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Huízar, camino a Berlín
L

a historia (pasada y reciente) de nuestra música está llena de compositores misterio. Ahí están sus historias, ahí están sus partituras, pero lo ignoramos casi todo a su respecto y, sobre todo, su música no se interpreta casi nunca. La lista es lamentablemente larga; entre ellos, por ejemplo, Julián Carrillo, Lan Adomian, José Pomar, Antonio Gomezanda, Jacobo Kostakowsky y, ciertamente, Candelario Huízar, cuya producción sinfónica ha permanecido inexplicablemente oculta a nuestros oídos.

Hace unos días, la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía (OSEM) de la Facultad de Música de la UNAM puso un toque paliativo a esta situación al interpretar en la Sala Nezahualcóyotl la Sinfonía No. 4, Cora, de Huízar. No es coincidencia que el director involucrado haya sido Sergio Cárdenas, uno de los pocos músicos mexicanos que se han comprometido a fondo con la obra de Huízar; a él se debe la grabación (única, si no me equivoco) de las cuatro primeras sinfonías de Huízar con la Orquesta Sinfónica Nacional, en un álbum que, muy a nuestra usanza, está descatalogado y es inconseguible.

La bienvenida ocasión de esta insólita interpretación de la Cuarta sinfonía de Huízar fue la de foguear el programa con el que Cárdenas y la OSEM se presentarán en Berlín el 2 de septiembre con motivo de su participación en el festival internacional de orquestas juveniles Young Euro Classic, en cuya edición del año 2013 tocaron exitosamente el concierto inaugural; que se repita el éxito en esta nueva presentación y, sobre todo, que nos enteremos de ello.

Esta audición de la sinfonía de Huízar permitió reafirmar que se trata de un compositor que nos urge escuchar con mayor frecuencia para darle el lugar que le corresponde en el desarrollo histórico de nuestra música sinfónica de concierto; en años recientes he escuchado varias explicaciones (excusas, mejor dicho), algunas improbables, otras descabelladas, sobre la ausencia de Huízar de los programas de las orquestas sinfónicas mexicanas.

En la sinfonía Cora (sólidamente ejecutada por la OSEM y Cárdenas) hay una estructura de cimientos clásicos, retrabajada de manera muy personal en sus proporciones por el compositor oriundo de Jerez. Las referencias a la música tradicional explícitas en su título son claras y están cobijadas por una orquestación rica y sabia, de colores instrumentales ciertamente atractivos.

De las muchas riquezas escuchadas en esta ejecución de la Sinfonía Cora rescato la particular apropiación que hace Huízar de la tradicional forma ternaria A-B-A en el scherzo de la obra, y las pinceladas de un cierto impresionismo mestizo que se perciben en su movimiento lento. En esta interpretación de Huízar, la OSEM mostró buen nivel técnico y una atenta preparación de la compleja partitura, poniendo de manifiesto la bien conocida mano disciplinada y disciplinaria de Sergio Cárdenas. Falta, acaso, matizar la enjundia juvenil (bienvenida en principio) con la que tocan estos músicos universitarios para lograr un mejor balance entre las secciones de la OSEM.

Del resto de este programa venturosamente anclado en Huízar hay poco o nada que decir; se trata de un pastiche de chile, dulce y manteca que no dice mucho de las verdaderas capacidades de la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía, y menos aún de la música mexicana de hoy, considerando la ocasión para la cual fue elegido el repertorio.

Sería interesante que la OSEM programara en sus conciertos (si no lo ha hecho ya) algunas obras del compositor tlaxcalteca que le da nombre. Usted puede, lector curioso, obtener datos a su respecto en la enciclopedia musical más cercana; sí, una de esas magníficas antigüedades en papel y tinta que tanto placer pueden dar, y cuyo altísimo grado de seguridad impide la entrada de toda clase de virus, como no sea la carcoma.

Ahora bien: que la OSEM toque a Candelario Huízar, y lo toque con convicción, magnífico. Que la OSEM lleve a Huízar a Berlín, mejor todavía. No sé, sin embargo, si sea una buena idea semidisfrazar a los jóvenes músicos de semimexicanos y adornar los atriles con papel picado multicolor. Ya es agosto de 2016, y si no nos bajamos pronto del vetusto carromato de la patriotería y el folclorismo, corremos el riesgo de no ser tomados en serio.