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A México le dan miedo las mujeres: Verónica Castro
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La actriz y cantante Verónica Castro en una imagen promocional de su espectáculo Aplauso
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n telefonazo de La Vero llamándome mi amor me hace ir a Aplauso (un musical para una estrella) en el teatro San Rafael. Llevo a mi nieto de 15 años, Cristóbal Hagerman, quien, acostumbrado a enfrentarse al oleaje del mar ahora se enfrenta al oleaje de aplausos que vuela y cubre con una ola gigantesca de diamantes a la Campanita de Peter Pan, La Vero, delgadita, cintura de avispa, sin alas aparentes y una larguísima cabellera de bucles castaños. A la semana, pienso que debería devolverle la cortesía entrevistándola y me dice que sí, que mañana a la siete. Caigo en uno de esos edificios blindados a un lado del Bosque de Chapultepec en los que sólo sube la caja fuerte del elevador, si el dueño del departamento lo ordena.

El departamento es kitsch y haría las delicias de Pedro Friedeberg con su oso blanco que acuesta su noble cabeza sobre el piso, sus tigres y panteras, sus tibores que van de piso a techo (“porque cuando estuve en Asia, en China, promoviendo Los ricos también lloran, me fue muy bien, y me compré obras de arte chino y me las mandaron en barco. Después vino Rosa Salvaje. Yo creo que las telenovelas nos hicieron entrar al mercado internacional y por ellas hemos tenido una repercusión que no ha tenido ningún libro…

(“De todas mis obras es Rosa Salvaje con la que más me identifico, la que más me divirtió, porque se me parecía, como de la calle, dicharachera, más yo. Me sentí cómoda porque el autor y el director me permitieron hacer cambios: ‘Sí, Vero, tienes derecho a usar el lenguaje que tú quieras’. Yo soy popular natural, no fue ningún esfuerzo que me saliera lo india pata rajada. Mi personaje de la calle tenía que lidiar con todos los problemas de esta ciudad cada vez más dura”.)

Dos atlantes de oro sostienen sobre su dorso encorvado una mesa de cristal, mientras Verónica Castro explica que le habría gustado interpretar a Tina Modotti. “Estuve fastidiando mucho tiempo a todos los productores de Televisa, incluso a mi hermano, Alberto Castro: ‘Tenemos capítulos de sobra aquí’ –alegaba yo. En fin, me hubiera apasionado ese papel. Nunca es tarde cuando la dicha es buena. Ahora que se está haciendo tanto cine, ojalá que a alguien se le iluminara la cabeza para que ese personaje no se nos vaya a escapar de las manos”.

–¿Crees que México es cruel con las mujeres que quieren destacar?

–Sí, definitivamente. Eso de que el machismo desapareció no es cierto. También es cierto que las mujeres somos muy fuertes pero NO se nos permite desarrollarnos ciento por ciento. México tiene una deuda con nosotros. Yo creo que a México le dan miedo las mujeres.

La diplomacia me hubiera encantado

“En la UNAM, en Relaciones Internacionales, las que más estudiábamos, las de las mejores calificaciones, siempre fuimos las mujeres. Los hombres se quedaban a la mitad o conseguían un trabajito o la abandonaban. Yo hice la carrera en la Facultad de Ciencias Políticas y estudié Relaciones Internacionales. Víctor Flores Olea era el director de la facultad en ese tiempo. También me cruzaba con Enrique González Pedrero, con Pablo González Casanova y, más tarde, cuando viajé como actriz a Centroamérica, Sudamérica y a Europa encontré a muchos de mis compañeros ya cónsules o funcionarios de embajadas. Me decidí por la actuación porque me empezó a ir muy bien, aunque sí me llamaba mucho retomar mi carrera en la UNAM, y decía yo: ‘Algún día’.

