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Crítica de arte
A

mediados de los años 80 del siglo pasado Luis Carlos Emerich escribía que “precisamente a través del rompimiento con la vanguardia que se volvió escuela… la academia parece formar artistas para la rebelión…” (Figuraciones y desfiguros de los ochenta).

Ahora es la rebelión implícita o no en el arte conceptual la que forma academia en todas partes. No es necesario viajar mucho para constatarlo, aunque siempre sucederá que hay productos mejores que otros, valías contundentes, adefesios indefendibles y un acervo de mediocridades. Lo que ha tendido a desaparecer es el acto de juzgar que era la actividad más propia de la crítica de arte, como manifestó Robert Hughes en el enunciado de su libro Nothing if not Critical, pero este formidable autor que sobrevirá como pocos críticos, ya nos abandonó en 2012.

Por cierto que muchos somos los que seguimos consultándolo precisamente en materia de crítica de arte. Juzgar no está de moda ni lo ha estado nunca; creo, sin embargo, y debo aclarar contundentemente que los artistas cultos suelen aceptar la crítica que implica actos de juzgar y en algunos hasta agradecerla. Eso, sin embargo, no es lo común y abarca asimismo lo que se dice con el tono de enjuiciar los quehaceres de las instituciones por más altas o medianas que sean.

Hoy el acto de enjuiciar ha sufrido un menoscabo cada vez más débil y esa es una de las características que nos separa de otros tiempos, no sólo de las polémicas legendarias que llegaron a sostener Siqueiros y Rivera junto con Orozco, y Tamayo que las ligaron entre sí, sino incluso llegaron a polémicas más recientes que ya hasta están historiadas. ¿Por qué sucede esto?, por una razón obvia aunque no justificable: las hipersusceptibilidades, las rivalidades y los desacuerdos existen, de eso está hecha la materia humana y el pensamiento también es materia. Al mismo tiempo es explicable querer llevar la fiesta en paz, pero es nocivo para el estado actual de las artes cuyos portavoces no son exclusivamenrte los críticos, pero ellos tienen su parte de responsabilidad; eso es indudable, aunque desde que sobrevino la era de los curadores, que desde luego y en primer término son críticos e historiadores cuando alcanzan valía. Sucede hoy que también hay modas curatoriales que pueden ejercer personas de muy diferente formación tanto histórica como filosófica o estética, concediendo que desde luego hay excepciones incluso entre personas jóvenes.

Donde es inevitable ejercer el juicio es en los jurados sobre artes y hoy cuando los concursos, bienales y salones han disminuido considerablemente debido a la extinción (por muerte natural) del Salón Nacional, esto se ha acrecentado, a lo que se suma el hecho de que los curadores estrellas tienden por razón natural a ocupar jefaturas de curaduría o dirección de museos, algo natural, pues aunque existan auténticas vocaciones escriturales pese a que la letra con sangre entra, los resultados de un quehacer personal en el campo de las artes es mucho más visible en un museo, una sala de conciertos, una biblioteca pública, una galería independiente o una casa de la cultura, según el caso, que fuera de instancias que continuamente practican actividades que podrían denominarse performáticas (se dejan ver, se dejan sentir, se exponen y son autorales). Eso es propio, como he ejemplificado de muchas instancias, de diferente importancia y repercusión en los posibles públicos.

Pongo un ejemplo vigente que tiene sólo importancia relativa. Al momento de escribir estas líneas nos encontramos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UMAM) en periodo vacacional. Me dirijo al Museo Universitario del Chopo, porque ahí se exhibe una muestra del escultor Reynaldo Velázquez Zebadúa, excelente tallista en madera, cuya obra conozco desde hace bastante tiempo. Me lleva una cercana amiga mía, igualmente interesada en la muestra, que además le han recomendado mucho, y ha sido comentada por Magalí Tercero.

La trayectoria para llegar al museo del Chopo toma su tiempo, sobre todo si no proviene del Muac, que permanece abierto. El Chopo estaba cerrado a piedra y lodo debido a las vacaciones. Uno se pregunta: ¿los directores de los museos, sean de la UNAM o del Instituto Nacional de Bellas Artes, tienen la facultad de decidir por sí mismos las condiciones de clausura o apertura de un museo? Lo digo porque conozco esos casos y además porque sigo experimentando situaciones como las que narro. No se necesita que el director esté presente en el periodo vacacional, salvo que tenga una razón específica para estarlo o por razones de seguridad que pueden compaginarse con el tiempo necesario. En este caso sucede que El Chopo está en obra.

El otro caso vigente está referido al enunciado (pero no llevado a cabo) traslado de acervos de pinturas de Tamayo que pertenecen a diversos museos y que se ubicarían en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo. La conveniencia de eso no la puede dirimir una sola persona y me gustaría relatar el diálogo que por escrito he sostenido con Jorge Guadarrama y por otro con María Fernanda Matos. Se necesitaría un consenso general para dirimir eso con todo y el respeto y la afectuosa atención que debemos a la familia Bermúdez, socia del Patronato del museo Tamayo. Los patronatos están en jerarquía bajo la orientación el museo respectivo, pero en este caso también de los directores de los museos que poseen obra de Tamayo en sus respectivos acervos.