Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Del collar de la reina al peinador del presidente
E

n los momentos en que Francia sufre la pérdida de más de 200 muertos y aún más heridos, víctimas de los atentados terroristas de Charlie-Hebdo, del Bataclan y del Paseo de los Ingleses en Niza, un escándalo de otro tipo agita el país e invade la prensa nacional.

El presidente de la República, François Hollande, tiene, desde su toma de función en el Elysée, un peinador exclusivo para su persona 24 sobre 24 horas, al cual se pagan 10 mil euros mensuales por este servicio. La noticia ha hecho más ruido que una bomba.

Desde luego, no han faltado los escándalos a lo largo de los distintos regímenes de la historia francesa, pero algunos, en apariencia menos graves, más ligeros que una crisis financiera o un cambio de gobierno, tienen consecuencias incalculables, semejantes a un grano de arena que atora la maquinaria entera de un Estado.

En 1785, cuatro años antes de la toma de la Bastilla y del inicio de la Revolución francesa, estalló un escándalo en la corte de Luis XVI que cimbró las fundaciones de la monarquía. Un trono debilitado y una población hambrienta fueron el escenario del famoso affaire del collar de la reina, cuyo fango salpicó de lodo y deshonor los lujosos ropajes y la persona misma de María Antonieta de Austria, esposa del rey de Francia.

Alejandro Dumas novelaría los hechos con su magnífica pluma en El collar de la reina. Como fue costumbre en sus novelas, los personajes históricos se mezclan con los ficticios, gracias a la alquimia de su escritura, otorgando una realidad más real a los inventados por el novelista. Así, los protagonistas secundarios toman la preponderancia sobre los principales. Dumas tiene el don de rehacer la Historia al extremo de confundir, no sólo al lector común, también a los mismos historiadores. Luis XIII y el cardenal de Richelieu existieron, pero el d’Artagnan del novelista y Athos son más reales para la imaginación. Digo el d’Artagnan del creador de Los tres mosqueteros, porque esta persona existió en la realidad antes de convertirse en un personaje imaginario.

En El collar de la reina, Dumas jala los hilos de las marionetas de la Historia, poniéndolos en escena más vivos que nunca. La reina María Antonieta renuncia al bellísimo collar que le ofrece Luis XVI. El rey, siempre enamorado de su esposa, más costosa para el Estado que ninguna cortesana, hace pública esta renuncia de la reina en favor de la compra de un barco necesario a la flota naval del país. Sigue la intriga, verdadero baile de máscaras de intrigantes, cuando una tal La Motte, una Valois caída en la miseria, pero descendiente de un bastardo de Enrique II, logra, gracias a su ascendencia real, introducirse en los círculos íntimos del cardenal de Rohan. Lo hace creer, gracias a cartas falsas, que la reina se interesa en él. Logrará estafarlo haciéndole creer que María Antonieta desea obtener el collar, del cual se apodera La Motte falsificando otra vez la firma de la reina. Los hechos son descubiertos, Rohan encarcelado, La Motte condenada a la marca, latigazos públicos, prisión perpetua, escándalo. Pero las cosas no terminan ahí: para la prensa y el pueblo, la liberación del cardenal implica la negación de la inocencia de la reina, culpable pues. Para colmo, La Motte se evade y desde Londres publica un libro sobre sus supuestos amores sáficos con la reina de Francia.

La credibilidad de la monarquía se resquebraja. Sin duda, había motivos más graves para rebelarse, pero eran causas financieras y políticas complicadas. El asunto del collar, saber que con su precio podía comprarse un barco, los posibles amoríos de la reina con el cardenal y La Motte, eran cosas comprensibles. Los dados arrojados, el viento del escándalo sopló barriendo todo a su paso.

El precio de un collar o el sueldo de un peinador pueden escandalizar. ¿Por qué? Acaso, porque del escándalo, al revelar el espíritu de la época, emana el olor del dinero sucio.