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Benjamín Domínguez, in memoriam
Foto
Benjamín Domínguez y Carlos Montemayor en una imagen captada por Susana de la Garza
N

acido en 1942, en Chihuahua, este pintor de mirada barroca y a la vez retro, en el auténtico sentido del término, dado que sus temas eclécticos y retrospectivos siempre fueron conscientemente elegidos, murió súbitamente mientras se disponía a desayunar con su familia y luego a seguir trabajando, el domingo pasado, a las 9:30 de la mañana, a causa de un derrame cerebral. Es uno de los artistas figurativos más relevantes de las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI. Todos los que tuvimos el privilegio de tratarlo (él era mi compadre y llevábamos estrecha amistad), tanto por largo tiempo como apenas por unas cuantas horas, como sucedió con Cristina Gálvez, quien de antemano conocía obra suya en parte por medio de Juana Inés Abreu, nos unimos al duelo de la familia que armó con Marisela Badillo y sus dos hijas: Olinka y Naibi.

Su fallecimiento no fue del todo inesperado, puesto que lo antecedió una época que podríse denominarse de depresión creativa, provocada por mininfartos que alteraron algunas de sus capacidades, y él fue consciente de ello, sobre todo cuando empezó a fallarle el lenguaje.

Fue poseedor de una impresionante fluidez verbal que encantaba a sus interlocutores, era muy buen lector, tenía sentido del humor y con frecuencia era invitado por universidades públicas, como las de Chihuahua, Chiapas, o la de Texas, en Brownsville, a impartir conferencias que tenían lugar generalmente cuando presentaba alguna exposición. Su elenco de muestras individuales fue enorme e igualmente accedió a las colectivas, tanto en recintos relevantes de ciudades como Miami, Bruselas y Bogotá, como en nuestra ciudad y en Monterrey, donde le fue otorgado el antes llamado Premio Marco, por el Museo de Arte Contemporáneo. En Monterrey se inició la larga itinerancia de su muestra El triunfo de la mirada, que pasó por varias sedes del interior de la República.

Benjamín, nacido en Jiménez, Chihuahua, llegó a esta ciudad a estudiar en la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas (hoy día Facultad de Artes y Diseño) en una época rigurosa que le acrecentó una disposición acerca de la representación a través el dibujo y la pintura.

Benjamín fue un académico del antiguo orden. Sus ámbitos y representaciones son perfectamente discernibles y, sin embargo, sus temas y el modo de reunir personajes resulta inédito. Su calibre como pintor, llamémosle realista con toques simbolistas y aun surreales, se inició terminada su carrera, cuando trabajó en el Museo del Virreinato, época que le abrió las puertas a la cultura pictórica de varios países y épocas. De allí se originó su serie de monjas coronadas y alacenas o bodegones, que le atrajeron prestigio, mismo que se acentuó cuando tomó como eje para una serie el cuadro del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, que se encuentra en Londres y que dio lugar a sus ya famosas variaciones que inicialmente fueron 20 y después se cerró la serie en 23. Se han exhibido en escuelas, en universidades estadunidenses y en el Palacio de Bellas Artes. Acusan un imaginario que mezcla elementos totalmente contemporáneos con los personajes (la pareja y sus imaginarios parientes y amigos) que asistieron al mismo ámbito en el que aparecen en el cuadro original.

Esta es, quizá, su serie más célebre, pero no la única, tiene como tema (también mezclado con otras leyendas míticas) al Lacoonte. Allí pudo rendir culto a la serpiente, reptil que abunda en su región de origen tal como hicieron notar dos críticos: Carlos Montemayor y Luis Carlos Emerich. No sólo ellos: Alfonso de Neuvillate, cuando era la estrella de la crítica joven como alumno que fue de Justino Fernández y de Francisco de la Maza, los antecedió al reparar en la combinación temática de sus personajes y ambientes, temas no pocas veces extraídos de la Biblia, como cuando representó la lucha de Jacobo con el ángel que convencionalmente para pintores actuales parte por lo común de Delacroix. En Benjamín son dos luchadores medio calvos que se pelean en un ring de boxeo. Su imaginería angelesca es también motivo de varias de sus pinturas, pero sin formar serie, como sí ocurre con sus tatuados o con las pinturas que tienen como tema la levitación o la magia. No la magia blanca o negra, sino la que practican los magos.

El ingenio de Benjamín se alimentaba de todo: de las notas de prensa, de aconteceres cotidianos, de leyendas y arcanos; tiene como característica muy señalada el culto al objeto, la preciosidad de un brocado, la transparencia de una copa de bacarat, la frescura de la cerámica de Talavera. Sus implementos representados duplican el placer que la simple posesión o visión de estos objetos provoca y para no fallar en la importancia que les da, tuvo siempre en su haber una colección muy refinada de tales objetos, que solía utilizar de diferentes maneras en su representación.

Quizás una de las exposiciones más completas que se han montado con carácter retrospectivo acerca de este pintor sea la presentada en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, con curaduría de Rafael Pérez y Jorge Guadarrama, en el Antiguo Palacio del Arzobispado.