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Siete
A

l monstruo que yace en la plancha le parece que hay algo en toda aquella historia que no marcha como debiera. Es más: se atrevería a afirmar que el doctor o su ayudante corcovado han cometido un error garrafal por el que él no está dispuesto a pagar. Su flamante cerebro de muerto redivivo cree recordar que los hechos en la versión original de su historia ocurrían de otra manera. Se supone que el ayudante del médico hacía llegar a su amo un cerebro disfuncional, el cerebro de un loco, de un idiota o de un simio. El resto de la historia es más o menos predecible: el monstruo cobra vida y, obedeciendo a su naturaleza infrahumana o de plano bestial, la emprende contra todo y asesina a una niña que arrojaba flores en un estanque. La criatura o demonio escapa luego de una multitud enardecida y acaba por matar a su creador en un viejo molino donde él mismo morirá poco después. Eso es, en pocas palabras, lo que el cerebro del monstruo recuerda, lo que supuestamente tendría que ser su destino. Ahora bien, si efectivamente él es el monstruo –y así se lo confirma su cuerpo de miembros humanos extraídos de tumbas o rescatados del cadalso–, ¿cómo es posible entonces que pueda pensar con tal frialdad? Todo indica que le han implantado un cerebro bastante más lúcido de lo esperado. En suma, el ayudante deforme del doctor ha traído por desgracia el cerebro de un sabio, el cerebro que su amo en un principio solicitó y que en realidad será el cerebro incorrecto, ello si se quiere dar coherencia a la historia de la que ahora forman parte. La escena original del laboratorio en la que el jorobado equivocaba los cerebros no ha sucedido, lo cual ahora no sólo es preocupante sino paradójico: resulta que la equivocación del guion original era su principal acierto, pues el error del jorobado permitía el desarrollo oportuno de la tragedia, una de las más conmovedoras de la cinematografía, la que permitía la inmortalidad del monstruo, así como la del doctor y hasta la de su asistente. La tragedia está por ocurrir de una forma distinta. Al monstruo le han dado un cerebro sano, lo cual no puede menos que contrariarle. Cualquier otro elemento de la historia podría haber sido alterado sin consecuencias tan graves: el tiempo, la ubicación, los motivos del doctor. La plancha metálica en la que yace el monstruo pudo ser de otro material y el proceso de su nacimiento pudo ser alquímico en vez de eléctrico. Podría haberse cambiado todo salvo este cerebro sensato, tan poco prometedor. A su pesar, el monstruo está consciente, demasiado consciente de que el doctor aguarda con ansiedad sus primeras señales de vida. Sabe cuán alegre se pondrá el creador al notar que su criatura piensa y habla como cualquier hijo de vecino, perspectiva que en el fondo no resulta para el monstruo particularmente halagüeña. Es obvio que en un principio causará admiración y hasta un poco de afecto.

Los sabios le harán un sinfín de preguntas que él contestará con mayor o menor acierto, sin esmerarse mucho. Su creador, entonces, se llevará todo el crédito del milagro, paseará a su demonio por el mundo como a un prodigio de feria, de una conferencia a otra. Juntos figurarán en las portadas de las revistas de divulgación, en los programas televisivos: el homúnculo junto al genio, el antropoide resurrecto y soso junto al gran maestro. Entonces la criatura será casi un objeto, será un personaje poco agraciado pero nunca un monstruo. En el mejor de los casos acabará por servir incondicionalmente a quien le dio vida; se convertirá en el perro del doctor, en una prótesis, en un esclavo sujeto moral y físicamente a un sistema nervioso ajeno a él. Pero yo soy mi cerebro, piensa el monstruo. Definitivamente no quiere ni espera ser una prótesis. Es verdad que no le gustaría parecer malagradecido, pero, vamos, cualquiera en su sano juicio temería un futuro como el suyo. Es más, si se pone filantrópico, cabe considerar que sería una injusticia privar al mundo de su terrible y original historia. Es por todo esto que el monstruo, apelando a nuestra comprensión y reconociendo tanto la inocencia del doctor como la culpabilidad supina del ayudante, decide que es preciso hacer algunos sacrificios para ganar la trascendencia. Cuando el doctor vuelva al laboratorio se comportará no como un hombre sino como el dueño de un cerebro bestial. Más tarde asesinará a la niña del estanque, a su amo y a sí mismo. Sólo así las cosas serán como deben ser y el monstruo será de veras inmortal en nuestras pesadillas.

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Portada del trabajo póstumo del escritor Ignacio Padilla (1968-2016)
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Ignacio Padilla, el primero de octubre de 2009, en la librería El Conejo BlancoFoto José Carlo González

Apenas hace unas semanas, el escritor Ignacio Padilla (1968-2016) preparó una recopilación de relatos escritos durante toda su carrera. Antes, había dicho a La Jornada: Cuando muera, quiero que mi biografía esté en mis relatos. A esta suerte de biografía literaria tituló Inéditos y extraviados. Así los definen sus editores: Breves como el infinito, extraviados como nuestra propia sombra, inéditos aun cuando ya han sido publicados, los cuentos de este volumen representan instantáneas de prácticamente toda la carrera narrativa de Ignacio Padilla. Los métodos ya los conocemos: la interrogación sobre la veracidad del documento histórico, la escritura de bestiarios como filosofía moral, asomarse a lo que ocurre después de lo que creíamos el final de un relato. Pero la resolución de cada historia no deja de sorprendernos. Desde las consecuencias fisiológicas del sueño de la Bella Durmiente o la pesadilla logística que implica manejar el cadáver de un ogro vencido por el héroe, hasta el lado oscuro de la crianza de palomas y la construcción de laberintos, estas 28 narraciones, herederas de la rica tradición de Borges, Buzzati y Manganelli, refrendan el prestigio de una de las plumas más sólidas de nuestro tiempo.

Nacho Padilla, como es nombrado cariñosamente, no alcanzó a ver la portada de su libro, póstumo. Su fallecimiento, el sábado pasado, ensombrece la cultura mexicana. Como una posibilidad de luz, ofrecemos a nuestros lectores uno de estos 28 textos inéditos, con autorización de Ediciones Océano.

Inéditos y extraviados saldrá a la venta en la primera quincena de septiembre.