Opinión
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A la mañana siguiente
D

esde esta mañana de viernes es difícil no pensar en cómo será la del lunes. No es el caso de otros años. No, hoy el pueblo está frustrado, cansado de tanta porquería. El Presidente dice que se están haciendo carreteras, que entonces todo va bien. No es así, tanta insensibilidad atemoriza. Los indicios preocupantes son tantos y tan claros que es innecesario repasarlos.

En el ambiente hay una idea inconmovible sobre lo que ya no debería suceder, lo que ya no puede suceder. No puede ser que gane el PRI en Veracruz, sería un baño nacional de oprobio, una ofensa de esa dimensión; lo que debe haber es un juicio político al gobernador. No puede ser que el nobilísimo pueblo oaxaqueño vote mayoritariamente por un desconocido, el joven Murat. No sería creíble que alguien pudiera triunfar en Tamaulipas; lo urgente ahí sería demoler el estado y fundarlo otra vez, como en 1824.

En Puebla tampoco será, aunque gane esa elección el PAN, que su triunfo sea propiciatorio de las ambiciones de Moreno Valle; no será que Pepe Guadarrama, el multirreciclado de siempre, ganara en Hidalgo. Serán las elecciones más podridas por la índole de muchos candidatos y por las cantidades de dinero que pusieron a circular.

Y no debería ser, pero nada lo evita, que los constituyentes de Ciudad de México, en 40 por ciento caigan del cielo, y hasta con un poco de humor se pueda afirmar que no pocos de ellos se perderían en las calles del centro de la ciudad que van a definir. Hay entre ellos personas muy respetables, lo lamentable fue el método de su selección.

Lamentable fue poner la elección a disposición del antojo presidencial, al del señor Mancera y hacer una piñata para la repartición de cuotas en el Congreso. El promotor de esa idea hizo un daño histórico, olvidó la majestad que debe engalanar a los constituyentes y echó a andar una arrebatiña de poder, dinero e impunidad que fertiliza la corrupción.

Ganarán ciertos estados por elegir hombres dignos, Durango como ejemplo. Otros perderán por ambiciones personales de sus candidatos, tan estafadoras que simplemente no caben en el imaginario de la decencia. Personajes que paso que dan es paso que ha sido pensado en su beneficio y el de su gang. Por encima de eso tan serio puede decirse que aun lo que más cuenta es el impacto de la elección sobre el sistema de gobierno nacional. Esas particularidades son ciertas, pero el daño puede ir mucho más allá.

La generalidad e intensidad con que hoy se está dando el proceso es humillante, es desestimulante. Un analista político hace poco dijo en televisión: hay veces que es desesperante ser mexicano. Tiende uno a molestarse con expresiones así de ásperas, pero en su esencia, tal afirmación es una certeza. Puede no gustar, pero no se le puede refutar. Es racional desear que no suceda algo que deje una marca de incivilidad, pero el ambiente es francamente malo.

Como una conjunción de estrellas, los hechos aciagos se acoplaron estos últimos años, no hay que enlistarlos. Unos han sido, como dicen los japoneses, actos de dios. Otros fueron traspiés inexcusables de este gobierno; otros, no pocos, son males inerciales a los que se sigue atendiendo con mentalidad rutinaria, como el abatido sistema de salud, y así nos seguirá yendo.

Súmense a esos hechos los efectos del domingo sobre 2018. La libertad del presidente para la selección del candidato está ya cercada por Manlio. La fuerza de los éxitos y fracasos, por primera vez será del presidente del partido y no del de la República. Las gubernaturas que gane o pierda el PRI no romperán el empate, sólo lo agudizarán y Morena va mordiéndoles los talones. El domingo los dos presidentes ganarán o perderán y tienen que volver a echar las cartas.

Lo que sí sucederá es que el presidente del partido se liberará de la preeminencia de Peña. Ya no necesita fingir ser sólo su operador. Aquel pacto que hicieron para su nominación como diputado y a su actual situación ya caducó. El lunes habrá una realineación del futuro. Una vez el destino estuvo totalmente en manos del Presidente, hoy tendrá que negociar.

Lo que tampoco sucederá es que el Presidente aceptara que es un momento propicio para una sacudida. Su definición de gobierno, a ya casi cuatro años de su diseño, nunca operó. Es el momento de reconocer que optó ir por las viejas fórmulas, gobernar como emperador chino y que no resultó. Sus amigos no pudieron, aunque él no lo reconozca y los sostenga.

Un presidente débil no le es útil a nada, y Peña, a pesar de su teatralidad, ya está debilitado. El Presidente está asediado y necesita toda su fuerza. Su cronómetro estaría indicándole que es hora de revivir sus ideas, sus programas, su gobierno y personas pero no, eso tampoco sucederá.