20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Ermilo Abreu Gómez (1894-1971). Escritor yucateco de obras tan grandes como Canek, que fue traducida a más de 40 idiomas; crítico literario y estudioso sorjuanista, publicó en 1956 Cosas de mi pueblo. Estampas de Yucatán, y en 1961 Leyendas y consejas del antiguo Yucatán, libros que recogen, uno viejas narraciones y otro reseñas de personajes, objetos, acontecimientos, costumbres, animales... recuerdos de principios del siglo pasado en la ciudad de Mérida, provincia natal del escritor. Van estas leyendas, consejas y estampas.

Guatemala

Tecún-Umán

Miguel Ángel Asturias

Tecún-Umán, el de las torres verdes,
el de las altas torres verdes, verdes,
el de las torres verdes, verdes, verdes,
y en fila india indios, indios, indios
incontables como cien mil zompopos:
diez mil de flecha en pie de nube, mil
de honda en pie de chopo, siete mil
cerbateneros y mil filos de hacha
en cada cumbre ala de mariposa
caída en hormiguero de guerreros.

Tecún-Umán, el de las plumas verdes,
el de las largas plumas verdes, verdes,
el de las plumas verdes, verdes, verdes,
verdes, verdes. Quetzal de varios frentes
y movibles alas en la batalla,
en el aporreo de las mazorcas
de hombres de maíz que se desgranan
picoteados por pájaros de fuego,
en red de muerte entre las piedras sueltas.

Quetzalumán, el de las alas verdes
y larga cola verde, verde, verde,
verdes flechas verdes desde las torres
verdes, tatuado de tatuajes verdes.

Tecún-Umán, el de los atabales,
ruido tributario de la tempestad
en seco de los tamborones, cuero
de tamborón medio ternero, cuero
de tamborón que lleva cuero, cuero
adentro, cuero en medio, cuero afuera,
cuero de tamborón, bón, bón, borón, bón,
bón, bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón,
bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón, bón,
pepitoria de trueno que golpea
con pepitas gigantes en el hueco
del eco que desdobla el teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
tepón, teponpón, tepón, teponpón,
teponpón, teponpón, teponpón...

Quetzalumán, el de las tunas verdes,
el de las altas tunas verdes, verdes,
el de las tunas verdes, verdes, verdes.

Las astas de las lanzas con metales
preciosos de victoria de relámpago
y los penachos despenicados
entre los estandartes de las tunas
y el desmoronamiento de la tierra
nublada y los lagos que apedrean
con el tún de sus tumbos sin espuma.
Tún, munición de guerra de Tecún
que llama, clama, junta, saca hombres
de la tierra para guerrear el baile
de la guerra que es el baile del tún.
Tún, tambor de guerra de Tecún,
ciego por dentro como el nido túnel
del colibrí gigante, del Quetzal,
el colibrí gigante de Tecún.

Quetzal, imán del sol, Tecún, imán
del tún, Quetzaltecún, sol y tún, tún-
bo del lago, tún-bo del monte, tún-
bo del verde, tún-bo del cielo, tún,
tún, tún, tún-bo del verde corazón
del tún, palpitación de la primavera,
en la primera primavera tún-bo
de flores que bañó la tierra viva.

¡Abuelo de ambidiestros! ¡Mano grande
para cubrirse el pecho con tlascalas
y españoles, fieras con cara humana!
¡Varón de Galibal y Señorío
de Quetzales en el patrimonio
testicular del cuenco de la honda,
y barba de pájaros goteantes
hasta la última generación
de jefes pintados con achiote rojo
y pelo de frijol enredador
en penachos de águilas cautivas!
¡Jefe de valentías y murallas
de tribus de piedra brava y clanes
de volcanes con brazos! Fuego y lava.
¿Quién se explica los volcanes sin brazos?
¡Raza de tempestad envuelta en plumas
de Quetzal, rojas, verdes, amarillas!
¡Quetzalumán, la serpiente coral
tiñe de miel de guerra el Sequijel
el desangrarse el Arbol del Augurio,
en el augurio de la sangre en lluvia,
a la altura de los cerros quetzales
y frente al Gavilán de Extremadura!

