Opinión
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Foro de la Cineteca

Maldito cielo

R

efugio de perdedores. Difícil apreciar de modo cabal, sin conocer su obra anterior, el cometido artístico real del estadunidense Nathan Silver en Maldito cielo (Stinking heaven/ Paraíso apestoso, 2015), su sexto largometraje, cuyas pistas de interpretación se difuminan y confunden a medida que progresa la trama. Atendiendo a la sinopsis, nos enteramos de que un grupo de ex-toxicómanos integra una comunidad en un caserón de Nueva Jersey y que la acción sucede en los años 90. El propósito de superación personal de los miembros de este grupo, donde conviven jóvenes y ancianos, heterosexuales y lesbianas, alcohólicos y drogadictos, semeja, de modo caricaturesco, a un colectivo de autoayuda, sobre todo cuando alguno de sus líderes insiste en reforzar las prohibiciones. Nada de drogas en el lugar, aunque sí se tolera cierto grado de promiscuidad sexual.

Parte de la terapia comunitaria consiste en escenificar recreaciones de las conductas pasadas filmándolas con una cámara VHS, para luego proyectar los videos al grupo. Y es aquí donde la actividad de los antiguos drogadictos se confunde con el trabajo mismo del cineasta, que decide conferir a Maldito cielo un aspecto muy deliberado de película improvisada y sucia, con tomas siempre muy cerradas y un escrutinio casi clínico de los rostros. Todo transcurre así con aparente armonía, hasta el momento en que la llegada de la joven Ann (Hannah Gross), ex amante de uno de los integrantes del grupo, rompe con todas las reglas y hace que cunda el pánico y el caos, poniendo en evidencia la falsedad y locura de todo el proyecto de rehabilitación fallida.

Esta apuesta por incursionar de modo provocador en un terreno de descomposición social y enfatizar con cámara en mano la fealdad física y moral de un grupo de parias en un suburbio triste, no es del todo novedosa. Nathan Silver acomete aquí, de modo no menos caótico que lo que retrata, parte de lo que con mayor consistencia y brío plasmaron en algunas de sus cintas los independientes Larry Clark (Kids, vidas perdidas, 1995) o Harmony Korine (Trash humpers, 2009). Amalgamar a tal extremo la observación propia con la que supuestamente hacen los antiguos toxicómanos de sus propias experiencias crea por supuesto una exasperante sensación de encierro, pero a su vez anula toda empatía o interés del espectador por personajes tan unidimensionales como desagradables. La exploración estética del filme sucio, que juega con la improvisación, con el video casero en clave serie B, y con el artificio de hurgar en material audiovisual perdido (found footage) de los años 90, pronto se revela como una empresa laboriosa y afectada. Todo un nihilismo retro, casi vintage, que resulta ser la más paradójica de todas las nostalgias.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 13, 15 y 17 horas.

Twitter: @Carlos.Bonfil