Opinión
Ver día anteriorMartes 16 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Luvina en París
P

or fortuna, París se vacía de sus habitantes durante el periodo más caluroso y asoleado del año. Porque desierta entre brumas parecería una ciudad fantasma, poblada de espectros y otras apariciones aún más temibles. Los momentos culminantes de este abandono corresponden a la semana de la Asunción. A las vacaciones de verano se agrega el puente formado alrededor del 15 de agosto, fecha de festejos a la Virgen María, lleve el nombre que lleve, pues se la celebra en especial en Lourdes, sitio de la más grande peregrinación religiosa en Francia, país donde la cohabitación no es sólo política, pues si presidente y primer ministro pueden pertenecer a partidos opuestos, la laicidad y el catolicismo conviven sin atropellos en esta nación.

República laica, pues, no dejan de ser feriadas las festividades católicas y el trabajador más ateo no protesta cuando tiene libres los lunes posteriores a los domingos de Pascua y Pentecostés, las fechas de Navidad o la Asunción de la Virgen.

En efecto, si esta desertificación ocurriese entre las brumas y sombras invernales, la procesión que tiene lugar en París el 15 de agosto podría hacer creer en aparecidos casi shakesperianos al fondo de la escena convocando a Macbeth. Procesión sumamente enigmática pues las numerosas personas que la forman aparecen quién sabe de dónde en esta ciudad despoblada. Surgen acaso de la nada, deben pasar entre los muros y, si no flotan, es porque la ley de la gravedad reina, sin duda, incluso en los infiernos. O, sobre todo, en ellos, lugar donde la risa debe ser rara.

Pero, ¿a dónde diablos, puesto que de infiernos se trata, pasan los parisienses en estos días? Al parecer, se van a las orillas del mar, a la montaña, al campo, a algún pueblito pintoresco del sur de Francia. Nada más que para acceder a esos oasis, pasan antes por carreteras y autopistas. Y no sólo ellos, también viajeros venidos del norte de este país y de nortes más lejanos.

En un París, aún más desierto que nunca, pues a vacaciones y puente de la Asunción se suma la deserción del turismo, consecuencia de los atentados terroristas en el país, en especial en la capital, en Niza y el pueblo cercano a Rouen donde asesinaron a un sacerdote en plena misa. Los raros comerciantes que abren sus tiendas no cesan de quejarse de las pérdidas financieras que sufren este año bares, cafés, restaurantes, hoteles, almacenes estilo Galerías Lafayette y otros.

Pero, para los franceses, las vacaciones son sagradas. Ningún terrorista va a impedirles agarrar tren, avión, autobús o automóvil privado, sobre todo éste, para irse de vacaciones. Los parisienses, en especial, parecen huir su ciudad con prisa, deseosos de olvidarla durante unos días.

Así, todo este bello gentío se lanza casi a las mismas horas a las carreteras, convertidas de súbito en los más largos estacionamientos de esta parte del mundo. Uno de los embotellamientos de estos días alcanzó la venerable dimensión de 850 kilómetros. Un récord para el Guinness a rebasar al regreso o, de pierdes el año que entra. Porque los récords son superables como prueban los actuales Juegos Olímpicos.

Este embotellamiento me recuerda el magnífico cuento del gran cronopio, Julio Cortázar, donde narra un regreso a París. Los autos caen en un embotellamiento. Inmovilizados durante horas, los pasajeros bajan de sus carros para estirar las piernas, pasan más que unas horas, un día, una noche, la cuenta del tiempo se pierde, los viajeros atrapados en la trampa entablan conversaciones, se forman amistades vecinas, un hombre y una mujer se enamoran. De pronto, los autos comienzan a avanzar, la autopista se despeja, los coches aceleran, la pareja enamorada no alcanza a intercambiar nombres, apellidos, direcciones. Se pierden entre la multitud de automóviles que refunfuñan el ansia contenida a toda velocidad.

Lo que noimpidió a Julio viajar con mi querida Ugné Karvélis tantas veces y tantos kilómetros, y viajar con Carol hasta el confín de la ruta.