Opinión
Ver día anteriorViernes 10 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un espectro inconfundible

Quedan los espectros verdad de lo vivido y padecido queda un sabor casi vacío el tiempo olvido compartido

Octavio Paz

L

a caverna más oscura en que suena la vida, la cambio por el espíritu relumbrante de Rafael Rodríguez El Pana. Su espectro llegó a la plaza de toros de Madrid en medio de sepulcral silencio e hizo el paseíllo destilando personalidad: paso lento, arrastrando pies y saboreando un puro en la rumbosa feria de San Isidro, en cartel postinero. Nada de lágrimas ni dramas ni lutos. Guapas mujeres olor a fruto maduro, a membrillo rojo, sabor a carne fresca, rumor de calores en seda sonora, que ardían en los senos madera, mientras cantaban los gorriones alegrías. Hasta fundirse melancólicamente ayes y besos, cantes de amor y llanto, lamentos y saetas, nanas y martinetes. Coplas de gemidos dolorosos, desolación infinita. Ausencia que fue presencia, ternura, más, mucho más, que pasión.

Fantasía panista de estar en la feria de San Isidro a la que nunca llegó en vida. Chispa y duende oculto que precipitó las faenas de ensueño en el espacio invisible a toros con cinco años. Collar de pases, improvisados, pases naturales y el de pecho. Faena precisa, preciosa y medida al compás de oles dentro del escenario multicolor del ambiente del coso madrileño. Ondas de círculo breve, infinitas, enlazaban unos pases a otros a su vida-muerte. Acercamiento a la concreción del paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida. Belleza incomparable, revividora de la escena olvidada: la fiesta del recuerdo que fue su vida, rematada a la salida a hombros por la puerta grande a los gritos de torero.

Estremecimientos innombrables, jolgorio subterráneo del clic del torero, público y toro. Espacios inimaginables, perdidos en la inmensidad eterna del redondel. ¡Aire que lleva aire! Capote de seda, promotor de murmullos, vueltos clamor y terminada por la afición en el ole estentóreo español, cargado en la o, a diferencia del mexicano cargado en la é. Alucinación tlaxcalteca, rumor acompasado y uniforme, corriente de río caudaloso que arrastraba a toro, torero y aficionados, girando alrededor de pases enlazados. Coros de oles, danza, cante y tragedia, sensación interior de cuerpo relajado, fondo sombrío de ondas, entre rumores antiguos.

Espectro inesperado, revelador de extrañas exaltaciones, envidias comprensibles que lo marginaron. Especie de vértigos y zumbido de oídos en despedida que se volvía fiesta torera alrededor del mujerío que anheló siempre. Ondas de suave canto. Tragedia humana, tejido ondulado que temblara en la plaza de la calle Alcalá.