¡Tecún-Umán!
                            Silencio en rama...

Máscara de la noche agujereada...
Tortilla de ceniza y plumas muertas
en los agarraderos de la sombra,
más alla de la tiniebla, en la tiniebla
y bajo la tiniebla sin curación.

El Gavilán de Extremadura, uñas,
armadura y longinada lanza...
¿A quién llamar sin agua en las pupilas?
En las orejas de los caracoles sin viento
a quién llamar... a quién llamar...
¡Tecún-Umán! ¡Quetzalumán!

No se corta su aliento porque sigue en las llamas
Una ciudad en armas en su sangre
sigue, una ciudad con armadura
de campanas en lugar de tún, dueña
de semilla de libertad en alas
del colibrí gigante, del quetzal,
semilla dulce al perforar la lengua
en que ahora le llaman ¡Capitan!
¡Ya no es el tún! ¡Ya no es Tecún!
¡Ahora es el tán-tán de las campanas,
Capitán!

Corte de Café

Efraín Bartolomé

1
Miro la masa verde desde el aire
Hierve
Es una masa informe
que se agita en un sueño difícil inquietante
Tiembla la furia verde
El sueño manotea viscosidades tiernas
Tiernos odios
Su ciega cerrazón de verde espuma herida.

2
Desde los troncos verdes de los árboles
desde las piedras verdes donde descansa el musgo sube el hambre al cafeto que crece
siempre verde
bajo la sombra espesa de otros árboles
De los troncos que exudan olorosas resinas
Desde la arcilla roja que se convierte en cántaro bajan hombres o sombras a encontrar el café
Deambularán por las largas avenidas del día
Dormirán bajo el frío sucio de los portales
(Qué reguero de muertos bajo la bota pesada del sueño)
Partirán con los vientos del invierno
Hoy he visto una sombra lenta sombra amarilla ofrecer su trabajo para cortar café
a las puertas de mi casa
Y se ven tantas sombras iguales en la calle
que sabrá amarillento
el café de la tarde.

3
Hoy vi a un hombre sonriendo torpemente
Se destrozó los dedos
recogiendo café del piso de estos días amargos
Con estas mismas manos acaricia su hambre
a la hora del pozol
A la hora justa en que alguien bebe café
con restos de esta sangre
Con sangre de estos dedos
Con dedos de estos años
De otros
que son los mismos
En esta exacta hora encendida de rojo
en que un hombre sonríe torpemente
a sus manos con sangre.

4
El cafetal La sombra La serpiente
Este vapor que ahoga:
húmedo trapo entrando en los pulmones
La tierra en que te vas hundiendo
Desde hace cuánto
por quién para qué por qué
Responda la nauyaca
del incierto color de su veneno
Contesta nigua
desde la carne tierna bajo la uña
Talaje Piojo
Escarabajo Chinche Casampulga
De cada moretón
De cada cicatriz en la piel de la vida
¡Respondan!

5
Qué silencio en el fondo del cafetal
Qué oscuridad moviendo las hojas más delgadas de los árboles
Qué altura truena bajo los pies sobre las hojas secas
Al tallo del cafeto se enrosca el miedo
Arriba
tras la techumbre en sombra de los árboles
al durísimo sol
babea su rabia.

6
Y quién dice que no vienen del sol todos los males
Y por qué no
Si cada red de luz lanzada sobre el mundo
fermenta el malestar
Convierte en larvas los huevecillos de la enfermedad Hinca la brasa cruel de su cigarro
sobre la piel más tierna
Pero también desangra las lagunas
Adelgaza los ríos
Luye los cortinajes de la lluvia
y hace surgir las gotas de sudor
humana transparencia
como un collar de sal
que a veces de sabor
o cae sobre una haga.

7
Aquél siembra café con sus manos rugosas
 
Ese poda el café con sus ásperas manos

Otro corta el café con manos rudas
Manos iguales despulpan el café
Alguien lava el café
y se hiere las manos
Otro cuida el café mientras se seca
y se secan sus manos
Alguien dora el café
y se quema las manos
Otro más va a molerlo
y a molerse las manos
Después lo beberemos
amargo.

