20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Guatemala

Lo bailado nadie nos lo quita

Vanessa Sosa

Vanessa Sosa. Ella se autodescribe: “Ciudadana latinoamericana nacida en Guatemala. Hija de la luna, de madre y padre campesinos que sobrevivieron en la ciudad. Madre de dos soles. Creyente del amor libre. Escribo porque me gusta ver nacer y morir el mundo en una hoja en blanco y así parir ideas. He escrito arrinconada porque no encontré otra forma y también libre, desbordada de luz y  sentimiento. Siempre que puedo elijo las letras libres, la tinta en hojas sueltas, escritos de cabeza, servilletas que se pierden, todas las que preserven mi círculo pequeño de intimidad y anonimato. Aprendiz y caminante de la vida. Perpetua enamorada de la mirada niña. Actualmente, estudiante de Doctorado en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, desde donde intento aprehender nuevas formas de imaginar otros mundos posibles”.

A mis 15 años, a la edad de la primavera que le dicen, tengo ganas inmensas de disfrutar mi vida, ser feliz, bailar, cantar, jugar y salir. Mis amigas del instituto y yo hemos planeado ir juntas al baile del pueblo. Ya tengo listo el vestido y los zapatos. Por la tarde voy a reunirme con ellas para maquillarnos y peinarnos. Mi mamá y mi papá no saben nada de la fiesta; si les cuento seguro no me dejarán ir. Él porque es un hombre de dios y ella porque le tiene miedo a él y, por supuesto, a dios –aunque sospecho que en casa ambos son la misma cosa.

El plan con mis amigas es secreto: hoy voy a bailar hasta caer desmayada, mañana que pase lo que tenga que pasar, mi noche es ésta, voy a celebrar con mis amigas que terminamos el ciclo de educación básica ¿La excusa? Estudiar para el último examen del año, el temido examen de matemáticas y cálculo algebráico, aunque yo ya no necesito examinarme, estoy exonerada por mi excelente promedio.

Mi papá no tolera estas actividades; primero, porque es cristiano, y segundo, porque yo soy mujer y “las mujeres tienen que estar en la casa”, grita cada vez que puede. Me siento afortunada porque al menos puedo ir a estudiar; algunas amigas de mi edad no tienen esa oportunidad, porque no tienen recursos o porque sus padres y hermanos piensan que ellas no lo necesitan. A mi mamá por ejemplo mi abuelo y mis tíos le decían: “¿Para qué querés aprender a leer y a escribir? ¿Para escribirles cartas y papelitos a los hombres? De todos modos tu lugar será siempre la cocina y lavar la ropa, de nada te servirá el estudio”. Por eso ella no fue a la escuela. Mi madre me dice que no quiere que su historia la repita yo y que sueña que yo sea alguien en la vida. Mi madre es todo para mí y no entiendo cómo me puede decir que ella no es nadie. Pero eso lo pensaré pronto, lo importante hoy es el baile.

La tarde empezó a caer serena, tranquila, contraria a nuestro nerviosismo y a nuestra expectativa por la llegada de la noche. ¡El baile! ¡Ahhhh!, ¡por fin, el baile! Mis amigas me maquillaron discretamente, el vestido que me prestaron es de color verde agua, se ajusta perfectamente a mi cuerpo, en mi cabello llevo un diadema de mariposas, lo peiné todo hacia atrás, cae todo hasta la cadera y mi amplia frente queda descubierta, me puse pantimedias y zapatos de tacón. Me veo en el espejo y me gusta lo que veo, sobre todo me da gusto ver mi sonrisa.

Llegamos al salón de la comunidad y unos jóvenes vecinos se dieron cuenta de mi presencia, pero no le doy importancia, no puede ser tan grave ir a una fiesta a la que van todas las jovencitas del pueblo, así sea acompañadas de sus hermanos, tíos, padres o chaperones. No falta ninguna. Está Emelia, Rosa, Carolina, Ana, Patricia, Juana, Delfina, en fin, aquí estamos todas, conversando y riendo tímidamente, esperando que alguno de los muchachos se acerque a pedirnos que bailemos la primera pieza.

Fue una buena inauguración, la marimba suena al ritmo de Mi linda Kelly, con cuyas primeras notas Sebastián camina titubeante hacia nosotras; dados algunos pasos, se da media vuelta y regresa con su grupo de amigos, quienes entre risas y gritos de ánimos lo empujan. Con un poco más de aplomo y sin voltear a verlos, se dirige a mí y me pregunta extendiendo su mano “¿bailamos esta pieza?”. Escondo la sonrisa detrás de mi cabello suelto y le doy mi mano, no hace falta respuesta. Nos dirigimos a la pista de baile.

Mientras suena Verónica, bailamos riendo y conversando, concentrados en el ritmo y en los pasos de baile. De pronto me parece ver que mi hermano entra al salón. Siento su mirada penetrante en medio de la penumbra y me dan escalofríos, su figura se desvanece casi inmediatamente en la puerta, entonces pienso que fue una visión y que son mis nervios los que me están jugando una mala pasada. Seguimos bailando al menos otros 15 minutos.

De pronto siento un tirón en el cabello y un golpe brutal en la cara, la pieza que suena es Noche de luna entre ruinas, siguen muchos golpes igual de brutales que me rompen la nariz mientras mi padre grita: “¿Yo te di educación para que te convirtieras en una puta? ¿Para esto me sacrifiqué? La culpa es de tu madre por permitirte ser una vagabunda, pero en cuanto lleguemos a la casa arreglaré cuentas con ella también”.

DINOSAURIO
O MARIPOSA

—Cuando despertó, el dinosaurio todavía est…

—¡No papi, la mariposa!

—¿La mariposa?

—¡Sí, la mariposa!

—Cuando despertó la mariposa todavía estaba allí.

—¡Allí está ve, así es mejor! ¡Es que el dinosaurio dragón me da miedo!

—¡A todos nos da miedo hija!

Los golpes son tan brutales como triste es la canción que me sirve de fondo para la última pieza de esta noche. En medio de una lluvia de golpes, salimos del salón y caigo al suelo. Mi padre no puede controlarse y empieza a patearme, de fondo oigo las notas doloridas de la marimba y escucho al mismo tiempo cómo se rompen mis costillas.

Sin siquiera poder emitir yo sonido, queja, explicación, excusa o disculpa alguna, mi padre, convertido en dios, me arrastra por el camino de terracería tomada del cabello, mi piel se abre y sangro, estoy rota como mis ropas, dios ha decidido castigar mi pecado tomando mi vida, poco a poco a fuerza de gritos, golpes y patadas se me va saliendo el alma. Dos pequeñas lágrimas recorren sin peso mis mejillas ya insensibles.

Mi padre por fin llega a casa. Aunque está exhausto, le grita a mi mamá que venga a recogerme y a limpiarme las heridas, vocifera desde la calle que lo que me ha pasado es culpa suya por no haberme educado en la fe cristiana. Mi madre no entiende que ese charco de sangre botado en la calle como basura soy yo y que ya he dejado de respirar.

Cuando logra entender que mi propio padre me ha arrebatado el aliento, rompe en llanto y arremete por fin contra él, lo golpea y reclama por mí. Ya nada sirve, aunque lo denuncia y va preso, él va a la cárcel sin ningún remordimiento, convencido de que cumplía un mandato divino, que estaba autorizado por dios para llevarme por el camino del bien.

Si pudiera escoger mi epitafio pediría que pongan en letras bien grandes LO BAILADO NADIE ME LO QUITA y le dejaría a Sebastián en su almohada las notas de una marimba tocando Una caricia para ti como despedida, a falta de un beso entre nosotros.

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