Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La desafiante Carmen Aristegui
E

l mismo Enrique Peña Nieto se encargó de revivir el caso de la Casa Blanca. En el marco de la promulgación del Sistema Nacional Anticorrupción, el Presidente refrescó la memoria agraviada de un acto teñido por la suspicacia de lo ilícito y cobijado por la impunidad. El perdón pretendió ser un lance para recuperar la aceptación política de un presidente devaluado, se entretejió con la denuncia de acoso judicial de la periodista Carmen Aristegui, quien en conferencia de prensa dijo: En México el Presidente pide perdón por la Casa Blanca y a los periodistas que la investigaron se les acosa judicialmente (...) se pretende imponer una mordaza para expresar nuestras ideas. ¿De qué perdón estamos hablando, presidente Peña Nieto? Se ha puesto sobre la mesa nuevamente la relación entre medios y poder, los inquietantes vínculos entre el poder político y el libre ejercicio de la libertad periodística. Es gravísimo que la familia Vargas, propietaria de MVS, acose judicialmente a la periodista Carmen Aristegui y quiera, como en la antigua Inquisición, mutilar libros inoportunos, tal como acusa Ricardo Cayuela, director editorial de Penguin Random House. Al releer el prólogo escrito por Carmen, objeto del litigio judicial, encuentro excesivo el reclamo de Joaquín Vargas. Aristegui manifiesta extrañamiento por el giro en el comportamiento de la familia Vargas que hasta ese momento se había conducido con rectitud. Deja ver las presiones políticas y la fragilidad de la empresa radiofónica a la coacción gubernamental.

Una primera consideración obvia: difícilmente en nuestro contexto se puede separar la política real de los medios de comunicación. La experiencia de poder del grupo del presidente Peña Neto en el estado de México, ha sido no sólo controlar, sino someter a los medios como estrategia de gobernabilidad. Sería poco prudente pasar por alto la mancomunidad entre 2009 y 2012 entre Peña Nieto y las televisoras, en especial Televisa. En el actual sexenio la libertad de expresión peligra, así como el ejercicio del oficio periodístico: Veracruz es el ejemplo dramático de persecución del libre ejercicio de la información. Por más golpes de pecho que se dé Joaquín Vargas, la salida de Aristegui de MVS fue un acto político en que el empresario arropó su empresa ante vulnerabilidades y asechanzas del gobierno.

El perdón del Presidente y la denuncia de Aristegui han abierto un boquete político en que las posiciones de actores se desnudan ante un debate polarizado. El presidente Peña insistió en que el nudo del problema fue la percepción ciudadana de la adquisición de la Casa Blanca; provocó en cambio, una avalancha crítica. La recepción de su mensaje ha provocado discrepancias; algunos articulistas se han apresurado a aplaudir el gallardo gesto presidencial, mientras en las redes sociales se destila indignación y se demanda al Ejecutivo federal pasar de los discursos a medidas concretas y correctivas en materia de corrupción e impunidad.

Carmen Aristegui es una periodista de larga experiencia. Indudable es su alta capacidad de convocatoria, que se sustenta en la congruencia, firmeza y el ejercicio de un periodismo de investigación que desnuda los abusos del poder y desenmascara a los omnipotentes. Con vehemencia y a veces terquedad, la comunicadora da seguimiento a los casos noticiosos marcados por la arbitrariedad e injusticia. De tal suerte que Carmen representa también un periodismo inteligente de denuncia. Goza de la admiración de un sector importante de la sociedad y el respeto de una importante fracción de una audiencia intelectualmente crítica y politizada. Sin duda, Carmen es una de las periodistas más relevantes, ha recibido diversos reconocimientos profesionales nacionales e internacionales; es ubicada como una de las mujeres de mayor influencia política y mediática en México. Como ave de tempestades, su trayectoria periodística le ha provocado numerosos detractores. Temor de ciertas élites y punzantes envidias de colegas. Muchos de éstos la califican de parcial y antisistémica; con ironía la llaman la pasionaria de los medios. Otros cuestionan el rigor de sus investigaciones y posicionamientos públicos. En algunos críticos es claro el sesgo y una hostilidad comprada; en otros hay misoginia y animadversión malqueriente. Como muestra está el polémico libro de Marco Levario Turcott: El periodismo de ficción de Carmen Aristegui (Urano, 2013), en que pretende demostrar que Aristegui recurre a las mismas estratagemas del periodismo más cuestionable al omitir o manipular información.

Pese a irreconciliables antagonistas, Carmen Aristegui es considerada la mejor periodista de México; podrá equivocarse, pero sin duda es valiente y atrevida. En nuestra chipoteada cultura política, ella se ha convertido no sólo en una comunicadora, sino en actor político destacado, en una conciencia crítica, entre otras razones porque sus opiniones y trabajos periodísticos encuentran correspondencia con lo que amplios sectores ciudadanos piensan. Tiene miles de seguidores, que sus detractores califican de fanáticos izquierdistas. Para muestra, sus litigios con la W y MVS han provocado importantes movilizaciones sociales e intensas protestas en las redes sociales, es decir, sus despidos se han convertido en potenciales conflictos sociales.

Conozco a Carmen desde hace más de 20 años. En sus diferentes espacios me ha invitado a compartir con sus audiencias mis investigaciones y trabajos sobre la incidencia política y social de lo religioso en México. Es una mujer honesta y virtuosa. Su caso me impacta, porque en cierto sentido he sufrido en carne propia un despido injustificado en radio. También se argumentaron lineamientos que ocultaron presiones políticas. Finalmente, siendo esquemáticos, hay un claro conflicto triangular: Aristegui, Peña Nieto y los Vargas. Resulta curioso que se han deslindado tanto la Presidencia como Joaquín Vargas. Presidencia alega que es un conflicto entre particulares, mientras Joaquín insiste en que no tuvo presión alguna del gobierno para despedir a Aristegui. Sólo Carmen encara ambos y los imbrica: vemos cómo los hilos del poder se extienden hasta un empresario de los medios de comunicación que ha sido partícipe de la maquinación para expulsar a todo un equipo de periodistas del aire y desatar una andanada judicial en su contra. Frente a dichos deslindes lo que cuentan no son las palabras, sino los hechos. La historia dará su veredicto.