Escogedoras de café en El Soconusco

Rosario Castellanos

En el patio qué lujo,
qué riqueza tendida.
(Cafeto despojado
mire el suelo y sonría)
Con una mano apartan
los granos mas felices,
con la otra desechan
sopesan y miden.
Sabiduría andando
en toscas vestiduras.
Escoja yo mis pasos
como vosotras, justas.

Cantos de los comcaac

Carlos E. Ogarrio Perkins, compilador, traducciones de Ogarrio y Barnett

Canto de los náufragos

Xepe imac iti hayom i, hai caaixaj hin yomaanoj iya
Xepe imquiin e xepe quixi coox hin yomaanoj iya
Xepe iteel i hatom miinoj ita
Xepe imac iti hayom ha caaixaj hin yomaanoj iya
Xepe imquiin xepe quixi coox hin yomaanoj iya
Xepe iteel i hatom miinoj ita
Xepe imac iti hayom ha caaixaj hin yomaanoj iya
Xepe imquiin xepe quixi coox hin yomaanoj iya
Xepe iteel i hatom miinoj ita

Estoy en medio del mar
Me mueve el viento fuerte
Y la subida de la marea
Y la bajada de la marea
Y se oye el sonido de la orilla
En la lejanía

Significado
Este canto es para unos pescadores que naufragaron en Desemboque y a Chapo le pidieron que les compusiera un canto.

Canto del lobo marino

Xepe imac iti hayom iixöt
Hin yacaatax iti hayom ta
Xatj iti yeemej colaque yeemej
Xepe imac iti hayom iixöt hin yacaatax ta
Xepe imac iti hayom iixöt
Hin yacaatax iti hayom ta
Xatj iti yeemej colaque yeemej
Xepe imac iti hayom iixöt hin yacaatax ta
Hin yacaatax iti hayom ta
Xatj iti yeemej colaque yeemej
Xepe imac iti hayom iixöt hin yacaatax ta…

Estoy en medio del mar
Me lleva la corriente
Y me subo en la roca
Estoy en medio del mar
Y me lleva la corriente

Significado

Canto del lobo marino que se durmió en el mar creyendo que estaba en una roca.

Canto de las golondrinas

Ziical haa toii yoaai
Ziicalc haa toii yoaai
Ziicalc haa toii yoaai
Ziicalc cola yoaai
Ziicalc cola yoaa
iZicalc cola yoaai
Coox ya iti miinoj te…

Los pájaros están allá cantando
Cantan y cantan hasta que no se oye
Los pájaros cantan
Y se escuchan más allá
De donde no se oye
Se van, se van…

Mujer

Cmaam ihiisax ihyaa
Cmaam ihiisax com tcooo ma hyaa ha
Ihamoc cap iiqui taanim ma
Ma tcmaho misoj cop ihacaa htcmaa  ho
Ma htcmaho

Mujer de vida mía, mujer eres toda mi vida
Cuando cae la noche, siento que sin ver
No puedo seguir buscando tu imagen
Y no te puede encontrar

Ballena

Xepe iteel cmasol com
Hoopatalca quih ihiyaxi z impaa, taax iti miizcam
Icnos quih taas ano mota ma, impé
Hacaatol cöicoos itmís ma x, impé.

Mírenme bailar, soy pesada pero puedo bailar
Vean el borde de mi playa, la ballena va y viene

Las ballenas del mar andan en mi playa.

Haikús

Erando González

La tierra sueña, 
  los campesinos marchan
    a la faena.

    Hierros y manos,
    van a guardar la tarde
    los hortelanos.

   
    En verdes filas
    rompen la superficie

    las clorofilas.

Leyendas y consejas
del antiguo Yucatán

MITOS

El Paraíso

El Paraíso era un lugar donde crecía una ceiba y bajo cuyas ramas los hombres descansaban de sus fatigas y agonías en la Tierra. También disponían de comidas y bebidas sabrosísimas que no se agotaban nunca. La bóveda celesta la sostenían con sus hombros y sus manos, los hermanos Bacab.

