16 de julio de 2016     Número 106

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Preocupación por tendencias en
orgánicos; entrevista a Bensi Levy

Lourdes Rudiño

Desde la perspectiva de un comercializador, aunque también productor de orgánicos, Bensi Levy, la tendencia en México en este tipo de productos –agrícolas, pecuarios y procesados— es actualmente poco halagüeña.

La vertiente de orgánicos que está creciendo es la de los productores medianos o grandes y enfocados a la exportación con productos como aguacate, manzana, berries, pimiento morrón, pepino, berenjena y calabaza, que cuentan con financiamiento, con logística y con mecanismos de exportación y que incurren en el monocultivo, haciendo con esto un contrasentido a la lógica de lo orgánico, que es sustentable, biodiverso y culturalmente valioso; asimismo, hay una demanda del consumidor nacional por productos orgánicos procesados, pero se está dando de manera muy lenta la creación de infraestructura para transformar materia prima, por ejemplo para ofrecer aceites de maíz o girasol o papillas, o harina orgánica.

Bensi Levy es director de The Green Corner, una cadena de tiendas y restaurantes de productos orgánicos en la Ciudad de México con 13 años de existencia. Comenta que de 2013 al 2015 esta empresa creció en ventas en 63 por ciento, pero en el desglose se observa que los productos importados aumentaron en 120 por ciento, mientras que lo nacional aumentó sólo 50 por ciento.

Entre lo que debe importar The Green Corner están aceites, cereales, harinas, harinas preparadas y tés. Asimismo, varios tipos de nueces, dátiles, chabacanos y uvas pasas, y ciertos lácteos como queso cottage, queso crema, ricotta y mozarela. “Afortunadamente empieza a haber producción nacional de cremas orgánicas y de embutidos, y tenemos proveedor de chocolate orgánico del país”.

El entrevistado considera que lo orgánico se ha convertido en “un punto de apoyo para generar un comercio interno, un desarrollo industrial, un impulso al medio rural, al empleo y a la economía campesina”. Por tanto, es indispensable establecer en México “incentivos para que haya gente que desarrolle maquinaria pequeña, intermedia, para el procesamiento agrícola orgánico, que pueda estar en la punta de un cerro de Oaxaca, en cualquier comunidad indígena y pobre donde se produce materia prima, y que esto genere un cierto desarrollo industrial, donde esté una persona que le da mantenimiento a esta máquina, donde se genere empleo y toda una dinámica de desarrollo. Eso ahora no se está dando y no pareciera que se va a dar”.

Opina que las regulaciones y la certificación orgánica están resultando obstáculo para los productores de este tipo de cultivos libres de agroquímicos. “Estoy muy alarmando al ver cómo los pequeños productores se están saliendo de la producción orgánica porque no pueden pagar un certificado y, si logran pagarlo, deben llenar una serie de formatos interminables, lo cual resulta muy complicado. ¿Qué es lo que pasa?, que la agricultura orgánica es biodiversa, no es un monocultivo […] En la milpa se produce de todo y un poquito. Si para cada poquito tienes que demostrar de dónde salió la semilla, cuánto produjiste, cómo se produjo… una serie de datos, te tardas tres meses. Yo tengo en mi rancho una milpa mega diversa. Tuve a dos personas tres meses llenando datos para conseguir un certificado Hay productores que me dicen ‘o le doy de comer a mis animales y riego mis plantas o lleno documentos’. Los productores pequeños, los que son insignia de lo orgánico no están pudiendo certificarse. Entonces se ven excluidos, ahora que por fin llega la bonanza de todo el desarrollo de los mercados orgánicos, algo que ha tomado 30 años. ¿Quién cosecha esto? ¿Quién capitaliza? El gran capital, el súper mercado enorme”.

Señala que para The Green Corner resulta difícil a veces comprar, porque los productores certificados se enfocan a la exportación. “Voy y le digo al productor que quiero 500 kilos de calabaza –que para mí es un logro llegar a eso— y me responde que no, que sus ventas son mayores, ‘querrás decir 500 tráilers’”.

