al Estado y fortalecer a elites tan narcisistas como irresponsables.

Al inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto se hablaba del momento mexicano, pero lo que parecía el fin de una larga transición de doce años, no fue más que flor de un día. Los peñistas, al igual que los gobiernos panistas, miraron de frente a la Medusa y quedaron convertidos en estatuas de piedra; lo mismo que le pasó a Ernesto Zedillo. El tal momento resultó ser menos que un instante. Muy pronto los sucesivos gobiernos tuvieron que aceptar las restricciones que ellos mismos habían generado con sus propias decisiones, y ninguno tuvo la vida más corta que el de Peña Nieto. Tanto así, que el sobreoptimismo de hace unos meses contrasta con el estado de ánimo que registran los comentaristas que hoy; en cambio, hablan de desaliento, desencanto, desilusión, mal humor y otros sustantivos que se refieren a la densa atmósfera negativa que se ha instalado en la opinión pública, resultado de la adversidad que no logramos vencer.

Hace años, cuando se inició con más firmeza la transición al multipartidismo, en 1989, hice un llamado a un cierto escepticismo cuando escribí que si la reforma política que llevó al IFE y abrió la puerta a la fundación del PRD resultaba como se había planeado, podríamos hablar de pluralismo en México; si las reformas fracasaban estaríamos en una desafortunada situación de fragmentación. El pluralismo parece hoy mucho más lejano que entonces, en cambio, la fragmentación es la realidad a la que nos enfrentamos cada mañana cuando leemos en el periódico las repetidas notas acerca de la insolencia de los partidos políticos en relación con el Estado, de las deudas exorbitantes contraídas por los gobernadores, de la impunidad de criminales crueles y de policías que traicionan su misión original, y en lugar de proteger al ciudadano lo agreden. ¿Dónde está la cohesión social? ¿Dónde está el sentido de dirección y de propósito que tendría que ofrecer el gobierno? ¿Dónde está la identidad compartida que derivábamos del Estado mexicano?

La Medusa que yo veo es la adversidad que se alimenta del veneno que produjeron los que nos decían que la combatían cuando privatizaban empresas, recortaban el gasto público en educación superior, permitían a Ricardo Salinas ocupar durante más de siete horas las pantallas de televisión de los mexicanos para hablar bien de sí mismo y mal del gobierno, y peor todavía del Estado. Las serpientes de la Medusa también representan a los mexicanos ricos que se niegan a pagar impuestos, a los funcionarios y a los políticos que se los roban, como nos han robado la fe en el futuro.