El Infierno

El infierno se llamó Metnal y en él vivían dos demonios: Xibalbá y Kisín. Xibalbá era malo y le gustaba hacer travesuras. El murciélago era su hijo y su mensajero.

Los Mundos Antiguos

En un principio hubo tres mundos. El primero fue habitado por enanos, los cuales trabajaron en la oscuridad porque no había sido creado el Sol; el segundo fue habitado por inicuos; y el tercero por hombres de buen corazón. Los tres terminaron anegados. El arca en que algunos hombres se salvaron está sumergida y cuando hay luna llena sale a flote y avanza empujada por cuatro remeros que no tienen cabeza.

El Sol y la Luna

Antes de estar donde están, el Sol y la Luna vivieron en la tierra. Al Sol le gustaba la música y la poesía y era aficionado a la caza. El Sol y la Luna fueron amantes, pero ésta tuvo siempre inclinaciones licenciosas.

Enanitos

Unos enanitos cuidan los bosques pero sólo de noche, pues de día, temerosos del blanco se convierten en figuritas de barro. Otros ayudan a los que se extravían, y para guiarlos se esconden y con suspiros les indican el camino que deben seguir. Otros se encargan de avisar a la familia de los indios que se ahorcan. Se dejan ver en la casa y huyen. No necesitan hacer más para que se entienda su mensaje.

FÁBULAS

El Zopilote

En cierta ocasión un príncipe ofreció un banquete con ricos manjares. En cuanto el zopilote vio las mesas servidas, dio aviso a las demás aves para que aprovecharan aquella pitanza. Acudieron y, atropellándose, en un santiamén lo devoraron todo. Pero en eso vinieron los guardias y las aves alzaron el vuelo y se escondieron en el bosque. Por confiar en sus alas, el zopilote se retrasó, cayó prisionero y así pago por los demás. Los guardias lo pintaron de negro, le raparon la cabeza y lo condenaron a comer carne podrida, y así vive hasta hoy.

El Perro y Kaskabal

Un hombre era tan pobre que siempre estaba de mal humor y así no perdía la ocasión de maltratar a un infeliz perro que tenía. Kaskabal que está en todo, vio que podía sacar partido de la inquina que seguramente el perro sentía contra su amo y así se le apareció y le dijo:

-Ven acá y dime qué te pasa, pues te veo triste.

-Cómo no he de estarlo si mi amo me pega cada vez que quiere -respondió el perro.

-Yo sé que es de malos sentimientos. ¿Por qué no lo abandonas?

-Es mi amo y debo serle fiel.

-Yo podría ayudarte a escapar.

-Por nada lo dejaré.

-Nunca agradecerá tu fidelidad.

-No importa, le seré fiel.

Pero tanto insistió Kaskabal que el perro, por quitárselo de encima, le dijo:

-Creo que me has convencido, ¿qué debo hacer?

-Entrégame tu alma.

-¿Y qué me darás en cambio?

-Lo que quieras.

-Dame un hueso por cada pelo de mi cuerpo.

-Acepto.

-Cuenta, pues…

Y Kaskabal se puso a contar los pelos del perro; pero cuando sus dedos llegaban a la cola, éste se acordó de la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto y la cuenta se perdió.

-¿Por qué te mueves? -le preguntó Kaskabal.

-No puedo con las pulgas que me comen día y noche. Vuelve a empezar.

Cien veces Kaskabal empezó y cien veces tuvo que interrumpirla porque el perro saltaba.

Al fin Kaskabal dijo:

-No cuento más. Me has engañado; pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro.

XtabentÚn y Tzacam

En un pueblo vivían dos mujeres; una se llamaba Xkeban y la otra Utz Colel. Xkeban entregaba su cuerpo a los hombres y Utz Colel lo guardaba con recato. A pesar de sus locuras Xkeban era buena como una paloma, en tanto que Utz Colel, con toda su pureza, era cruel como un lobo. Cuando Xkeban murió, su cuerpo quedó intacto y sobre su tumba nació la flor que se llama Xtabentún. Cuando murió Utz Colel, por sus malos sentimientos, se convirtió en una flor áspera y de olor desagradable que se llama Tzacam. El espíritu de Utz Colel no se apaciguó con la muerte y se convirtió en la Xtabay que en el monte espía y seduce a los hombres.