Y entonces se le está dando la espalda a la filosofía de lo orgánico. “Si viajas a Uruapan, vas a ver en sus alrededores extensiones enormes de monocultivo de aguacate, varias orgánicas, donde había antes bosques maravillosos. Le han dado en la torre al bosque y ahora vemos desiertos verdes”.

Levy dice que para los grandes productores exportadores el proceso de certificación orgánica es muy fácil. “Para el dueño de un monocultivo no resulta problema cubrir los datos de dónde se compró la semilla, cuáles fueron los insumos, etcétera, son como 20 datos en tres hojas. El problema es cuando tiene tres hojas para 300 cultivos, que es lo que tenemos nosotros en una milpa mega diversa. Hay que llenar entonces como 900 hojas y debes llevar los registros muy precisos, pues si uno te falla, vas para atrás. Se vuelve sumamente complejo certificar una huerta biointensiva, que para mí eso es lo orgánico.

Sobre la propuesta de impulsar maquinaria procesadora de orgánicos puesta en las localidades de pequeña producción, dice: “se trata de tecnología intermedia, que puede procesar 400 o 300 litros de aceite de maíz o girasol orgánico al día. Este aceite importado tiene un precio de 120 pesos por litro, bien podríamos tenerlo aquí a 70 pesos. Con esa maquinaria, puedes estar en un medio rural porque no requiere una alimentación eléctrica de ciertas cualidades, y la producción va a ser recogida no por un tráiler, sino por una pick up que pase diario. No requiere una carreta especial, puede ser un camino de terracería, y allí habrá alguien que haga las etiquetas, que diseñe los frascos. Esto puede ser un modelo de desarrollo de una comunidad”.

“No puede ser que estemos importando harina de trigo orgánico. Nosotros por fortuna tenemos un productor de harina integral. Bien podría haber un grupo universitario multitask, con un ingeniero de alimentos, un mecánico, un industrial, que diseñen maquinaria intermedia para producir harina en cantidades relativamente pequeñas. Y todo esto fortalecería enormemente la producción y comercialización orgánica en México.


La certificación participativa:
reconocimiento social a la producción
orgánica en los mercados locales

Victor Flores Plataforma de Tianguis y Mercados Orgánicos


FOTOS: Mercado Agroecológico El Jilote

En general, los sistemas de certificación surgen como una alternativa cuando se hacen evidentes fallas en un producto o servicio. Así es como se tiene registro de algunas de las primeras certificaciones para verificar la calidad de aparatos eléctricos en el período posterior a la revolución industrial. Desde entonces han surgido distintos tipos de certificación, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado, conforme la disponibilidad de productos de consumo ha ido en aumento y los consumidores se vuelven más conscientes de su responsabilidad a la hora de adquirir un producto.

Hoy día existen procesos de certificación que avalan desde la eficiencia energética de un edificio hasta la justicia social en el comercio.

En un contexto donde cada vez es más evidente el impacto que tienen los sistemas de producción agrícola en el ecosistema y en la salud de las personas, surge la certificación orgánica como una forma de asegurar una producción de alimentos libre de agroquímicos. Los primeros sistemas de certificación de este tipo surgieron de asociaciones y cooperativas que deseaban impulsar el desarrollo sustentable y la producción ecológica en países del Tercer Mundo con miras a exportarlo a Europa, sobre todo en el caso del café. Demeter Internacional fue la primera agencia en desarrollar este tipo de sistema de verificación ambiental y hoy día cuenta con más de cinco mil fincas certificadas en 50 países. Esta misma agencia fue la encargada de llevar el proceso de inspección de la Finca Irlanda, considerada la primera unidad productiva cafetalera certificada orgánica en México en 1967.

Poco a poco, conforme al mercado de productos orgánicos fue creciendo a escala mundial, el número de empresas certificadoras fue en aumento y hoy día suman alrededor de 500, entre las que se encuentran Natureland, Soil Association y Nature et Progres.

