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Aprender a morir

Fue su corazón

C

omparto con los lectores algunas opiniones relacionadas con la columna “Pregúntenle a El Pana” (La Jornada, 16/5/16) tras el deceso de este torero, ocurrido en Guadalajara el pasado 2 de junio. Omito, por respeto a la inteligencia, los envenenados puntos de vista de ciertos antitaurinos que celebraron que ahora pague por las muertes ocasionadas a tantos toros, pues como argumentó una partidaria de ese espectáculo: Si te compadeces por un toro en el ruedo, ¿por qué no por un rosal ante las tijeras del jardinero? ¿El mundo vegetal no siente?

Por el encontronazo con el toro sufrió fractura de vértebras cervicales y perdió toda movilidad en sus cuatro extremidades, necesitando de un ventilador para medio sobrevivir. Los médicos que lo atendieron no podían decir el tiempo que le quedaba de vida, pues dependía de su corazón y sus pulmones. Intentaba comunicarse con ojos, cejas y ruidos, pero a leguas se notaba su inmensa desesperación y profunda depresión. En varias ocasiones pidió que lo dejaran morir.

A muchos animales se les ayuda a morir para evitar el sufrimiento en ellos y en quienes los quieren, pero a la mayoría de las personas se les condena a agonizar por motivos absurdos, sagradas razones, escrúpulos de profesionales o ideas equivocadas de los familiares, no obstante la voluntad del enfermo. Por ello, cuantos se dedican a actividades de alto riesgo deberían contar con un documento de voluntad anticipada para evitar reanimaciones infructuosas y obstinaciones de la ciencia médica.

“La realidad es que nadie quiso dejar morir a Rodolfo Rodríguez. Incluso el doctor Francisco Preciado, director del Hospital Civil de Guadalajara, reiteró que mientras El Pana estuviera allí se le mantendría con vida. Lo bueno es que al torero, con 64 años de edad, le falló su corazón definitivamente, que si logran reanimarlo una vez más quién sabe por cuánto tiempo los médicos lo habrían mantenido así, no obstante su justificada petición, aunque alguno vaticinó que con el tiempo podría dar conferencias sobre el sentido de la vida y de la aceptación.”

Fue cremado en su Apizaco natal, donde además de panadero fue enterrador en un cementerio, vendedor de gelatinas y campesino. Sus cenizas se repartirán en tres ganaderías y en la plaza de toros que lleva su nombre. Cada quien tiene su infierno y su entierro. Los de este tlaxcalteca fueron de pronóstico reservado.