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El festival de Guanajuato rindió homenaje a la cineasta japonesa

Fascinante, cómo una cámara es una máquina del tiempo: Naomi Kawase
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Naomi Kawase durante el tributo en GuanajuatoFoto Juan José Olivares
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Periódico La Jornada
Viernes 29 de julio de 2016, p. a10

Guanajuato, Gto.

En una ocasión, el dios del cine bajó y le ofrendó una cámara para seguir el camino de registrar con imágenes. Así resumió la japonesa Naomi Kawase su vida en el séptimo arte.

Lo hizo durante una charla en el Teatro Principal, en Guanajuato, en el contexto del 19 festival de cine, que el miércoles le rindió un homenaje.

Originaria de un bello y antiguo pueblo: Nara, donde se crió, creció y actualmente vive en medio de la naturaleza, Kawase ha sido la realizadora más joven en obtener la Cámara de Oro, en el festival de Cannes. Fue en 1997 por su película Suzaku.

En su población, Kawase era sólo un jugadora de baloncesto. Quizá no había mucho qué hacer. Fue hasta a los 18 años, cuando disputaba un partido, que reflexionó que en ese deporte se juega con cuenta regresiva. Que el tiempo se consume.

Cuenta que no pudo contener las lágrimas. Su entrenador le dijo que no estuviera triste por perder. Pero ella sollozaba porque entendió que los humanos pueden desperdiciar el tiempo sin cumplir sus sueños.

En ese momento decidió dedicarse al cine. Se fue a Osaka a estudiar artes visuales. No sabía nada de cine ni de directores o artistas. Sólo me enseñaron a enfocar, y luego a apretar el gatillo de la cámara súper 8.

Cuando esa camarita le llegó y comenzó a jugar con ella, el correr de la cinta produjo un sonido mágico que le quedó marcado. Era su camino y su sueño, porque no podía creer, comenta, que ese artefacto pudiera captar el tiempo. Sí, era una máquina del tiempo que me fascinó... Un día, hasta temperatura me dio por estar pensando tanto en cine.

El haber sido abandonada por sus padres le hizo crear su primer documental, Embracing (Ni tsutsumarete), en el cual durante un año se dedicó a buscar la huella de su padre.

“Un día me dije: ‘lo voy a buscar con mi cámara por todo el mundo’. Pude alcanzar sólo a ver una foto de él”. Posteriormente hizo otro documental: Katatsumori. En un año captó la vida cotidiana de quien la crió: su abuela, figura central en su vida.

Sus trabajos comenzaron a ser reconocidos sin que ella siguiera conociendo mucho sobre el mundo del cine. De hecho, luego del reconocimiento de sus primeros filmes, desconcertada, no sabía por qué cuando la premiaban le regalaban tantas flores para reconocer su trabajo en vez de arroz; yo era muy pobre, confiesa.

Pero siguió lo que su instinto le dictaba y ahora tiene 11 documentales y 10 largometrajes de ficción, que han sido premiados en diversos encuentros fílmicos, como el de Cannes.

Con lenguaje audiovisual de esencia bucólica habla de personas normales, que son más reales. De los marginados, los excluidos por la sociedad, por esa gente que tiene poca información y crea prejuicios.

Naomi dice que conduce a sus actores por medio de su corazón, de sus emociones.

Lo hace con un método que involucra su sentir de manera directa. Si su personaje es un cocinero, su actor tiene que aprender a profundidad a cocinar, o lavar los platos. Los hace vivir en el lugar mismo donde se grabará para que respiren el ambiente. Si el protagonista es pobre, tiene que sentir la pobreza. Eso, dice, le da un toque más de documental, más real.

Asevera: Sólo quiero que experimenten con su corazón y que luego actúen.

Alguien de la audiencia le cuestionó sobre un declive del cine japonés.

Comenta que ese cine de raíz de su país cada vez se ve menos. Ahora “hay mucho manga o remixes de la televisión”.

Por eso ella lo intenta creando su propio festival de cine, en Nara, su terruño, donde, asegura, todavía se puede vivir la convivencia entre realizadores, sobre todo, los locales.