Tamaychí y el Camaleón

Tamaychí vio al camaleón camina que camina para llegar a un sitio donde había un poco de yerba. El camaleón, muerto de hambre y cansado del viaje, se detuvo junto a una piedra y se puso a maldecir de su suerte. Tamaychí le oyó, se compadeció de él y le dijo:

-De hoy en adelante, hijo, no tendrás ni hambre ni sed; comerás y beberás lo que buenamente encuentres en tu camino, así sea una florecita o una gota de rocío.

Tamaychí y las Lagartijas

Los hombres perseguían con tanta saña a las lagartijas que éstas decidieron acudir a Tamaychí en busca de ayuda. La más vieja lo saludó y le dijo:

-Los hombres nos acosan, nos apalean y cuando pueden nos cortan la cola. Y sin cola ¡que ofensa! Parecemos ranas.

Tamaychí le respondió:

-No puedo impedir que los hombres las persigan; pero de hoy en adelante no se apuren, si les cortan la cola, les saldrá otra y más larga.

COSAS DE MI PUEBLO

Semana Santa

Durante los días de la Semana Santa no se puede decir mentiras ni malas palabras porque cualquier cosa ofende a Nuestro Señor. Los diablos andan sueltos y los ángeles escondidos. Las puertas del cielo están cerradas y las del infierno abiertas y junto a ellas arden luminarias y danzan mujeres desnudas.

Cordoncitos negros

Como las indias no pueden adornarse con cadenas de oro ni de plata, se contentan con unos cordoncitos negros que se cuelgan del cuello. En la punta les amarran un anillo de cocoyol o un pedazo de coral.

Muñecas de trapo

¡Qué lindas, qué humildes y qué inocentes eran las muñecas de trapo! Las indias las hacían con retazos de tela y madejas de hilaza para divertir a las niñas pobres. Nada había más tierno que ver a una chiquilla arrullando su muñeca de trapo. Casi siempre las dos se quedaban dormidas: la niña con los ojos cerrados y la muñeca con los ojos abiertos. Ambas se ponían a soñar.

Eclipse de Luna

En cuanto empieza un eclipse de luna, los indios se juntan y se ponen a gritar:

—¡Se comen a la luna! ¡Se comen a la luna!

Y para que no se la coman, tocan y tocan en los troncos de los árboles y en sus tambores. Con este ruido espantan a los espíritus, los hacen huir y la luna se salva.

La cara roja de la luna es la sangre que mana de sus heridas. Cuando la luna vuelve a mostrarse redonda y blanca, los indios celebran el milagro dando gritos y saltos. A veces, de pura alegría, se emborrachan.

Medicinas

No sé por qué pero cada época tiene sus medicinas favoritas. Nadie se pone a averiguar si son buenas o si son malas. Se cree en ellas y con esto basta y sobra.

En mi época, por ejemplo, no podía faltar en ninguna botica el árnica, la ruda, el ruibardo, el láudano, la belladona, el elíxir paregórico inglés, el aceite de linaza, el agua de Carabañas, la mostaza, el eucaliptus, la yerbabuena y el ungüento del soldado. Con esto y una buena friega de aguardiente alcanforado y dos o tres purgas se podía curar todo, menos el embarazo.

Cascarilla de huevo

No hay mujer humilde que no tenga en su baúl una cajita con polvos hechos con cascarilla de huevo. Los usa para empolvarse. Estos polvos se venden en sobrecitos de a real y de a medio. Los que usan las viejas no huelen a nada, pero los que usan las jóvenes huelen a rosas, a claveles y a canela.

El oráculo

A las indias les gusta echar suertes y leer la palma de la mano; pero, sobre todo, consultar el Libro de los Sueños, folleto mal impreso, con figuras de la cábala y no sé qué otros signos extraños. Lo forran para que no se ensucie y lo guardan, como joya, en el fondo del baúl. En la noche, junto a la lumbre, la más anciana lo lee y lo explica. Las otras indias escuchan atentas y en silencio. Cuando termina la lectura todas se quedan pensativas; saben lo que el oráculo calla pero no lo dicen.

