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Muhammad Alí
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o es necesario que a uno le guste el boxeo, no es necesario saber las reglas o cuáles son los principales golpes: un jab, un gancho al hígado o a la mandíbula, un lateral; tampoco tienen que conocerse las muchas marrullerías que se cometen en el cuadrilátero. Nada de esto impide reconocer y recordar la enorme personalidad y la calidad de peleador de Muhammad Alí, quien nació y comenzó a boxear llamándose Cassius Clay.

Como boxeador fue excepcional, una verdadera estrella. En febrero de 1964, a los 22 años, fue campeón mundial de los pesos pesados, derrotando al imponente y mal encarado Sonny Liston en siete asaltos. La revancha, en mayo de 1965, fue memorable y muy discutida. La pelea duró apenas dos minutos y se habló de un golpe fantasma y de que Liston se había dejado caer y noquear, pues lo habían amenazado. Quien llegó unos minutos tarde a la arena de Lewiston o encendió con retraso el televisor se perdió de todo el barullo. Quien lo vio no puede olvidar esa noche.

Clay, quien entre ambas peleas se convirtió al islam y se cambió el nombre a Alí, se volvió el personaje indiscutible de este deporte. Y también figura controvertida y, eso sí, nunca aburrida. Amenazaba a sus contrincantes y los provocaba en los prolegómenos de las peleas. Era rudo y, a veces, sucio en el combate. Prácticamente se burló de Floyd Patterson en 1965, con quien pareció juguetear y llevó de un lado al otro durante 12 asaltos, antes de que pararan la pelea y decretaran un nocaut técnico. Castigó en demasía a Ernie Terrell en Houston, en 1967, luego de que aquél insistía en llamarlo Clay, nombre al que renunció por considerarlo de esclavo. Un comentarista escribió que había sido una extraordinaria demostración de habilidad boxística y un bárbaro alarde de crueldad. Alí estaba en su apogeo.

En marzo de 1967, una vez más, Alí aparecía en las noticias. Se le retiró el título de campeón cuando se negó a alistarse en el ejército y recibió una sentencia de cinco años de prisión. Pero los recursos legales prosiguieron con él en libertad, hasta que en 1971 la Suprema Corte anuló la sentencia.

El argumento de Alí para no alistarse era: “No tengo ninguna disputa con el Vietcong. Mi conciencia no me permite ir y disparar a mi hermano, o a alguien más oscuro que yo, o a pobre gente hambrienta en nombre de la poderosa América. Y dispararles, ¿por qué? Ellos nunca me han llamado negro (nigger), nunca me han linchado, no me han echado a los perros ni me han robado mi nacionalidad, violado o matado a mi madre y mi padre… ¿Cómo puedo disparar a esa pobre gente? Sólo llévenme a la cárcel”.

Durante los años en que estuvo proscrito del boxeo Alí se volvió referencia política, tanto en la cuestión antibélica como de la población afroamericana en su país.

En marzo de 1971, una vez restituida su licencia, Alí consiguió enfrentar a Joe Frazier por el título de los pesos pesados en la llamada pelea del siglo. Siguiendo su estilo, Alí azuzó a Frazier y en la pelea fue golpeado duramente. Al final se decretó la derrota de Alí por decisión unánime, la primera de su carrera profesional.

Para muchos uno de los combates más sobresalientes fue contra el campeón George Foreman en Kinshasa, Zaire, a finales de octubre de 1974. Alí tenía entonces 32 años y su contrincante estaba en plena forma; no era el favorito. Pero como era su costumbre, exudaba confianza y dijo que si el mundo se había sorprendido con la renuncia de Nixon un par de meses antes habría que ver cómo golpearía el trasero de Foreman. Esto era parte de uno de los famosos poemas de Alí que terminaba diciendo: Flota como una mariposa, pica como una abeja; su mano no puede golpear lo que sus ojos no ven; ahora me ven, ahora ya no. Y parecía en verdad una gigante bailarina de ballet danzando por todo el ring, retando a su oponente con la guardia abajo. Todo mundo sabía esta rima luego de la pelea en Zaire.

Alí usó una técnica para cansar y desconcertar al campeón que se conoce en inglés como rope-a-dope. Se recargaba contra las cuerdas ante los embates de Foreman. Con eso, las mismas cuerdas absorbían parte de la fuerza de los golpes aminorando el castigo en su cuerpo. Mientras que parecía que Alí no resistiría más, invitaba al otro a seguir golpeándolo en espera de que cometiera un error y contraatacar de manera decisiva. En el octavo asalto Alí propinó una combinación de golpes a Foreman y lo noqueó, recuperando el campeonato.

Esta pelea dio lugar a un célebre libro de Norman Mailer, quien viajó a Kinshasa para presenciarla. El título no puede ser más elocuente: La pelea. El inicio es, quizá, una de las más gloriosas descripciones de Muhammad Alí y de lo que representaba en la cultura estadunidense. Escribió Mailer: “El entonces atleta más grande de la historia está en peligro de ser el hombre más hermoso… Las mujeres exhalaban un aliento audible. Los hombres miraban hacia abajo. Les recuerda una vez más su falta de mérito. Si Alí nunca abriera la boca para agitar a la opinión pública, aun así inspiraría amor y odio. Pues él es el príncipe de los cielos –eso dice el silencio en torno de su cuerpo cuando él es luminoso”.