Opinión
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La querella contra el Estado laico
L

a diversidad de la sociedad hizo necesario el Estado laico. En cada país se construyó la laicidad estatal de formas distintas. No hubo, y no hay, un modelo que fuese posible traspasar de una realidad social a otra. La construcción del Estado laico ha tenido vías distintas, pero su objetivo central es regular los derechos de una ciudadanía que es plural en los distintos órdenes de la vida.

En México la lid por la laicidad del Estado se fue acrecentando a partir de los años posteriores a la Independencia y alcanzó, legalmente, su objetivo con las Leyes de Reforma (1859-1860) de Benito Juárez. Sin embargo, una cuestión fue la victoria jurídica y otra implementar y bajar a la cotidianidad social las disposiciones jurídicas. Con todo, en nuestro país el predominio sociocultural de la Iglesia católica romana recibió un durísimo golpe, que puede aquilatarse mejor si tenemos en cuenta la querella contra el Estado laico que azuzan hoy los adversarios conservadores de la diversidad social y los derechos consustanciales a tal pluralidad.

En la primera línea de combate contra la laicidad de las instituciones estatales se encuentra lo más recalcitrante de la cúpula clerical católica. Tiene como compañeros de ruta liderazgos de otras confesiones religiosas; entre ellas hay representantes de iglesias protestantes/evangélicas, que han perdido el conocimiento histórico de cómo fue posible la consolidación de las células no católicas existentes previamente a la garantía legal que posibilitó su normalización en México. Al desconocimiento histórico hay que sumar la confusión, el despiste en que incurren cuando presionan para que se nieguen derechos ciudadanos que consideran ajenos a su marco ético/conductual.

Para comprender la dimensión del despropósito clerical de que se arrincone legalmente a minorías consideradas indeseables y disolventes de la idiosincrasia nacional (¿acaso nada más existe una?), es necesario abrevar en legados intelectuales como el de Carlos Monsiváis. En estos tiempos de confusión hace falta claridad mental para dilucidar lo que está en juego con la andanada por la reconfesionalización, aunque sea parcial, de las instituciones estatales. Monsiváis, en El Estado laico y sus malquerientes (crónica/antología), UNAM-Debate, México, 2008, escribió que lo contrario a la unanimidad de la fe es la tolerancia, que los conservadores del siglo XIX juzgan el equivalente de la profanación. Es, precisamente como profanación a concepciones religiosas (por otra parte válidas, a condición de no buscar el respaldo del Estado para imponerlas a la ciudadanía) que los partidarios de la uniformización valorativa presentan su contienda, pero la disfrazan de preocupación por toda la sociedad, que según ellos se irá sin remedio al abismo.

Definir las características del Estado laico y/o las de un régimen de laicidad es un ejercicio que ha derivado en múltiples intentos y aproximaciones teóricas. Considero que la definición de Roberto Blancarte clarifica el asunto, pues, de acuerdo con él, “la laicidad (…) es un tipo de régimen que puede o no tener ese nombre, pero que esencialmente se ha construido para defender la libertad de conciencia, así como otras libertades que se derivan de ella (de creencias, de religión, de expresión, etcétera). Es una forma de organización político social que busca establecer en la medida de lo posible la igualdad y la no discriminación. Se puede decir, de la misma manera, que es un instrumento jurídico político que las sociedades han creado, particularmente las occidentales, para que la pluralidad pueda ser vivida de manera pacífica y armoniosa” ( Para entender el Estado laico, Nostra Ediciones, México, 2008, página 7).

El adversario histórico en México de la libertad de conciencia ha sido la Iglesia católica y sus liderazgos; éstos mantuvieron hasta donde fue posible, con el apoyo del Estado, contenida la diversidad que paulatinamente se fue abriendo paso. Las Leyes de Reforma no pluralizaron por sí mismas a la sociedad mexicana, sino que le brindaron cauces a una diversidad ya existente, pero que no podía consolidarse por tener en contra la simbiosis Estado-Iglesia católica.

La libertad de conciencia tiene manifestaciones que ciertas particularidades confesionales, mentales y valorativas preferirían que no tuviesen espacio en la sociedad, pero es tarea del Estado laico garantizar los derechos que pueden no ser del gusto de algunos y que, sin embargo, en tanto sean ejercidos de forma electiva y pacífica, deben ser reconocidos por un régimen de laicidad, en el cual la diversificación tiene protegida su existencia.

La querella contra el Estado laico y la lid por restringirlo al reconocimiento de unos derechos, pero la negación de otros, tenidos éstos por la óptica clerical conservadora como aberraciones, pareciera a algunos una gesta encomiable. En realidad es una intentona por revertir una noción con la que han debido convivir a regañadientes, porque ya no tienen el poder para extirparla de la sociedad. A disgusto, los malquerientes de la libertad de conciencia la quieren restringir, con la estratagema de ser paladines defensores de la débil sociedad mexicana, que necesita su tutelaje.