El fonógrafo

Un día llegó el primer fonógrafo y su dueño lo instaló en los portales del teatro de San Carlos. Junto al fonógrafo puso un letrero que decía: “La última invención de Edison. Aquí está el aparato que habla, canta, llora y ríe”.

La gente acudió a oír el fonógrafo. Por medio real los curiosos tenían derecho a ponerse en las orejas un tubito de gutapercha. El propietario entonces le daba cuerda al aparato y colocaba un cilindro negro en un tubo que daba vueltas y empezaba a oírse la música. La gente abría tamaños ojos y decía:

—¡Lo que inventan los gringos!

El cinematógrafo

En un corralón de la plaza de Santiago se instaló el primer cinematógrafo. La noticia corrió por todo el pueblo. Ver el cinematógrafo valía un real. En el corralón había un lienzo blanco restirado; 50 sillas plegadizas y la caseta con el aparato. Apagada la luz, se iluminaba la pantalla y empezaban a moverse las figuras. Pasaba un tren, salía un barco, un mago hacía diabluras y cinco negritos devoraban una sandía. Entre escena y escena, se proyectaban vistas fijas.

El atrio de la catedral

El atrio de la catedral era el mentidero del pueblo y el lugar predilecto de los viejos. Desde el alba se iban reuniendo; se sentaban en los bancos, el sombrero sobre los ojos y el bastón entre las piernas. Y entonces empezaba la plática. Era una plática mansa e interminable. A veces se callaban y se quedaban mirando el vuelo de las palomas. La tertulia se deshacía en cuanto el sol empezaba a picar. Entonces los vejancones aquellos, con un “hasta mañana”, tomaban el camino de su casa. Y el atrio quedaba vacío, desierto, pleno de sol y de soledad.

Las calesas

Las calesas de mi pueblo no son alargadas como las de otras partes, sino más bien altas y estrechas. La gente las llama calandrias. Los extranjeros les dicen púlpitos. En ellas pueden viajar cuatro personas. En el pescante el cochero va medio sentado y medio parado. Las calesas son tiradas por caballos de trote manso. Antes las calesas usaban faroles de vela; ahora usan candiles de petróleo. Cuando llueve, el cochero se cubre con una manta y baja las cortinillas.

Los arcos

Todavía quedas tres arcos, restos de las antiguas puertas de la ciudad: El Arco de Dragones, el Arco del Puente y el Arco de San Juan. El tiempo y la humedad los han hecho negros y vejancones. Tristes y todo, tienen un no sé qué de señorío y de gracia. Viéndolos dan ganas de inventarles una historia romántica. De noche parece que se tornan adustos y que, agazapándose en la sombra, nos cierran el paso.

Lluvias orientales

En mi tierra, de junio a agosto, las lluvias vienen del Oriente. A eso de las dos de la tarde el horizonte se pone negro, las nubes avanzan y cubren la ciudad; sopla un viento recio y, de pronto, desencadena el aguacero. Se encharcan calles y solares, patios y plazas. Todo el pueblo se inunda; mas, llegada la noche, el cielo se despeja, se llena de luceros, y el aire, lavado, aromoso, nuevecito, se queda como temblando en las hojas de los árboles.

Las perchas

No había cuarto sin percha. Las perchas se clavaban con alcayatas en la pared. En ellas se colgaba todo: ropa, sombreros, guitarras, mochilas, paraguas, bastones, cantimploras. A veces estas cosas se quedaban allí por años y años y se cubrían de polvo y telarañas. Un día la familia descubría en la percha un sombrero sin dueño, un paraguas roto y una bolsa llena de frutas con moho. Con tantos colgajos, las casas tenían algo de gitanería.

La jícara

Una jícara blanca, pulida, es como un vaso labrado por Dios. En el trastero de la casa siempre hay una, dos, tres, cuatro, jícaras. Unas son chicas y otras grandes. En ellas sólo se beben tres cosas: agua, chocolate y atole. ¡Y cómo se pega a los labios el borde de las jícaras! La jícara deja en la boca un saborcito de árbol maduro y oloroso.