“Tuve oportunidad de volver porque una mañana me llamó el que iba a ser nuestro presidente, Luis Donaldo Colosio, para ofrecerme entrar a la Secretaría de Relaciones Exteriores. Era el momento. En esos días me encontraba en una entrevista de radio cuando de pronto escuché un grito terrible y me enteré de que lo habían matado. Me dolió muchísimo y pensé: ‘La primera persona que me llama para hablar de mi carrera y hacer realmente lo que yo estudié se nos fue’. ¡Qué gran desilusión! La diplomacia me hubiera encantado, pero viajar como actriz a tantos países de América Latina, a Rusia, a China, a Europa, a África, a Australia es también una forma de diplomacia.

–¿Te hubieras llevado a Cristian contigo?

–Yo creo que sí. No sé si él hubiera seguido la carrera de cantante, a lo mejor sí, porque a él le gustaba desde muy chiquito… Yo creo que las cosas suceden porque así deben de ser y punto, pero sí me quedé con muchas ganas. Siempre me interesó luchar por mi país. En todas mis giras me metí con lo que estaba pasando en México. Cuando empezaron a entrar los barcos italianos a la Riviera Maya me invitaban a ser la madrina de la primera embarcación y la segunda y la tercera, y reflexioné muchísimo en todo lo que podríamos hacer en turismo. Hasta la fecha nadie ha hecho bien las cosas con todas las bellezas que tenemos en México. Somos muy descuidados y estamos mal promocionados. Por más que han pasado cosas terribles en el país y siguen pasando, no se acaba. México es muy noble. Hay tantas maravillas a las que los secretarios de Turismo no saben sacar provecho. De haber pertenecido yo a la Secretaría de Relaciones Exteriores o a la de Turismo, Acapulco no estaría destruido, sucio, abandonado, sin control. Y sin embargo México no se acaba, México no se acaba…

–¿Por qué te enamoraste del Loco Valdés?

–Es muy inteligente, atrevido, divertido. Es muy correcto, muy serio, muy encantador y coquetón con las mujeres. Además, yo estaba muy chamaca, estudiaba en la UNAM y él estaba en el programa Operación Jaja. Entré a los 14 años, lo fui conociendo y empezamos a hacer teatro, los Tenorios. Hice a Doña Inés con Paco Malgesto, muy inteligente el señor; trabajábamos en la W, en el estudio Verde y Oro, y en el Azul y Plata, los dos estudios de la W en los que hacíamos concursos con Neftalí López Páez. En el teatro nos dio tiempo de convivir y me enamoré de lo coqueto y de lo ocurrente que era, de lo caballeroso y lo culto.

–Pero te enamoraban muchos otros… Cuentan que en la UNAM se arremolinaban los chavos en torno a ti y te invitaban a las islas…

–Yo creo que él fue quien más se arriesgó; yo también me arriesgué mucho. Me costó trabajo hacer la carrera y de repente quedar embarazada. En la UNAM, sin dinero, prácticamente estábamos saliendo adelante y de repente me pescó el embarazo, muy despistada, muy chavita, así fue lo de Cristian, en 1974. Michel, mi segundo hijo, es hijo del empresario Enrique Niembro. Él ya fue después, con más conciencia y con una estabilidad, ya no me hacía falta nada.

Toreando intelectuales

–¿A los intelectuales les ganabas la partida cuando los entrevistabas?

–Pues no es que les ganara la partida, pero les entraba por el lado humano, suave o divertido. (Cierra sus legendarios ojos verdes). Yo no entiendo esa palabra de intelectuales. En mi carrera en la UNAM decían que ser intelectual es sinónimo de pesadez, de pretensión. Dije: Si son lentos y pretenciosos, me los llevo por la parte divertida. Los toreaba con el doble sentido, haciéndolos reír, tratando de irme por el lado más humano, porque la verdad si te pones al tú por tú con un personaje de ese tipo, no le vas a ganar. Me quedé prendada de Carlos Monsiváis, fue una de las gentes preparadas que amé; él sí era un personaje de la vida real, fácil de amar, fácil de entender, fácil de querer, fácil de leer. Con él tuve muy buena relación, lo quise mucho y le caí muy bien, me lo decía: ¡Qué chistosa eres, qué simpática!, y yo le decía: Usted también, maestro. ¡No me digas maestro ni me digas de usted! También le hice un programa especial a Zabludovsky, antes de su salida de Televisa, el señor de las noticias tieso y correcto, al que le descubrí el lado humano.

