Opinión
Ver día anteriorDomingo 28 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Tina Modotti en Azcapotzalco
Foto
Tina Modotti desnuda en la azotea de su casa, fotografiada por Edward Weston
C

uando el jefe delegacional de Azcapotzalco, Pablo Moctezuma Barragán, descendiente de Isabel Moctezuma Izcaxóchitl (flor de algodón), supo que el 17 de agosto Tina Modotti, la fotógrafa italiana, cumpliría 120 años, decidió hacerle una estatua en su delegación. Antes, en el año 2000, ya le había levantado una estatua a Rabindranath Tagore. El monumento vino de India, y en su entronización colaboró la embajada de esa nación. En el caso de Tina Modotti el escultor es Alfredo López. Todavía le faltan al jefe delegacional otras esculturas: la de Matlacoatl, fundador de Azcapotzalco, y la de Tezozomoc, en el siglo XV.

Pocos sabemos que Azcapotzalco tiene más de 2 mil años de cultura y es uno de los centros de desarrollo artístico más generosos de la cuenca de México. Pablo Moctezuma Barragán prepara dos homenajes más (en piedra y bronce) en la colonia San Álvaro, uno a Francisco Villa y otro a Emiliano Zapata.

El monumento de Tina Modotti me toca muy de cerca, como seguramente emocionó a la Asociación Italiana de Asistencia y a su directora, Regina Casalini, y al embajador de Italia, Alessandro Busaca.

Tina Modotti descubrió antes que muchos el significado de la belleza de México. En los años 20, en los 30, intelectuales de varios países llegaron a México como quien entra al paraíso, y se extasiaron ante el cielo y la inmovilidad de la luz. Unos (los españoles) habían perdido a su país, otros se habían perdido a sí mismos. Otros querían vivir su amor a solas, como Tina y Edward Weston. Tina Modotti, cámara en mano, se adelantó a Eisenstein. Retrató en Oaxaca a juchitecas delgadas como juncos antes de que las ensanchara la cerveza que sustituyó al pulque. También le dio significado a las lavanderas, a los niños de la calle, a los que acuden a las cantinas. Recuerdo que entrevisté al asistente, ya viejito, de Hugo Brehme, quien me dijo despreciativo, a propósito de Weston y Tina: ¡Uy, esos retrataban lo que está tirado en la calle! Retratar lo que está tirado en la calle le abrió una nueva puerta a la fotografía y Edward Weston y Tina Modotti retrataron no sólo a los artesanos, sino las artes populares, los equipales, los santos de iglesia, los caballitos de petate, las jícaras, los trompos de colores, los juegos infantiles.

Desde su infancia y su adolescencia en Udine, Friuli, cerca de Venecia, Tina Modotti conoció la pobreza que volvió a encontrar en México. La provincia del Veneto expulsaba a centenares de italianos hambrientos que lograban subir a los trasatlánticos y llegar a Estados Unidos, “per fare l’America”. Quizá por eso Tina se inclinó por las manos de los obreros y por las ollas de barro negro de Oaxaca que retrataría para la revista Forma, de Gabriel Fernández Ledesma, y para Mexican Folkways, de Frances Toor. Quizá también por eso quiso servir como un cántaro y posó desnuda para Diego Rivera en la capilla de Chapingo y tomó fotos de todo lo que no veían los fotógrafos de la época, las cañas de azúcar, los albañiles con su viga al hombro, los ojos de los niños que no han comido.

A Tina Modotti le tocó cruzar el océano en 1913, en un barco repleto de refugiados que llegó a Ellis Island. En San Francisco se inició de costurera. Jamás destacó como actriz en Hollywood: la convertían en gitana con un puñal en la boca o en mexicana, como presagio de su próximo viaje.

Tina jamás habría sido Tina Modotti sin México, porque es la fotografía la que le da peso y reconocimiento. Tenemos en el Archivo Fotográfico de Pachuca, donados por Vittorio Vidali, 80 negativos de Tina Modotti. No hay muchos más en el mundo, porque Tina ejerció la fotografía de 1923 a 1930, siete años en total, y todos sus temas son de México.