El garabato

¡Qué cosa más extraña es un garabato! Casi siempre permanece ocioso, colgado de una alcayata, en la cocina o en la despensa. Hasta se llega uno a olvidar de él. Se llena de polvo y de telarañas y parece que no sirve para nada. Pero un día el cubo del pozo se queda en el fondo y no hay modo de sacarlo. Entonces todos se acuerdan del garabato; lo buscan, lo descuelgan, lo limpian y lo amarran a una cuerda y así lo bajan al pozo y lo hunden en el agua. Y allí está moviéndose y removiéndose de un lado para otro haciendo su oficio, hasta que, al fin, se engancha en el asa del cubo y salva al náufrago que, avergonzado de su travesura, trepa y llega al brocal. El garabato sale hecho un héroe. Enseguida lo desenganchan y lo vuelven a colgar en la alcayata. Y allí se queda olvidado y, al poco tiempo, otra vez se cubre de polvo y telarañas. Torna a ser un objeto inservible y molesto. Pero otro día, el día menos pensado, el cubo vuelve a las andadas, se queda en el fondo del pozo y entonces todos se acuerdan del garabato y lo descuelgan de su nido.

Las medidas

En mi época aún no era conocido el sistema métrico. Los gramos se vendían por almudes, cuartillas y fanegas; las telas por varas y cuartas; las especies por onzas; el cacao y el arroz por libras, y la tierra se media por leguas y mecates. En el mercado había también una linda medida arbitraria: el puño; y así se decía: un puño de ciruelas, un puño de tamarindos o un puño de cacahuates.

El rocío

Dicen que hay rocío en todas partes. Pero el mejor rocío del mundo es el de mi tierra. ¡Este sí que es rocío lindo! Hay que verlo para convencerse de que es imposible que haya otro superior. El rocío de mi tierra es humilde, calladito, dulce y niño y tiene un aroma tibio. La noche lo pule con su sombra y el sol de la mañana, antes de evaporarlo, lo besa y lo llena de luz.

La milpa

La milpa es todo para el indio; es su trabajo, su pan, su descanso y su alegría. Es, en una palabra, su vida. Cuando el indio regresa de la milpa, trae en los ojos la lucecita alegre del buen cansancio.

La ceiba

La ceiba es el árbol sagrado de los indios. La ceiba parece un árbol eterno; nunca pierde sus hojas. Es alto, recio y no hay huracán capaz de doblegarlo. Los rayos huyen de él. La Xtabay se oculta en su tronco para espiar a los caminantes.

Tortolitas

En las horas del bochorno del medio día, el canto de las tortolitas es como el lamento del aire mismo ahíto de cansancio y de soledad.

Gaviotas de tierra

A veces cuando sopla el viento del norte, llegan a la ciudad bandas de gaviotas; llenan el aire con sus gritos y revolotean sobre las casas y los patios, espantadas de no ver el mar. Algunas, abatidas de cansancio, caen muertas. Otras, al fin, venciendo el aire y el miedo, logran volver a la playa.

El pájaro Pis

La gente le dice el pájaro Pis, pero no es pájaro sino gusano con alas. Al atardecer hace su aparición en los patios y en los solares y su voz se oye, oculta y medrosa, entre la maleza o tras las albarradas. Parece que llama:

—Pis, pis.

Para que se calle la gente le dice:

—Te voy a acusar con Santa Rita.

Y se calla. Pero a poco, desobediente, vuelve a decir:

—Pis, pis.

La xcok

La xcok es un pájaro feo, gris, gordito y todo pechuga. Tiene aire indio y el cuello corto. No le duele vivir enjaulado. Parece que nació para prisionero. Desde su encierro canta que es un primor. Si se le abre la jaula sale, vuela por ahí y vuelve contrito de su paseo. Cuando es pequeño hay que alimentarlo con masa de maíz. Le gusta comer en la mano. Después, ya grandecito, come alpiste y trocitos de papaya. Acaba por aprender su nombre y por conocer la voz de su dueño.

El cojo

Nadie sabía cómo se llamaba; los vecinos lo conocían por el cojo. La gente decía:

—Ahí viene el cojo.