Es importante mencionar que la certificación planteada de esta manera está enfocada a la exportación de productos en el marco del comercio internacional. Sin embargo, en países como Brasil, Perú o Bolivia se desarrollaron esquemas de reconocimiento social de buenas prácticas productivas dirigidas al mercado local. Así fue como nacieron los Sistemas Participativos de Garantía (SPG), que hoy día constituyen uno de los pilares de la agroecología, no sólo en el sur de América sino a escala mundial. En México los SPG han sido adoptados en los años recientes bajo el nombre de Certificación Orgánica Participativa en distintos tianguis o mercados orgánicos o alternativos, con el fin de fomentar el desarrollo rural sustentable y el consumo responsable.

Los Comités de Certificación Orgánica Participativa (CCOP) están vinculados a mercados con características de cadenas cortas de comercialización e incluyen a un equipo multidisciplinario integrado por técnicos, productores, promotores y consumidores que realizan las labores que normalmente hace una agencia certificadora; sin embargo, se diferencian en sus objetivos y alcances.

Por un lado, la certificación de agencia, al estar enfocada a la exportación, conlleva costos elevados para el productor y normalmente certifica un solo producto en la unidad productiva. Esto puede favorecer (aunque no sea siempre el caso) la certificación de monocultivos donde se sustituyan insumos de síntesis química por insumos permitidos en los lineamientos de producción orgánica sin ningún planteamiento permacultural o de incorporación de biodiversidad a la parcela.

Este tipo de certificación no es funcional para aquellos pequeños productores, como la gran mayoría de México, que cuentan con pequeñas unidades productivas destinadas principalmente al autoconsumo y donde el número de surcos destinados a la producción de cierto cultivo son contados ya que se favorece la agrobiodiversidad para satisfacer de la manera más amplia posible las necesidades familiares. Bajo este esquema, se comercializan los excedentes en tianguis y mercados locales y muchas veces no pueden ser denominados orgánicos al no poder acceder a una certificación como lo exige la ley.

Por otro lado, la certificación orgánica participativa surge de la mano con el desarrollo de los cada vez más frecuentes tianguis y mercados orgánicos o alternativos. Al involucrar a personas con distintos perfiles (consumidores, productores y técnicos) en los comités que realizan está validación, se favorece la transparencia y la confianza. Asimismo, estos comités promueven la participación de los consumidores involucrándolos en los procesos productivos más allá de su elección de compra en un estante de una tienda o supermercado.

Este esquema de validación certifica unidades productivas y no productos, por lo que resulta efectiva para ranchos o granjas con una producción biodiversa destinada al mercado local. Es importante mencionar que a la fecha son relativamente pocos los mercados que cuentan con comités que llevan a cabo las funciones de la certificación orgánica participativa y los existentes cuentan con distintos niveles de desarrollo en su actividad.

Existen casos de mercados que cuentan con comités más experimentados y que trabajan de manera multiregional, como es el caso del Comité de Certificación Orgánica Participativa del Mercado de Productos Naturales y Orgánicos Macuilli Teotzin, de San Luis Potosí, mismo que ha comenzado con un proceso de acreditación de sus labores ante la autoridad correspondiente (Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria, Senasica, dependiente de la Secretaría de Agricultura), por lo que se perfila como uno de los más avanzados en este tema.

Otro caso a resaltar es el del Mercado Agroecológico el Jilote (www.eljilote.org), que trabaja de manera virtual y que cuenta con una base de datos electrónica de las unidades productivas certificadas por su comité hasta la fecha.

Por otro lado, existen comités de certificación que excluyen el uso de la palabra orgánica en sus labores con el fin de evitar la regulación mexicana que existe sobre dicho término, y la sustituyen con algún otro que se considere prudente; sin embargo, sin importar el término que utilicen, cumplen con su función de dar credibilidad a la palabra del productor y certidumbre al consumidor sobre la calidad de un producto.

Conforme los Comités de Certificación Orgánica (o como deseen denominarse) se vayan profesionalizando y cada vez más mercados los vayan incorporando a su funcionamiento, veremos un crecimiento de la agricultura ecológica en México y por ende una mayor oferta para el consumidor con todos los beneficios ambientales y sociales que eso implica.

Para más información sobre los procesos de certificación orgánica participativa, es posible consultar el sitio web de la plataforma de tianguis y mercados orgánicos tianguisorganicos.org.mx

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