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Martínez Assad y san Agustín
L

a Dirección General de Patrimonio Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM) encargó en 2012 a Carlos Martínez Assad, sociólogo e historiador con preparación en arquiectura y restauración, la autoría de un libro que sigue las etapas de construcción y modificación del ex templo y convento de San Agustín, edificio que ocupó la Biblioteca Nacional de México, situado entre las calles que hoy corresponden a República de Uruguay y República de El Salvador en el Centro Histórico.

Ese magnificente edificio que visité cuantas veces me fue permitido (cosa que no era fácil) durante el rescate que dio lugar al libro al que aludo, fue un producto de enjundia, pasta dura, ilustraciones a color y de archivos diferentes, pero tiraje reducido, hoy debe ser joya bibliográfica. Entre los capítulos con los que cuenta está uno dedicado al propio santo obispo de Hipona, que fue maniqueo, tuvo concubinas y un hijo llamado Deodato, quien falleció a los 13 años y que junto con un amigo de Agustín, de nombre Alipio, ya empezaba a configurar una comunidad dedicada al estudio.

Al fallecer Deodato el futuro obispo de Hipona y futuro san Agustín decidió dejar atrás prestigios, glorias y riquezas para dedicar por completo su vida a Dios y al conocimiento, no sólo teológico-cristiano que ya había adquirido en parte desde infante, puesto que su madre santa Mónica había sido católica. Eso y otros datos de la vida del santo, como su neoplatonismo o su conversión total que acabó por combatir a los maniqueos (que le hicieron mucho bien en cuanto a calibración del mal) tanto como a otros considerados herejes en esa época en la que el cristianismo convertido en religión oficial no acababa por asentarse bien.

Pasaron décadas antes de que la persona y los escritos de Agustín dieran como consecuencia la creación oficial de la orden agustina, aunque los seguidores del santo ya se reunían con anterioridad. Según leo en los textos de mi colega, los agustinos no tuvieron voto de pobreza (todos los demás mendicantes sí) y por eso sus edificaciónes novohispanas desde el principio fueron gloriosas. San Agustín fue la segunda en tamaño, altura y enjundia arquitectónica en todo México (la primera es desde luego la Catedral).

Desafortunadamente mi colega no explica cómo tan sabios generadores de bienes eligieron –igual que sucede en otras zonas del Centro Histórico– un área por demás cenagosa para tamaña construcción y de aquí en parte su hundimiento (no ajeno al que afecta a Bellas Artes o a la propia Catedral). Puede ser, me digo, que la culpa la tengan el águila y el nopal, a lo que en este caso preciso se añaden dos incendios, el del siglo XVIII prácticamente destruyó la primera fábrica. Luego el cambio ideológico que inevitablemente sucedió a partir de la Reforma y del advenimiento de un México que si no ilustrado por lo menos sí quiso serlo como muestra sin lugar a dudas este edificio que los liberales quisieron convertir en sede de la primera Biblioteca Nacional, cosa pensada porque allí fueron a dar las bibliotecas de otras sedes conventuales, además de la biblioteca de la Real y Pontificia Universidad de México.

Desde 1979 los acervos empezaron a ser trasladados a la Biblioteca de Ciudad Universitaria, el edificio decorado en sus cuatro cantos en piedras de colores por Juan O’Gorman, quien junto con Carlos Lazo participó también en el diseño arquitectónico. San Agustín es parte de la primigenia vida de nuestra Biblioteca Central.

Sobre la historia antigua cabe recordar, como anota nuestro autor, que el templo en cierto momento, en noviembre de 1862, fue vendido a don Vicente Escandón y que la UNAM lo adquirió en parte como saldo de una deuda tipo multa que el distinguido caballero había contraído al mantener nexo con Maximiliano, de modo que san Agustín está cargo de la UNAM y su restauro continúa. La formidable águila en el testero es obra de Francisco Eppens.

La justamente famosa sillería de El Generalito pasó al salón del mismo nombre en San Ildefonso y el nuevo libro de Carlos Martínez Assad aprovecha fotografías que ya habían sido tomadas, así como otras inéditas que reproducen paneles antes no investigados que fueron pesquisados por el autor, además de nuevo material de archivo, la publicación Legado mesiánico: la sillería del coro de san Agustín se debe a la dirección de publicaciones de la UNAM y al Patronato Universitario; esta nota no pretende otra cosa que anunciar su aparición que según queda explicado por el autor se inspiran en parte en una biblia francesa ilustrada en el siglo XVI, que es de carácter casi inaccesible. La sillería, elaborada en madera por artesanos mexicanos, narra en la medida de lo posible la teleología histórica que lleva a La ciudad de Dios. Las alocuciones bíblicas adaptadas a la publicación incialmente por Rafael García Granados desfilan acotadas por personajes como Justino Fernández, Guillermo Tovar y de Teresa, el padre Julián Meza o el historiador Antonio Rubial.

Don Carlos rescata en uno de sus capítulos la historia sintetizada de las fábricas que fueron tratadas en su libro anterior. Persistió en su empeño investigatorio hasta la ilustración final, en el intento de reconstruir los diferentes sitiales que forman uno de los grandes tesoros del patrimonio cultural de nuestro país, a lo que se suma iconográficamente la identificación de los pasajes bíblicos a partir del Génesis y hasta la doctrina teológica agustiniana.