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Ver día anteriorSábado 4 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El género contra el idioma
D

ejemos a un lado, por obvio, el derecho de todo el sexo femenino a una situación mejor, a no ser objeto de discriminación y a exigir equidad. No perdamos de vista que la urgencia de una vindicación también atañe, tal vez con mayor apremio, a otros sectores de la sociedad. Pero en el caso de la antaño definida liberación femenina, cabe reconocer que cuenta con partidarias que han perdido un tanto la brújula y, haciendo valer el poder de su alta clase social –que no de los derechos humanos de su género–, persiguen posiciones de poder con enorme voracidad.

La puja llega a niveles no sólo ridículos, sino hasta de una estulticia que se sustenta con la ignorancia. No hace mucho, Arturo Pérez Reverte, por caso, lanzó una feroz diatriba a una distinguida andaluza por las arremetidas de ésta en contra de la Real Academia Española, acusándola de preconizar un lenguaje que esconde a las mujeres.

Tal vez el ilustre novelista exageró las virtudes del cuerpo al que pertenece y del que cobra. Los mexicanos no podemos olvidar aquel famoso y voluminoso contradiccionario que se tituló Madre Academia, debido a Raúl Prieto, Nikito Nipongo, conocedor supremo del idioma que hablamos. En dicha obra hacía un recuento de las tarugadas del diccionario de la dicha academia.

Sin embargo, en mucho de lo que dice Pérez Reverte tiene razón. La lengua tiene una legislación y una estructura (una razón de ser) que no pueden ser violentadas así nomás para que parezcan femeninos ciertos sustantivos.

Ya se coló desde hace tiempo la feminización de presidente cambiando la e por la a. Mas para que las cosas fueran correctas, deberíamos de haber cambiado también el masculino: presidento…

Ahora acaban de decidir que el femenino de juez es jueza… Habrá que crear entonces la palabra juezo…

Cuando la señora Josefina Vázquez Mota pretendía ser presidenta de nuestro país, y mandaba la consigna a sus seguidoras de que si los maridos no votaban por ella les suspendieran el cuchicuchi, algún ingenioso lanzó aquel párrafo que empezaba más o menos así: “Desde que la señora era una estudianta adolescenta, ya estaba concienta de la problemática nacional, se convirtió en una aspiranta a ser su comandanta…”.

Una adecuada actualización daría lugar entonces, a palabras como estudianto, adolescento, consciento, aspiranto, comandanto, capatazo y capataza, locuazo y locuaza, neutralo y neutrala, internacionalo e internacionala, cónsulo y cónsula, etcétera.

Por otro lado, los defensores del sexo fuerte habrían de proceder a utilizar palabras como poeto, guaruro, para evitar confusiones y no se diga que se trata de saludar con sombrero ajeno. No de balde está apareciendo el uso de otro término peor y más desagradable aún: feminazi.

Bien podría decirse que se vale, por supuesto, la vindicación del género, máxime con un criterio de equidad social y no clasista, pero también aquello de que ni tanto que no alumbre al santo ni tanto que lo queme.

Me pregunto: ¿qué diría el gran Nikito Nipongo de tales perlas?

A Eugenia Meyer, mi querida amiga