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El mundo al revés
N

o, no hay por qué preocuparse. No llegará a la presidencia. Eso es seguro y no debe siquiera especularse sobre el hecho contrario. El éxito personal de la convención republicana, que impuso a toda costa a Donald Trump, pese a las objeciones de los seniors del partido que no estuvieron presentes (la familia Bush, por ejemplo), nos revela al menos un perfil del rostro actual de Estados Unidos. Alguien dijo que la unidad de los republicanos sólo se mantenía en la familia de Trump. Tal vez, pero la preocupación que ha de­satado se extiende mucho más y causa estragos en muchas partes del mundo.

Se ha escrito ya en abundancia sobre la personalidad de Donald Trump y me remito a ella. En decenas de artículos se ha hablado sobre el gran ego autoritario que es característico de la vida de Donald Trump, en primer lugar aislándolo y haciendo de él un auténtico lobo solitario, tal vez más bien un elefante solitario (perdón, por la inteligencia de los elefantes), que lo aparta del mundo y alimenta enfermizamente sus fobias, odios, resentimientos, carácter vengativo, mentiras y disimulos, haciéndolo un personaje que lo último que debía ser es candidato a la presidencia de Estados Unidos. Un personaje, pues, imprevisible, pero con grandes tendencias a la hostilidad y a la violencia, y a la total ausencia de solidaridad hacia los otros, lo que se demuestra con sus insultos a los inmigrantes mexicanos, en primer lugar, pero también de muchas otras nacionalidades. En su discurso de aceptación, sin ir más lejos, ya limitó a revisar caso por caso la ayuda o no de Estados Unidos a las organizaciones internacionales, llámese, ONU u OTAN.

Naturalmente, el mayor escándalo por sus palabras se ha producido en México con la peregrina idea de levantar un muro entre los dos países que, naturalmente, ha recibido el indignado rechazo de la inmensa mayoría de mexicanos, si no es que de la totalidad: muro que, además, según Trump, deberíamos pagar nosotros. A mi entender, no se trata de discutir una idelogía, en la que por fuerza hay ideas, sino una serie de despropósitos que ha proferido Trump, y que, no hay duda, se adhieren a los tiempos del nacionalismo más agresivo, a los tiempos, por ejemplo, de Hitler y Mussolini. Tenemos, pues, que el candidato del Partido Republicano en Estados Unidos se ha quedado separado cuando menos 50 o 60 años atrás, negando cualquier avance civilizatorio en este tiempo y desde luego cualquier forma de democracia, por elemental que sea. ¡La gran amenaza que recorre hoy en el mundo se llama Donald Trump!

Naturalmente, uno de los secretos mayores que encierra, contra todos los pronósticos, la candidatura formal de Donald Trumpo por el Partido Republicano es la pregunta de cómo un personaje de tal nivel intelectual y moral ha logrado la candidatura de uno de los partidos más fuertes y de mayor tradición en Estados Unidos. Esto nos remite probablemente a un verdadero hartazgo que debe vivir la ciudadanía estadunidense sobre los usos y costumbres de la política en ese país, es decir, al rechazo enérgico que se está originando sobre el estatus político y económico de esa nación. En una entrevista reciente, un miembro del Partido Demócrata dijo que votaría por Trump porque Estados Unidos carecía de liderazgos y ¡porque Donald Trump era uno excepcional!

¿Cómo es posible que un gran país como Estados Unidos se permita postular a la presidencia a un personaje como Trump? Un rechazo radical al statu quo debe explicar el fenómeno.

Es obvio que aún deberán arreglarse multitud de asuntos de diversa índole para que en verdad se constituya Trump como verdadero candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano. Entre otras, la hostilidad bien merecida que le aplican algunos de los capos del partido, como los Bush y últimamente el senador Ted Cruz, quien se ha negado a brindarle su apoyo.

Tenemos la certeza de que Trump no llegará a la presidencia estadunidense... Sin embargo, sin embargo... El hecho es que ya se trata de uno de los dos candidatos presidenciales de los dos más importantes partidos políticos de ese país, donde los votantes pueden ser bastante imprevisibles, que Trump está viviendo su momento y que no puede estar excluido al cien por ciento de la sorpresa (¿!). De la trágica sorpresa.

A lo cual contribuyen también las debilidades que ha mostrado en su carrera política Hillary Clinton, su más que previsible adversaria, no sólo por el uso abusivo de sus servidores privados para tratar asuntos oficiales y a veces clasificados (de lo que ya fue exonerada), sino por sus evasiones ante la prensa para decir directamente la verdad monda y lironda. Por supuesto, al calor de la campaña presidencial salen a relucir muchos trapos al sol, y también en el caso de Hillary Clinton que, es verdad, en general representa una visión de la política más tersa y limpia que la de Trump, pero que, a mi entender, ha conservado multitud de opositores y tampoco ha logrado provocar los entusiasmos necesarios para derrocar contundentemente a Trump. ¡Muchos, en Estados Unidos, no eliminan absolutamente la posibilidad, aunque suene muy remota!

Trump se encuentra con una adversaria preparada y sagaz, pero tampoco es una contrincante, según parece, capaz de levantar multitudes para hacer indiscutible su triunfo. Hillary, como candidata demócrata, está próxima a ganar la presidencia del Partido Demócrata de su país, pero tal cosa no es de ninguna manera ni automática ni fatal, tomando en cuenta el ascenso sorpresivo del fascista y terrorista Trump en las últimas semanas.

En realidad la decisión final está en manos de un electorado evanescente que pasa por circunstancias bastante excepcionales, y en un momento en que los actos de terrorismo en las calles de Estados Unidos y en otras partes del mundo parecen favorecer a un posible gobierno duro y antidemocrático, como sería, sin duda, el de Donald Trump. ¡Este mundo al revés tiembla con ­razón!