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Pesadillas y sueños de Lecumberri
C

on un avanzado concepto penitenciario se comenzó en 1885 la construcción de la prisión de Lecumberri. La inauguró en 1900 Porfirio Díaz y fue considerada de las mejores del mundo por su original arquitectura y modernos sistemas. Tuvo un costo de 2 y medio millones de pesos. El nombre se debió a que se edificó en las tierras que pertenecieron a un rico español de ese apellido. Al paso del tiempo habría de ser conocida como el Palacio Negro por los siniestros hechos que ahí solían suceder, causa de innumerables leyendas.

El exterior es impresionante, totalmente cubierto de piedra almohadillada, con torreones en las orillas, recuerda a los castillos europeos. El interior está conformado por filas de crujías que integran una estrella; tenía un torreón de vigilancia en el centro, lo que permitía la visibilidad desde cualquier punto. Actualmente es un luminoso domo. La panorámica desde el corazón del edificio es impactante.

El hierro y el ladrillo son materiales predominantes que le dan su personalidad decimonónica. En su construcción no se escatimaron gastos. Entre otras cosas, las celdas se forraron de placas de metal para evitar que los reos pudieran perforarlas y escapar.

Al paso de los años el edificio se saturó y padeció severo deterioro. En 1976 fue desalojado para trasladar a los presos a los nuevos reclusorios, diseñados con un novedoso concepto de readaptación social, que impulsó el jurista Sergio García Ramírez. Vacío el Palacio Negro, se pensó en demolerlo para borrar su triste memoria; entre otros sucesos, en ese lugar se cometió el asesinato del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente Pino Suárez.

Estaban en esas deliberaciones al mismo tiempo que se debatía sobre el destino del Archivo General de la Nación, que había tenido una trayectoria errátil, casi siempre en sitios poco adecuados. Con muy buena visión Jesús Reyes Heroles, a la sazón secretario de Gobernación, tuvo la idea de instalar ahí el nuevo archivo.

Paradójicamente, las medidas de seguridad para los reos resultaron muy convenientes para salvaguardar los documentos. Un ejemplo son las celdas prácticamente blindadas, que en caso de incendio evitan que el fuego se pase a las demás y se pierdan los valiosos papeles.

Tras una eficiente restauración y acondicionamiento, que llevó a cabo el arquitecto Jorge L. Medellín a fines de los años 80, se inauguró el flamante Archivo General de la Nación en Lecumberri. Así cambió la antigua imagen oscura del imponente edificio, a una luminosa en todos los sentidos.

Pero el tiempo pasa y nuevamente se requiere una ampliación. Desde hace varios años se hablaba del grave peligro que corría el Archivo General de la Nación por su cercanía con el Gran Canal. Esto llevó a realizar profundos estudios, entre otros, por especialistas de la UNAM y se comprobó la plena seguridad del terreno y el entorno.

Con esa tranquilidad se decidió construir un anexo. La nueva edificación, que abarca 24 mil metros cuadrados, va a triplicar la capacidad actual de resguardo. El Anexo Técnico abarcará dos edificios: el laboratorio y el de acervos. Van a ocupar el predio donde se encontraban los juzgados de la penitenciaría.

Ambos edificios estarán comunicados al actual palacio por un puente. Aunque están en construcción ya se advierte una arquitectura contemporánea de gran calidad, que va a hacer un interesante contraste con la del siglo XIX que distingue al viejo Lecumberri.

El edificio actual dará servicio a los usuarios y tendrá área de museo y actividades culturales para el público. Se calcula inaugurar el anexo en 2017.

Como estamos cerca del Centro Histórico les propongo ir a saborear una rica comida mexicana a La Casa de las Sirenas. Situada en Guatemala 32, ofrece una magnífica vista de la Catedral desde su fresca terraza. La cazuelita de tuétanos para botanear es una delicia. Rica la sopa de cilantro; platos fuertes: robalo al ajonjolí o pato en mole verde. Postre: crepas de manzana.