Opinión
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Nacho Padilla
E

l enigma de lo desconocido entre la vida y la muerte se dio cita el lluvioso fin de semana pasado en la carretera (Juriquilla-Querétaro).

El propósito del enigma por vivir, morir y por venir. Más exactamente producir ese espacio invisible en que brillan los significados del destino. Juego del poder para no gritar el dolor en el vacío.

El dolor de la viuda y huérfanos del desaparecido Ignacio Padilla –Nacho el de la incontenible fantasía– que dejó sus letras vivas. Confrontó la muerte en la línea del tiempo. El punto preciso en que éste surgió. El tiempo del dolor que ya no le permitió el pensar.

Un hoyo del pensamiento que apareció en su cabalgar entre libros. Poesía que se fue en un abismo sin fin. Un hoyo que atravesaba su escritura dejó lugar al cuerpo destruido que hablaba por él. Dolor desorganizante de difícil elaboración. Lumbre de sol mañanero que le calentaba la piel agrietada en espera de lo inesperado.

Nacho se fue a otro tiempo y espacio quijotesco. Cada puerta conducía a otra puerta que le permitirá profundizar quién era y sería. Secretos de otros que esperaban detrás de otra puerta invisible o movediza, paisaje movido por el aire de un diabólico automóvil. Monstruosidad del tiempo sometido al orden de éste.

El pasado está en el presente y el presente ya estaba en el pasado. La máquina del tiempo aceleraba; la analogía, la metáfora, la correspondencia entre dos hechos distintos, lejanos entre sí. Tiempo-espacio, esencial, misteriosamente idénticos.

Foto
El escritor Ignacio Padilla (1968-2016), en una entrevista con La Jornada, en las instalaciones de Editorial Alfaguara, el 24 de julio de 2006Foto María Luisa Severiano

Más de lo mismo, personajes en perpetua mutación de percepciones poco confiables. Abolir el tiempo en el conflicto encontrar el enlace entre la impresión huidiza de ahora mismo y el recuerdo de una impresión pasada.

Experiencia de tiempo recobrado que cura el dolor de perder identidad y dejar de ser. Crisis mexicana –exacerbación de las contradicciones– denunciada a la manera de Jacques Derrida; interpretando a Michel Foucault en el terror confesado de estar loco.

La razón está más loca que la locura, más irracional que la razón, pero más cerca de la fuente viva aunque silenciosa y murmuradora. Quijotesco lenguaje de Padilla en que el lenguaje no expresaba con exactitud el sentido que protegía, encerraba Más, transmitía otro sentido significativo, el que está por debajo.

Ritmo engendrador de sospecha, que rebasaba la forma propiamente verbal. Actos que hablaban y no eran lenguaje fonético.

Lenguaje que se articulaba de manera no verbal, escritura interna, jeroglífico a descifrar (de los griegos a Sigmund Freud a los franceses actuales).