Cultura
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Los Contemporáneos y su tiempo
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iene razón Arturo Souza: tuvieron que pasar cinco generaciones para ver de cuerpo entero al grupo Contemporáneos. Y no porque no existieran elementos que nos ayudaran a hacerlo. Además de los textos que han dedicado a ese conjunto de escritores Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, existen tres acercamientos dedicados específicamente a ese grupo sin grupo, a ese grupo de soledades, hechos por Miguel Capistrán, Guillermo Sheridan y Luis Mario Schneider.

A otra escritora a quien Salvador Novo llamaba su sobrina debemos quizá algunos de los mejores retratos del autor de Nuevo amor y de Jorge Cuesta.

En Dos veces única de Elena Poniatowska vemos al lúcido y cosmopolita Jorge Cuesta en París, enmudecido ante André Breton y dudoso de su francés. Al mismo que en su breve viaje a Europa sueña con tamales jalapeños y cree que, por el sangrado de sus hemorroides, se está convirtiendo en mujer.

Aunque son conocidos los desplantes de Novo, aparece en Dos veces única como un habitué de la casa de Diego Rivera y Lupe Marín. ¿Se imagina al autor de La Diegada (esos sonetos escritos con bilis y caca, a decir de Octavio Paz, Qué puta entre su podres chorrearía por entre incordios, chancros y bubones a este hijo de tan múltiples cabrones) poniéndose al día de la bohemia parisina en la casa del propio Diego? Rivera, hay que recordarlo, conoció los movimientos vanguardistas de manera directa: ilustró por ejemplo la célebre revista Minotaure dirigida por André Breton y participó en el movimiento cubista incorporando notablemente el color como puede verse en su Paisaje zapatista.

No sorprende que al circular La Diegada la propia Lupe Marín fuera a buscar al cronista de la ciudad a su oficina para reclamarle y que éste se encerrara a piedra y lodo durante todo el día.

Además de Madrid, fueron dos los centros de atracción y repulsión de las vanguardias hispanoamericanas. Buenos Aires con la mítica revista Sur (Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares, José Bianco) y México con Contemporáneos (Pellicer, Novo, Villaurrutia, Gorostiza, Torres Bodet), y el grupo de los estridentistas (Maples Arce, Arqueles Vela y List Arzubide).

Si todos esos grupos coincidieron en enfrentarse al modernismo (encarnaron la invitación de Enrique González Martínez para torcerle el cuello al cisne de engañoso plumaje por no sentir el alma de las cosas), también coincidieron en conjurar contra ellos mismos. Los estridentistas criticaron a los Contemporáneos por reaccionarios y cosmopolitas y estos últimos a los primeros por comunistas.

Como sea, todos esos grupos animaron la mesa de la cultura de manera notable durante la primera mitad del siglo XX. Los ecos de sus polémicas y sus propuestas estéticas aún provocan curiosidad: la exposición Pseudomatismos de Rafael Lozano-Hemmer en el Muac fue un homenaje al surrealismo pero también, según el artista, al estridentismo, y la exposición Los Contemporáneos y su tiempo en Bellas Artes documenta el interés entre los jóvenes por poetas como Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer y el propio Salvador Novo.

Si en la literatura de los Contemporáneos las transformaciones más evidentes ocurren en los poemas, según Carlos Monsiváis, el afán renovador se expresa también en la pintura, el teatro, el ensayo literario, el periodismo cultural y político. Todo eso es posible verlo en Los Contemporáneos y su tiempo a través de cartas, revistas, recortes de periódicos, cuadros e insólitas fotografías, como aquella en la que aparecen en el escenario Antonieta Rivas Mercado y Xavier Villaurrutia. Aunque no es la primera exposición sobre Contemporáneos, sí es, me parece, la más completa.

Es cierto que Contemporáneos tuvo un espíritu universalista, pero eso no les impidió rescatar para sí la patria íntima de López Velarde.

Poco importa que aún se discuta si Contemporáneos fue una generación o un conjunto de escritores, si fue un grupo de amigos, un grupo sin grupo o un grupo de soledades.

Contemporáneos y su tiempo nos muestra más que a un conjunto de escritores y sus propuestas estéticas la continuidad de la cultura: nada viene de nada y sólo se puede romper con lo que se tiene.

Allí aparecen, por ejemplo los maestros de este grupo de escritores. Allí están: José Juan Tablada, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, que siempre tuvo claro, como Octavio Paz, que el universalismo de Contemporáneos no reñía con lo propio, o un Pedro Henríquez Ureña que socratizaba a un jovencísimo Salvador Novo.

La novedad de varios de los textos y poemas de Contemporáneos es que, lejos de haber perdido su actualidad, la han reafirmado. Parece que sus poemas y no pocos de sus ensayos fueron escritos para el presente, para el lector de hoy, que sin haberlos conocido escucha en sus voces su voz.