—Aquí está el cojo.

No se molestaba de que le llamaran así; bien sabía que no era más que eso: el cojo. Y así, rengueando, encogido de hombros, iba de sitio en sitio haciendo sus diligencias. La verdad no le importaba nada; nada, ni ser cojo.

Chan Cil

Chan Cil —el pequeño Cirilo— era el trovador más popular de mi pueblo. Si mal no recuerdo, Chan Cil era un hombre pequeñito y un poco cargado de hombros y llevaba terciada a la espalda una mandolina. Componía y tocaba sus canciones. La letra era vulgar, sencilla y hasta torpe pero ¡qué sabor y qué regusto de pueblo había en ella!

Barberos

Los barberos tenían sus talleres en lugares pequeños y oscuros. Estos fígaros usaban sillones de madera, pintados de blanco, donde se repantigaban los clientes. Vestían muy peripuestos, pantalón negro, zapatos amarillos y saco de dril. En horas de ocio se clavaban el peine en el pelo y se ponían a jugar dominó.

El carbonero

El carbonero llevaba el carbón en una carreta tirada por una o dos mulas. Así recorría las calles y las plazas pregonando su mercancía. De vez en vez gritaba:

—¡Carbón! ¡Carbón para la cocina!

Y las dueñas, desde las ventas, lo llamaban y le compraban uno, dos o tres sacos, los cuales se apilaban en el sótano o en la despensa.

Doña Endrina

Doña Endrina salía a la calle con la cabeza descubierta, luciendo su mata de pelo negro. Las trenzas le caían sobre la espalda hasta la cintura. La gente se hacía lenguas del pelo de doña Endrina.

—Es puro azabache —decían los hombres.

—Es pura pintura —comentaban las mujeres.

Cuando en confianza doña Endrina hablaba de su pelo decía:

—No les extrañe, en mi familia todos han tenido el pelo negro. Mi abuela que murió centenaria, no tuvo nunca una cana.

Mas por las noches doña Endrina con un cepillo se tenía que quitar el hollín que le ennegrecía el cogote.

El farolero

¡Que tristes eran los faroleros! A eso de las seis de la tarde, con una escalera apoyada en la cabeza recorrían las calles y las plazas de la ciudad. Junto a cada poste arrimaban la escalera y trepaban dos o tres peldaños; abrían el farol y encendían la mecha.

Por la mañana, antes de que saliera el sol, volvía el farolero a recorrer la ciudad para apagar los faroles. A veces, en su prisa olvidaba alguno y quedaba encendido todo el día.

Xtoles

Los xtoles eran indios que formaban la guardia nacional. Vestían chamarra blanca y sombrero de lona con cinta roja. Llevaban fusil y machete, caminaban descalzos y dormían en el cuartel, a ras de tierra. No tenían ánimo para nada. Cuando saludaban, se quitaban el sombrero reverentes.

El afilador

El afilador casi siempre era un italiano. Su carrito tenía una rueda, con la cual le daba vueltas al torno y al esmeril. Iba por las calles tocando un caramillo. ¡Qué melancólica, que triste era su música! Era como un lamento, como la voz humilde del cansancio.

Los funcionarios

En aquellos días los funcionarios del gobierno –el alcalde, el tesorero, el juez, el procurador, el alguacil –eran gente seria, adusta, patilluda y de mucho empaque–. Todos tenían cara de pocos amigos, vestían paños oscuros y bombín de fieltro y ninguno olvidaba el bastón. Hablaban con gravedad y cuando decían el nombre de don Porfirio se quitaban el sombrero y bajaban los ojos.

Las domésticas

En mi época las criadas se llamaban domésticas. Estas criadas no tenían salario ni libertad. De por vida servían en las casas ricas. Para que no anduvieran desnudas se les regalaba un poco de ropa. Comían en la cocina los desperdicios de la mesa y dormían en el corralón de la casa casi siempre en el suelo, sobre una manta. Pocas tenían hamaca. Además de la faena diaria, sufrían los malos tratos del amo y, a veces, la lascivia de los señoritos. Si se enfermaban, las más iban a parar al hospital.

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