–¿Piensas que México hizo a María Félix respondona?

–Yo creo que todo la hizo brava: su forma de ser y de actuar. La Doña le dio la vuelta al mundo. Fue genial conmigo, atenta, cariñosa. Sentí que le faltaba alguien con quien platicar, abrirse. Siempre me pedía: Quédate un rato más. Otro té. Otro té. Siéntate, siéntate. No te vayas, “Doña, yo tengo programa”. La visité durante tres meses en su casa de Campos Elíseos. Le aprendí un montón y me di cuenta de que detrás de su carácter fuerte y déspota había gran necesidad de cariño.

–¿Y tus obras de teatro y tus películas?

–Me he divertido mucho. Siempre trabajé para hacer reír, pero en Aplauso hay tristeza, el sufrimiento que tiene una actriz que va de salida y a la que la juventud se le escapa y no puede hacer nada, porque la edad está contra ella. El tiempo es malo, es perverso, a todos nos pega duro. Para mí es lógico ceder el paso a la gente joven, a los nuevos, a los estudiantes, a los que tienen la ilusión de subir al escenario. Gente como Gloria Toba, por ejemplo, nos sorprendió porque resultó no sólo la mejor cantante y la mejor bailarina, sino la de mejor presencia y mejor cuerpo. Desde el primer momento saltó fuera del ensamble. También otra actriz buenísima es Betty Monroe. Esa es la gente a la que me gusta traerme, la que estudia y se prepara, la que lucha y es capaz de dejar la vida por el escenario. Esa es la gente que quiero agarrar para dejarla en mi lugar o en lugar de quién sea. En Aplauso también hay jóvenes muy preparados llamados a ser figuras importantes.

–¿Nunca sientes envidia por otra actriz?

–No la he sentido porque nunca he deseado ser como nadie. Quiero ser exactamente diferente a todo lo que veo y conozco. Si se ponen el pelo de un lado, yo me lo pongo del otro; si se visten de un color, busco otro totalmente diferente. Soy contreras, esa es la verdad. Así he sido desde que tengo uso de razón. En ese aspecto soy muy auténtica, porque hago lo que se me da la gana cuando se me da la gana y me ha funcionado. No digo mentiras.

–Todos decimos alguna vez una mentira…

–No, bueno, claro, piadosas, pero una mentira que afecte a mi gente o al público, jamás.

–¿No has invitado aquí a tu casa al pintor que se viste de cebra, Pedro Friedeberg? Lo harías muy feliz.

–Lo voy a invitar.

Aunque los tigres en los cuatro rincones fingen estar dormidos, seguro nos escuchan, así como observan amenazadores los dientes de marfil de innumerables elefantes y unos sillones techados, blancos y espumosos que tragan al incauto como esas plantas devoradoras de insectos.

Al ver mi asombro, La Vero me explica: “Una amiga mía tuvo una mueblería en Insurgentes hace 40 años en la que vendía animales disecados que se pusieron de moda. ‘Vero, te voy a meter a mis animales, porque me van a cerrar la tienda y no sé qué voy a hacer’. Entonces les di posada y no podría yo deshacerme de ellos”.

–¿Sientes que las mujeres han ganado terreno en los años recientes?

–No. Al contrario, hemos perdido tanto terreno en nuestro espacio personal que siento que estamos perdiendo el derecho de hablar, de caminar, de expresar. Lo perdemos por estúpidas y estúpidos, mujeres y hombres y es lo único que no puede perder el ser humano. La libertad la perdemos por tontos. A lo mejor no sabemos luchar por ella ni defenderla. Alguna vez luché por mi libertad, por no tener un contrato, una atadura, una firma y cuando lo logré estuve muy a gusto. Ahora, al salir de tu casa, todos coartan tu libertad. No puedes hablar, no puedes mirar, no puedes comer, no puedes tomar, no puedes detenerte en la calle, no puedes llamar a un taxi. Me siento atada y no puedo estar atada, porque lo que más amo es mi libertad.