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Olimpismo: intereses comerciales y políticos

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odavía no se apagan los comentarios sobre los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Cientos de millones de personas siguieron el desarrollo de diversas disciplinas deportivas que son un espectáculo visual y artístico. Si bien el atletismo es la que atrae más del olimpismo, hay otras que también destacan, como la natación y la gimnasia. Esta última ha dado grandes figuras, especialmente en la rama femenina.

¿Cómo olvidar el uso mediático que le dieron a la checa Vera Cavslaska, la más laureada de su país, proclamada la novia de los juegos de 1968 en México, con todo y boda en la catedral? Cabe agregar que, por luchar contra la ocupación de las tropas rusas de su país, cayó en el ostracismo del que tarde fue rescatada por el Comité Olímpico Internacional.

Otra figura, la rumana Nadia Comaneci, asombró al mundo durante los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976. Tenía apenas 14 años y un estilo muy peculiar. Nadia puso en evidencia un error en los marcadores, programados solamente para tres dígitos (9.00). Era lo máximo que un atleta había alcanzado. Luego de los 20 segundos que duró la actuación perfecta de la joven, el marcador, algo desorientado, marcó 1.00. Pero era un 10, el primero en la historia de la gimnasia olímpica.

Cuando logró siete puntajes perfectos y se convirtió en símbolo mundial, comenzó su calvario, al destronar en popularidad al dictador Nicolae Ceausescu y a su esposa. Se volvió ícono para la gente de su país y el dictador comunista imprimió postales con su rostro. La nombró Héroe del Trabajo Socialista y le dio la Medalla de Oro de la Hoz y el Martillo, por la que nunca había competido. Entonces, su triunfo se volvió su condena.

Tenía 14 años y era héroe nacional. Escapó en 1989 de su país y hoy vive en una ciudad tranquila de Estados Unidos, donde dirige una academia de gimnasia olímpica junto a su marido, el también ex gimnasta Bart Conner. Pero evita hablar de los sufrimientos que a partir de los seis años soportó para que los entrenadores la convirtieron en la gran figura de la gimnasia. Siete horas al día de lunes a sábado. Tenía, confiesa, una fuerza de voluntad con la que no nació. Y aguantó la violencia sicológica y física de su entrenador Béla Károlyi; sufría por lo poco que la dejaban comer, perdió su infancia, tener amigos. Era perfecta en gimnasia. Pero triste, un robot.

Al ver en Río de Janeiro a gimnastas y nadadoras de varios países, los defensores de los derechos humanos de las niñas y adolescentes, los expertos en medicina del deporte y los medios se preguntan si no es el momento de salvaguardar una etapa básica en la vida de miles de mujeres, perdida en aras de obtener, cuando mucho, una medalla, la gloria pasajera. Y cuando el olimpismo está cada vez más dominado por los intereses comerciales y políticos.