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El Brexit y las muchas lecturas on line
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uevos leños son arrojados a la pira de la confusión ideológica y política mundial. En otra vuelta de tuerca de la globalización excluyente, en referendo y democráticamente, Reino Unido se pronunció en favor de su salida de la Unión Europea (UE, Tratado de Maastricht, 1993). No obstante, Escocia, Gales e Irlanda del Norte parecen no estar de acuerdo con el llamado Brexit.

Según opiniones vertidas en distintos medios, el Brexit habría representado la “…derrota para uno de los esfuerzos civilizatorios más importantes del siglo pasado, y un triunfo para los nacionalismos exacerbados y retrógrados…” (Europa se desgaja, La Jornada, editorial, 24/6). Mientras para Horacio Verbitski, analista de Página 12: “…el Brexit consagrará a Inglaterra como la mayor guarida fiscal del planeta” (26/6).

José Francisco González Íñigo, economista mexicano, dice que el Brexit “…le da nuevos aires a Estados Unidos y un respiro a la Reserva Federal” ( Mexileaks, 26/6). Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, asegura que (el Brexit) “…no protegerá a Gran Bretaña del horror de una Unión Europea en vías de desintegración” ( Sin Permiso, 26/6), y el conocido activista antisionista Uri Avnery comentó que el Brexit fue “…un gran paso atrás”.

Entrevistada por Página 12, Alicia Castro, ex embajadora de Ar­gentina en Gran Bretaña, explicó: el referendo, creado y adelantado por el gobierno conservador, desató una guerra entre dos facciones del partido oficialista. Por un lado, Boris Johnson (ex alcalde de Londres), compitiendo por el liderazgo, y por el otro el premier David Cameron, defensores del statu quo, enfrentados a una derecha radical (partido UKIP), pidiendo su ­aniquilación.

El Brexit ofrece serias dificultades de interpretación. No obstante, pocas reparan en “…la pérdida de soberanía nacional que conlleva la UE ha significado la pérdida de soberanía popular, causa del deterioro de su bienestar”, según el politólogo catalán Vicenç Navarro. Agregando: Es más que obvio que esta Europa no es la Europa de los pueblos, sino la Europa de las empresas financieras y de los grandes conglomerados económicos.

El triunfo del Brexit confirma que la irresistible centrifugación del capitalismo occidental dejó de ser un cuento de izquierda. Por ello, no le falta razón al analista chileno Luis Casado al decir que “…quienes rechazan la UE no están contra la unidad de los pueblos europeos sino contra el dominio sin contrapeso de los mercados financieros”.

La Unión Europea… un ideal que entre las guerras napoleónicas y las dos mundiales del siglo pasado, dejó 120 millones de muertos, heridos y desaparecidos. Y esto, sin contabilizar los 10 millones del Congo Belga (1885-1908), que sumados a los 4 millones de muertos entre 1998 y 2004, supera a los exterminados en los campos de concentración nazis.

Como bien escribe Casado, estamos frente a una historia que empezó cuando Margaret Thatcher le impuso a la UE los métodos y el discurso único neoliberal ( there is no alternative), secuestrando a la democracia por los intereses de las finanzas disfrazadas de inversión y creación de empleo. Izquierdas y derechas, recuerda, fueron de la mano en la servidumbre voluntaria que le ofrecían los poderosos. Por esos sus programas se parecen como dos gotas de agua.

Remarca: a los que se oponen a la competitividad como sinónimo de trabajadores baratos y sin derechos, se les llama populistas o extremistas. Y los extremistas verdaderos, como la canciller Angela Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfang Schäuble (que continúan imponiéndole la austeridad a toda Europa), se los trata como gente respetable.

De un lado, la votación se explica por el rechazo político a la pérdida de identidad, a la entrada de refugiados y de potenciales terroristas no es suficiente para explicar el resultado de la votación. Y por el otro, pocos subrayan la caída del empleo y en los niveles de vida, acompañados de una profunda decepción de una UE que nunca estuvo muy unida que digamos.

Así, el debate entre los partidarios y opositores del Brexit, tiene tanto sentido como discutir acerca de cuál candidato en Estados Unidos sería más progresista: si el irracional y racista Donald Trump, amenazando a todo mundo con lo que haría, o la racional y depredadora Hillary Clinton, quien ya dio sobradas pruebas de lo que hizo.