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El caleidoscopio de Aline Petterson
Foto
Aline Petterson, en una imagen captada por Rodrigo Moya

Parada sobre la estatura
del presente,
atisbo mi ciudad,
mi país,
el mundo.
El escenario se niega
A desplegar una esperanza.
(Del libro de poesía Ya era tarde)

P

ocas escritoras tan bellas como Aline Pettersson. Será por su ascendencia sueca, será porque tiene algo de Liv Ulman o de Bibi Andersson, será porque a ella podría dirigirla Ingmar Bergman. Será porque tradujo del sueco al Premio Nobel 2011, Tomas Tranströmer. Será porque su poesía es tan pulida y desnuda que estremece –juicio de Aline sobre Tranströmer que también podría aplicarse a su propia poesía. Aline Pettersson, colaboradora de La Jornada, es también autora de novelas, cuentos y poesía y una figura de primer orden dentro de la literatura mexicana. Tengo muchas imágenes de ella con Josefina Vicens cuando la Peque –como todos la conocíamos– veía ya muy mal y era indispensable acompañarla de un lado a otro. Aline, con paciencia de ángel, la llevaba a conferencias, exposiciones, presentaciones de libros y no la soltaba un segundo, olvidándose de sí misma. Autora consagrada ella misma, dejó a un lado el pesado abrigo de la notoriedad para ocuparse de Josefina Vicens.

Cuando se puso en circulación su poemario Cautiva estoy de mí, donde se contempla el cuerpo del hombre amado, la reacción de críticos y periodistas que reseñaron el libro fue que si sus novias hubieran escrito semejante poesía, las hubieran cortado. Por el contrario, varias mujeres le agradecieron haberles dado palabras para contemplar a su pareja.

En todos los libros de Aline, poesía y prosa, está la sombra del erotismo. Deseo, De cuerpo entero, Los colores ocultos, Mistificaciones, Casi en silencio, Viajes paralelos, Más allá de la mirada, Sombra ella misma, Piedra que rueda, Querida familia, La noche de las hormigas, Las muertes de Natalia Bauer, Ya era tarde, publicadas por Grijalbo, el Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Diana, Alfaguara, que lanzó su obra reunida en 2008, y otras editoriales como las del Conaculta y la UNAM, que hacen que su obra ocupe un lugar primordial en la literatura mexicana.

–Nadie puede enseñar a ser escritor –dice Aline, quien ha dado talleres durante 25 años en la Sociedad General de Escritores de México–, pero sí a quitar vicios de escritura o ayudar a identificar ciertas flaquezas del texto. Cantidad de gente talentosa pasó por mis manos: Héctor de Mauleón, María Virginia Jaua (centroamericana muy inteligente), Bertha Hiriart, Rosa Nissan y otros. Ahora tengo un taller en mi casa, no sólo de jovencitos, sino también de gente formada que no se ha dedicado a la literatura, pero cuyo sueño no cumplido es escribir.

“El primero que me apoyó fue Salvador Elizondo, quien me abrió la puerta a otros autores. Él daba clase en la Universidad Nacional Autónoma de México, y leyó un cuento breve que le llevé. Viajé con una amiga a Pátzcuaro y en la carretera, una libélula se quedó apretada con el limpiaparabrisas. Entonces escribí el monólogo de la libélula que no entiende por qué se está deshaciendo y la persona que la está viendo horrorizada, porque nunca ha visto una libélula tan de cerca. Al tener yo la libélula en mis narices me di cuenta de su carita de geisha, blanca, blanca con sus ojitos rasgados. A Elizondo se le hizo interesante. También leyó Círculos y le gustó mucho, cosa extraña, porque su literatura no es precisamente cercana a la historia de Ana en Círculos.

“Prologó con una carta la publicación de Círculos. Por medio de él conocí a Juan García Ponce, a Juan José Arreola durante un tiempo, cuando su hija Claudia se fue a Jalisco. Me pidió que lo acompañara en su casa cuando le hicieran entrevistas, yo lo acompañé muchísimas veces y en agradecimiento habló muy elogiosamente de mi novela en su programa de radio. Además de ser becaria del Centro Mexicano de Escritores, Juan Rulfo me propuso como becaria en Iowa, y cuando me lo dijo no dormí en toda la noche. Sergio Fernández y Josefina Vicens siempre me apoyaron.

“También tuve buen trato con Octavio Paz. El hermano de mi madre, José Ferrel, muy cercano a los Contemporáneos, hizo una traducción de Rimbaud, creo que Una temporada en el infierno, lo publicó José Bergamín en su editorial cuando estuvo en México. Hacía poco que Octavio Paz había regresado de India y coincidimos en un hotelito en Cuernavaca, y la primera imagen que tengo de él, no de foto, sino de carne y hueso, es en traje de baño. Se veía guapo. Ahí estaba con Marie Jo. Me saludó, yo era una mujer joven y le conté que era sobrina de José Ferrel. Octavio Paz se emocionó muchísimo, porque mi tío había sido en cierta forma su mentor en la revista Taller. Después le enseñé un poema largo escrito en esos días y Paz me invitó a su casa, pero como siempre he sido tímida nunca fui.”

–¿Seguiste el camino de tu tío traductor José Ferrel?

–Traduje al premio Nobel, el sueco, Tomas Tranströmer, que ya estaba muy impedido.

