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Ver día anteriorSábado 25 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Kaufmann en el Palau
B

arcelona. Hay que tener suerte de melómano recalcitrante para llegar a Barcelona un mediodía cualquiera y obtener de inmediato un boleto (agotados desde meses atrás) para un recital del formidable tenor alemán Jonas Kaufmann esa misma noche. Y la sede no podía ser mejor: el legendario Palau de la Música de esta ciudad, sala de conciertos de cualidades únicas y magníficas.

Desde el inicio del recital, el gran tenor demostró su sentido profundo del estilo en su interpretación del breve, pero importante ciclo de Gustav Mahler, Canciones de un camarada errante (o Canciones de un caminante). Aquí, además de hacer gala de un manejo exquisito de su registro grave, Kaufmann cantó no con la reconcentrada rabia de un despechado héroe de ópera, sino con la nostalgia bucólica de un poeta contemplativo. Esto fue notable incluso en la tercera de las canciones del ciclo, en la que Mahler propone un texto y una música más aguerridos que en las otras tres.

Muy diáfana y delicada, también, la expresión que hizo Kaufmann de la ambigua armonía de la cuarta canción, una pieza en la que Mahler se acoge con prestancia a la genealogía musical pos-schubertiana.

Después, Jonas Kaufmann abordó los espléndidos Siete sonetos de Miguel Ángel, de Benjamin Britten. De nuevo, el cantante supo entender y comunicar a cabalidad la intención estilística del compositor. En este caso, se trató de una bien balanceada combinación de luminosidad mediterránea con fugaces pero intensas pinceladas de brumas del mar del Norte. En la voz experta de Kaufmann, la combinación resultó exitosa a lo largo de todo el ciclo. A la vez, y muy en sintonía con los textos de los sonetos, el tenor ofreció varios estimables momentos de una expresividad permeada de cierta urgencia de reclamo amoroso.

Probablemente sea la tercera canción de la serie (sobre el Soneto XXX) la más atractiva del ciclo; en ella, Kaufmann transitó con certeza por las inusuales aventuras armónicas propuestas por Britten. En lo general, el tenor dejó en su versión a los Siete sonetos de Miguel Ángel una sutil percepción de un monólogo dolorido y doloroso que le va muy bien a los textos del italiano y a la música del inglés.

Para el final de su espléndido recital, Jonas Kaufmann abordó con sabiduría dos bloques de canciones de Richard Strauss. El primero estuvo formado por las nueve canciones del Op. 10 del compositor alemán; en ellas, el tenor aplicó una cierta dosis del espíritu del Heldensänger (cantor heroico, bardo cortesano), combinada con la despreocupación del joven artista en proceso de maduración, es decir, Strauss al momento de crear este ciclo. En este contexto expresivo, lo mejor que hizo Kaufmann fue calibrar con sutileza los cambios de expresión hacia la nostalgia en las canciones Die Nacht, Geduld y Allerseelen.

Para concluir su recital, el tenor bávaro armó una breve continuidad de cinco canciones de Strauss extraídas de sus Opp. 19, 37 y 48. En su conjunto, la selección estuvo caracterizada por una vena lírica y de menor densidad expresiva que las canciones más profundas de Strauss.

No faltaron, sin embargo, los cambios y las transiciones entre estados de ánimo, efectuados por Kaufmann con la pausa y la sabiduría necesarias. Indispensable mencionar el impecable acompañamiento del pianista Helmut Deutsch, como se hace indispensable considerar que la audición de un recital de las características mencionadas ayuda a explicar, entre otras cosas, por qué Jonas Kaufmann, tenor de amplísimos recursos y variado rango de repertorio, se ha convertido en un intérprete wagneriano particularmente apreciado.

Como detalle notorio (no sé si importante o no) señalo que siempre se antoja extraño que un intérprete de la talla de Kaufmann haga un recital de esta naturaleza con el apoyo de las partituras.