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Dos gouaches del pintor figurarán en exposición de Best Maugard en Bellas Artes

Manuel Rodríguez Lozano sigue en el limbo; el artista aguarda ser descubierto

Cuando vivía, varios literatos destacaron los rasgos de su quehacer

Justino Fernández consideraba que su obra merecía justicia

Hace falta un estudio sistemático de su quehacer

Foto
Fotografía de Manuel Rodríguez Lozano joven, probablemente de la época en que emprendió su carrera diplomática, perteneciente a Nahui Olin, quien la resguardó toda su vidaFoto archivo Tomás Zurián
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 27 de agosto de 2016, p. 3

Pocos artistas han tenido la suerte de ser famosos en vida y contar con una crítica que los consolide históricamente.

Muchos de los grandes nombres del arte universal han debido esperar siglos para ser estudiados y reconocidos.

Sin embargo, un caso singular es el del pintor Manuel Rodríguez Lozano (1891?-1971), quien ha experimentado la insoportable condición del limbo, donde se desconoce al artista creyéndose lo contrario, limitando el goce y la apreciación de su obra.

En vida tuvo una crítica envidiable, pues grandes literatos trazaron páginas agudas destacando diversas características de su trabajo: Alfonso Reyes, André Salmon, Ricardo Güiraldes, José Juan Tablada, José Bergamín y Rodolfo Usigli, aunque por desgracia jamás se le dedicó un estudio en forma.

Ambiente artístico donostiarra

Justino Fernández quiso remediar esa omisión, pues consideraba que su obra merecía justicia, según dijo su alumna Berta Taracena (entrevistada en julio de 2011).

Fue así como nació la primera monografía de Rodríguez Lozano que pudo publicarse gracias a la gran influencia de Justino en la Universidad.

Ese trabajo fue meritorio, pues trazó una primera clasificación del quehacer del artista por estilos (con el error de no diferenciar la última fase, la de los años 50 del siglo pasado, que personalmente denominaría decadente y cuyo acercamiento crítico urge ser revisado), e incluyó un catálogo preciado gracias al cual puede conocerse hoy obra dispersa.

Sin embargo, no consideró la riqueza de la crítica anterior y tuvo el enorme defecto de insertar noticias biográficas equivocadas, que en un contexto de desconocimiento absoluto fue asumido como verdad, siendo tal el abuso que terminó por convertirlo en cliché.

Desafortunadamente, la fuente de esa noticia, Taracena la arrebató de una antología aleatoria de un periodista, Heriberto García Rivas (150 pintores mexicanos, 1965), sin citarla.

Esa es la verdadera fuente que ha creado tantos problemas en la comprensión de la obra del artista. Al respecto, García afirmaba: Manuel Rodríguez Lozano vivió ocho años en París, al final de los cuales, separado de las tendencias de Matisse, Braque y Picasso, grupo al que perteneció en su juventud, regresó a México en 1921, convertido en un pintor mexicano, pero no folclorista, sino en la esencia y en la forma nuevas.

Ese dato, aunque lucidor, con la mayor probabilidad es falso y el pintor es registrado –se lee en el archivo del catastro de San Sebastián– desde 1914, donde debió haber permanecido hasta el otoño-invierno de 1920, cuando llegó a México. Se sabe por las epístolas que Rodríguez Lozano y Nahui estaban en una situación económica muy precaria, sin olvidar la Primera Guerra Mundial (se recuerda que España fue neutral), con lo cual un viaje a París parecería del todo improbable.

En un equipo de investigación integrado por quien esto escribe y los españoles Gorka Salmerón y María José Rodríguez Molina (bautizado como Gabinete Photito), con la preciada consultoría de Tomás Zurián y del vasco José Antonio García Marcos, se llegó a la siguiente conclusión, comprobada con documentos de archivo y hemerográficos: Manuel Mondragón Jr, el hermano mayor de Nahui, fue un fotógrafo –registrado en el Anuario General de España–, que abrió el laboratorio fotográfico Photito el 27 de marzo de 1918, donde no sólo se hacían retratos como los que resguarda Tomás Zurián (incluyendo el de Rodríguez Lozano) con su sello, sino fotografías de temas diversos, algunas publicadas en la revista La Esfera, otras de tema industrial, que incluso han sido mostradas en una reciente exposición en el Photomuseum de Zarautz, curada por Salmerón (otoño de 2015).

Sin embargo, lo más importante es que en Photito se montaban exposiciones. En el archivo del Museo de San Telmo de Donostia se resguarda uno de estos catálogos (un pequeño folleto), y los periódicos hablan de que era un espacio muy bello y elegante. Ahí expuso uno de los pintores en esa época más importantes de España, el vasco Elías Salaverría.

Este dato es revelador, pues permite suponer que el artista debió haber entrado en el ambiente artístico donostiarra, absorbiendo uno de los momentos más estimulantes en la historia cultural del País Vasco, en la explosión de un fervor regionalista, no sólo en las artes plásticas, sino en todas las disciplinas: lengua, folclor, arqueología, literatura, música, historia, como también pudo haber sido influenciado por las teorías de Juan de la Encina, quien paradójicamente arribó a México como exiliado republicano, y firmaría un artículo dedicado a Paolo Uccello en el segundo número de la revista Artes Plásticas (verano 1939), editada por Rodríguez Lozano.

Por eso se entiende cómo el pintor se integró tan bien en el equipo de José Vasconcelos (a diferencia de lo que se dice), y fue tan cercano a Adolfo Best Maugard y a su método, que practicó.

Dos dibujos en gouache pueden verse hoy en la muestra de Best Maugard en Cuernavaca, que pronto se montará en el Palacio de Bellas Artes.

Sólo siendo cercano a Vasconcelos pudo ser el director del departamento de dibujo y trabajos manuales de la Secretaría de Educación Pública en enero de 1924, sustituyendo a Best Maugard y renovando su método.

Horizonte inédito y fascinante

Manuel Rodríguez Lozano no realizó murales porque se iniciaba a pintar, no tenía la competencia para hacerlo. No fue, por tanto, por el rechazo de Vasconcelos sino de él mismo, como lo afirma en un artículo de 1945 recopilado en Pensamiento y pintura: ¿Vasconcelos se enojó conmigo porque no los acepte? Siempre he creído que los murales deben pintarse en la madurez del artista, pues no se debe ensayar sobre el muro, sino sobre las telas y papeles.

Es, como se ha visto, un artista que debe descubrirse por completo, cualquiera de los puntos aparentemente más confiables de su vida, caen uno a uno como suave polvorón.

Se asoma un horizonte inédito y fascinante que en su oportunidad será compartido.