Sin México, Tina no sería quien es, por eso es tan importante que Pablo Moctezuma Barragán la reconozca en un monumento. Fuera de México no hizo casi nada salvo unas cuatro o cinco tomas en Berlín, que desde luego no superan su producción mexicana. Al seguir a Edward Weston, su maestro y amante, Tina fotografió las sábanas que las lavanderas tienden al sol en la azotea y se acercó a las pulquerías Mi oficina y Los recuerdos del porvenir, para retratar a los parroquianos. La canción que entonaba con frecuencia y con una sonrisa al lado de Xavier Guerrero, a quien Diego Rivera bautizó como el mono con sueño, era: Borrachita me voy hasta la capital.

La época mexicana de Tina, de 1923 a 1929, seis años luminosos, es la más libre, la más sensual, la más vigorosa y la única etapa verdaderamente creativa de su vida. Antes, Tina había intuido lo que significaba vivir en función de la belleza; la buscó en el teatro, en el cine en Hollywood, en los batiks que imprimió en Los Ángeles con Robó, pero su relación con Weston y su amor por él provocaron en ella uno de los sentimientos más fuertes y duraderos de su vida: el amor por el arte.

Tina adquirió en México un oficio que Weston le brindó y se convirtió en una profesional de la fotografía. Cuando Weston regresó a Glendale, California, porque la relación con Tina había terminado, Tina tuvo la seguridad de que podría vivir de su fotografía. Weston, además, le heredó la mayoría de sus instrumentos de trabajo y toda su clientela.

Aunque la prensa mexicana desató contra ella la peor campaña difamatoria y pretendió (y logró) destruir su reputación en menos de cinco días, después del asesinato de Mella, Tina no permitió que la abolieran. de sus desnudos circularon en los diarios y los comunistas –aterrados– no supieron cómo defenderla, salvo el pintor Diego Rivera, quien la acompañó y se autonombró su defensor de oficio al lado de Miguel Covarrubias. Los comunistas nunca supieron defender a sus mujeres (ni quererlas). Alguna vez, el juchiteco Andrés Henestrosa me explicó que las escasas compañeras del partido confundían la palabra camarada con la palabra cama.

El 5 de enero de 1942 Tina Modotti murió sola, a bordo del taxi que la llevaba a medianoche a su casa en la calle de Doctor Balmis, al lado del Hospital General. Su fallecimiento lastimó a todos. En medio de las acusaciones y de los insultos de la prensa, los comunistas y los refugiados españoles le rindieron un homenaje. Pablo Neruda publicó un poema. Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes: tal vez tu corazón oye crecer la rosa...

Ahora, cuando se acabaron las utopías, la obra y la vida de una fotógrafa recuperan los heroísmos del México posrevolucionario, los de la Guerra Civil de España y la figura de mujeres cuya conducta es irrepetible, porque las guerras se libran a mansalva y las pagan los inocentes. La voluptuosidad ha sido computarizada y los oráculos anuncian el futuro en una pantallita. Los designios humanos tienen más que ver con la cibernética, pero siguen dependiendo de los impulsos secretos de cada quien. La humanidad entera cuelga de un megabite, esa es la única conclusión definitiva. A pesar de la derrota final de Tina Modotti, su propuesta amorosa sigue siendo válida en un México lleno de contradicciones pero, ante todo, de zonas por descubrir, un país de manantiales y desmemorias, vetas de sangre y vientres parecidos al que Tina ofrendó al Rey Sol en la azotea de su casa-barco, en la avenida Veracruz, México. Pablo Neruda tuvo razón al llamarla hermana y en asegurar que Tina oía crecer la rosa. Bajo tierra mexicana, los huesos perfectos de Tina florecen y nos dan la certeza de su impulso y su soberbio rechazo al mal del mundo.