–Recuerdo que en Islandia fui a la casa, muy modesta, del premio Nobel Haldor Laxness, y me impresionó su cama que parecía casi un camastro.

–Sí, así son los escandinavos. Me acuerdo de Tomas Tranströmer. Fue muy gentil. Lo conocí, vi a su esposa, porque él sufrió una hemiplejia y los últimos años de su vida se le paralizó el lado derecho y perdió el habla. Tocaba el piano desde niño y se consolaba interpretando a Ravel y otras piezas para la mano izquierda. Como hablo mal el sueco, una amiga me asesoró en la traducción. Tuve una mala experiencia con una traducción de un libro mío. Por ejemplo, para desierto y destino en sueco se usa la misma palabra. Tienes que conocer el contexto y no confundir el desierto de Sahara con tu destino final.

“Tengo un libro muy lindo, bilingüe, que me editó Rosa Beltrán en la universidad que conserva el título que le puso Tranströmer: La fúnebre góndola, basado en una obra de Liszt. Liszt y Wagner, Wagner era yerno de Liszt y La fúnebre góndola es una de las últimas que compuso. Le puso ese nombre en homenaje a Liszt en uno de los viajes que ambos hicieron a Venecia. Poco tiempo después murió Wagner, luego Liszt. Este es el libro del amor de Tranströmer por los dos compositores.

–Volviendo a Círculos, que salió en Punto de Partida de la UNAM, en otras editoriales me decían con mucha cortesía: ¿Pero a quién le puede interesar la historia de una mujer? Stefan Zweig tiene un libro que se llama 24 horas en la vida de una mujer, mi libro Círculos, sin quererme comparar –de ninguna manera– con Stefan Zweig podría haber sido ese el título, porque son 24 horas en la vida de una mujer, desde que se despierta hasta que se duerme y en ese lapso siente un vacío existencial tremendo, a pesar de que ama a su marido y a sus hijos. Estaban desesperadas, la única solución era tener o soñar con un amante, esa era la única posibilidad de romper la rutina. Cuando ese libro se publicó, me pasó una cosa conmovedora: algunos hombres que lo leyeron me dijeron: “Yo soy Ana –nombre de la protagonista–, porque así de tediosa siento mi vida, sin escape”, pero quienes más se identificaron con el libro fueron las mujeres.

“Mi padre nació en México, trabajó en una de las dos compañías de teléfono que había entonces, Ericsson, que era sueca. Desde niña fui una lectora voraz que prolongaba su historia a los personajes, a David Copperfield, Oliver Twist, Tom Sawyer, porque no quería que se me acabaran. A los 11 o 12 años me clavé con Emilio Salgari. Quise ser Sandokan, no Mariana, la que espera sentada en su casa. Después de largos años de estancia en Suecia con mis padres publiqué en la Revista de la UNAM dos estampas de mi abuela materna y de su madre, mi bisabuela, quien fue la única en apoyarme en mi amor a la literatura.

Casi en silencio, otra de mis novelas refleja a un maestro que seduce simultáneamente a un alumno varón y a una muchacha. A la fecha muchos hombres gays me han hablado de ese libro porque les llegó muy hondo. Claro que la homosexualidad existe desde los griegos, pero yo le di un tratamiento que caló entre los lectores. Después publiqué mi novela Sombra ella misma en la Universidad Veracruzana, en la época de Sergio Galindo, quien me sugirió el título. La noche de las hormigas, que ahora cumple 20 años, tuvo mucha resonancia al igual que Proyectos de muerte, sobre un enfermo de cirrosis. Como estuve gravemente enferma tengo obsesión por la medicina. A mi personaje de La noche de las hormigas lo asaltan y le dan un balazo en la ingle. En el momento en que lo escribí, en la Ciudad de México hubo una racha de asaltos. Yo no sé si tú hayas conocido el asalto en Tizapán de Tomás Brody, esposo de Olga Pellicer. Mi hijo, que es físico, Axel de la Macorra, lo conocía, y en esos años todo el mundo tenía un conocido al que habían asaltado. Entonces dije: ‘Yo sólo tengo la escritura y quiero escribir de esto tan terrible y tan cotidiano’. Publiqué mi libro –cuyo trasfondo es la violencia– en 1996 y ahora el país está mucho peor.

“También he escrito libros infantiles. El primero que publiqué, El papalote y el nopal –sobre la relación entre un papalote que se eleva y la lluvia lo moja, cae y un nopal lo extiende entre sus pencas para que se seque, y la amistad se establece entre ellos–, se tradujo al japonés y me dio muchísimas y muy buenas regalías. El libro ganó un premio en la Feria Internacional del Libro de Caracas y otro en Tokio. Una escuela de verano para niños discapacitados también me invitó y he ido a muchas ferias infantiles a firmar libros que también compran muchos adultos.”

Novelista, poeta, cuentista, ensayista, traductora, tallerista, Aline Pettersson es una de las mujeres de letras más significativas del siglo XXI y referente indispensable para hablar de la condición femenina y el lugar secundario de la mujer en nuestra sociedad, pero también del erotismo como consta en su libro Cautiva estoy de mí: Éramos tu y yo pobladores/ de un edénico paisaje,/ el giro perfecto de una esfera/ armonía de los cuerpos siderales,/ temblorosa la acidez en un estanque/ nieve, renuevos, la carnosidad/ densísima del fruto./ Alégrate,/ que al final somos una mujer y un hombre.