Opinión
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México SA

EPN y sus profetas del desastre

Los medios, culpables del fiasco

IV Informe: nada que presumir

E

l inquilino de los Pinos está ofendido y se siente agredido, por lo que arremete en contra de quienes considera los causantes de todos los males, excesos, yerros y carencias, pero sobre todo, de la ostentosa falta de resultados y el rechazo generalizado a su gobierno.

Enrique Peña Nieto llega a su cuarto Informe de gobierno con las manos vacías y la aceptación en el suelo, la peor de todos los tiempos modernos. Y los culpables de todo esto son, dice, los medios (los malos, desde luego, porque la mayoría está alineada).

Se repite la historia: los culpables del lamentable estado que guarda la nación son los medios negadores de los enormes logros y las grandes realizaciones de Peñalandia, tal cual lo hicieron en los tiempos de Foxilandia y Calderolandia, sin olvidar Salinaslandia.

Son ellos, pues, los que han incumplido ostentosamente los compromisos asumidos por el gobierno en materia de seguridad, lucha contra la corrupción, economía y bienestar social, entre tantos otros, pues se dedican a mencionar la creciente violencia, las casas por aquí y los departamentos por allá, los contratistas consentidos, la caída del ingreso, el fortalecimiento de la concentración de la riqueza, el deterioro en el nivel de vida y el río de sangre, entre tantos otros temas.

El rechazo generalizado se lo ha ganado a pulso, como sus antecesores en la residencia oficial, pero se mantiene firme en su decisión de no escuchar el reclamo de la gente, ni atender la crítica pública. Por el contrario, se indigna, y a la ausencia de resultados y el reclamo popular (al que ahora se suma el empresarial) los califica de mal humor social o de simple escozor por decisiones que los benefician.

Se trata de los emisarios del pasado, los enanos del tapanco, los agoreros del desastre, los resentidos y malos mexicanos, los profetas del desastre que oportuna y cómodamente descubrieron –cada uno de ellos en plena crisis política, económica y social– Luis Echeverría y José López Portillo.

A casi cuatro décadas de distancia, Peña Nieto recurre al mismo truco: “nos inundan o nos quieren inundar con malas noticias, sin tomar en cuenta los avances alcanzados… Las buenas noticias cuentan y cuentan mucho, valen y valen mucho. A veces nos quedamos con malas noticias que parecieran comunes o fueran las que a veces más se destacaran, y se dejan (fuera) las buenas noticias, que tienen mucho impacto en la vida cotidiana de las familias. Hay que rescatarlas, porque hay muy buenas noticias. Mi gobierno promovió cambios estructurales a partir del escenario que el país tenía, y por ello México está ahora creciendo”.

La inseguridad va en aumento, la economía en descenso y el bienestar de la población en el suelo, pero la culpa –según dice el de Los Pinos– no es de él. ¿De quién, entonces? De los medios que ni con lupa ven lo bueno. Sí, claro.

En plena zarandeada económica, el presidente Luis Echeverría reclamaba a todos aquellos que no entendían la nueva moral que rechaza la visión de México como botín de alianzas y grupos cerrados, que se opone a los fatigados, a los caciques, a los enemigos abiertos o emboscados de nuestra independencia, a todos ellos: los emisarios de un pasado que debemos definitivamente, sepultar. Hoy deben saber que la mayoría aquí representada no descansará hasta destruir la urdimbre de intereses que hizo posible a los emisarios del pasado suplantar la voluntad del pueblo.

Y seis años después, el presidente José López Portillo exigía “rechazar, ya, a los profetas del desastre, que siembran vientos, porque nos negamos rotundamente a cosechar tempestades. Que el pesimismo de unos cuantos desubicados, con voces de enanos del tapanco no nos haga engendrar las contrarreformas de la utopía, o de la reacción. Tiempo es ya de exigirnos madurez y con la misma fruición intelectual con que se denuncia, acometer acciones útiles. Ni tenemos todos los defectos, ni cargamos todas las culpas del mundo… Proliferaron los voceros del auto desdén nacional y los que intentan hacer de la denuncia profesión, y del fracaso, festín”.

Los resultados de la docena trágica priísta son por todos conocidos, pero ni lejanamente desapareció la práctica de achacar a terceros las culpas, limitaciones, excesos, errores y conexos del llamado gobierno de la República. Pero vendrían más docenas trágicas, como la salinista-zedillista y la de los gobiernos blanquiazules.

Por ejemplo, en enero de 2003 Vicente Fox agriamente reclamaba a los medios de comunicación, “porque no reflejan los hechos ni los logros de mi gobierno. Los distraen la calle, los escándalos, y pierden el centro, pero sabemos bien a dónde hay que ir. Hay cosas buenas que están pasando en México y son desconocidas por la mayoría de la población. La gente me dice: ‘bueno, ¿y por qué no se conocen?’ Y yo me hago la misma pregunta todos los días”.

Llegó Felipe Calderón y repitió la zarzuela, aderezada con un baño de sangre y muerte: rechazo que en México sólo exista lugar para la tragedia. Por lo que vemos, oímos o leemos en algunos medios, también parece que de lo que se trata es de eliminar todo resquicio de esperanza de los mexicanos. Un puñado de delincuentes no es significativo para decidir el futuro del país. La fuerza de México no está en quienes augura catástrofes. También en el caso de la docena trágica blanquiazul los mexicanos conocen y padecen los resultados.

Y por retórica no paran. Allí están los gobernadores y legisladores, los de ahora y los de antes. Cómo dejar a un lado el espeluznante caso del veracruzano Javier Duarte, el de los frutsis y pingüinos, que resultó infinitamente peor que un huracán categoría cinco. Las historias se repiten: Chihuahua, Quintana Roo, Nuevo León, Puebla, Jalisco, Tamaulipas, Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Morelos, Guerrero y muchos más. Prácticamente nadie queda afuera, porque todos los colores partidarios han destrozado al país, pero de igual forma culpan a los medios, a los negadores de grandes logros y hazañas en los tres niveles de gobierno, según dicen, mientras cada día hunden más al país.

Las rebanadas del pastel

El inenarrable Alfredo Castillo, director de la Conade, comparecerá ante la Comisión Permanente del Congreso tras el brutal fracaso en Río 2016. Bien, pero el problema real es cómo fue que un personaje de tan baja calaña llegó al puesto sin que nadie lo evitara. En vía de mientras, Peña Nieto ya tiene la respuesta: ¡fueron los medios!

Twitter: @cafevega