Opinión
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Contingencia ambiental
E

l jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, expresó en París hace unos días que restringir la circulación de vehículos en la capital no da votos; la información da en qué pensar y evidencia contradicciones.

Mancera no es miembro de ningún partido, por tanto no debiera preocuparse por si una decisión tomada en ejercicio de sus funciones da votos o no; se gobierna para resolver problemas, atender y mejorar la vida de los gobernados y uno de los vicios más graves de nuestro sistema radica en que los gobernantes piensan primero en los sufragios y luego en sus responsabilidades.

Es del conocimiento público que él y su equipo operan como una de las varias tribus o facciones del PRD, y todos sabemos, porque así se trasluce, que en sus proyectos se avizora que si ese partido le falla, como es probable que suceda, tiene una opción B en el lado de los independientes, que como también se sabe, se arma desde el sistema ante el desprestigio de las organizaciones políticas que firmaron el llamado Pacto por México.

La credibilidad de los partidos y de los gobernantes va en un tobogán que desciende vertiginosamente, debido a quienes tienen el poder y quieren conservarlo. Empezaron por comprar votos de ciudadanos particulares, especialmente de los más pobres; los adquirían a cambio de una pequeña dádiva, por algún beneficio futuro, con un poco de dinero en una tarjeta de crédito o con un tinaco, láminas para la construcción o cualquier otra cosa que resolviera momentáneamente la necesidad económica del votante.

Entrenados en esa mala práctica, aprendieron a comprar también votos de los legisladores. A ellos les ofrecían algo más: viajes al extranjero, sobresueldos por cargos reales o ficticios y, a los menos escrupulosos, dinero en efectivo.

El siguiente paso fue comprar partidos completos; algunos que ya existían de forma independiente y que vendieron su primogenitura por el plato de lentejas de quedar en el presupuesto, aceptar canonjías, derecho de picaporte, negocios, moches y disimulo para los negocios privados de sus dirigentes.

Sin embargo, ante el crecimiento de oposiciones diversas, una de ellas encarnada en un nuevo partido político, que no se ha dejado comprar, y otras que se han expresado en diversos movimientos sociales, sindicales, vecinales o de defensa del medio ambiente, entre las cuales quienes más se han distinguido y con mayor enjundia y convicción se han manifestado, son los maestros. El sistema urdió una nueva forma de mantener el control a pesar del desprestigio de sus partidos adictos e inventó a los candidatos independientes.

El jefe de Gobierno encontró en esta nueva forma de hacer política y mantener el control, una posibilidad de supervivencia política y una esperanza para sus aspiraciones que le cultivaron con cuidado; por eso piensa en votos cuando debiera reflexionar sobre niveles de contaminación, en programas eficaces para detenerla y en solucionar otros muchos problemas de la ciudad que gobierna.

Quizá no se percate de que la contaminación se ha incrementado, como muchos lo han dicho, por las medidas equivocadas que ha tomado; una de ellas fue el nuevo Reglamento de Tránsito, que además de ser recaudatorio, obliga a los automovilistas a disminuir la velocidad en vías rápidas, lo que aumenta las emisiones de gases nocivos.

Hay mucho más: los vecinos de la urbe lo percibimos, las grúas que mueven a los vehículos mal estacionados no resuelven en la mayoría de los casos problemas de vialidad, sino cumplen cuotas que sus superiores les imponen; las reducciones de carriles, los macetones, los tubos negros y amarillos que disminuyen el área de circulación, las arañas, todo ha contribuido para entorpecer, para complicarlo, no para agilizar el tránsito. Esto produce más contaminación.

Un buen gobernante debe olvidarse de los votos, le distraen; en este asunto, su deber es idear soluciones para el problema de la contaminación.