Opinión
Ver día anteriorLunes 29 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Doce apóstoles
H

ace unos meses la presentación del catálogo de la exposición El capitán Guillermo Dupaix y su álbum arqueológico de 1794, realizado por Leonardo López Luján, despertó en mí una confluencia de pensamientos. Su lectura construye del modo más amplio y profundo una comunidad universal. Y es que después de 13 años de intenso trabajo, en la exposición se pudo revivir la infinitud del tiempo. Ese instante fugaz en el que convivimos con todos nuestros pasados, nuestros presentes, nuestros porvenires, nuestras memorias y nuestras esperanzas.

Me quedó claro que el ramillete de observaciones e invenciones con que se construyó el retrato de las raíces culturales en nuestro país tienen nombre y fecha de nacimiento. A mi juicio, tres podrían ser los momentos y una docena los personajes alrededor de los cuales se siembran las semillas de la génesis de la creación de la grandeza del mundo prehispánico en el siglo XIX.

El primero de los momentos comienza en un punto entre 1794 y 1805, con el inicio de la expedición de Dupaix para explorar Monte Albán, Mitla, Palenque y Tajín, y culmina en 1839 con la creación de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Son eventos decisivos en este periodo la creación del Museo Nacional en 1825 y la aparición de la primera revista especializada en nuestras antigüedades en 1827. Los personajes que tejen las historias en estos años y que van a marcar las formas de coger las agujas y el estilo del punto son Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y los dos Isidros, Icaza y Gondra.

El segundo momento está marcado por la llegada y la estadía de Maximiliano en tierras mexicanas: va de 1863 a 1868. Dos son los puntos focales en estos años en que el emperador les salió radicalmente liberal a los conservadores que lo trajeron: la fundación de la Comisión Científica y Literaria de México en 1864 y la reapertura del Museo Nacional, con el nombre de Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia, en 1865, a partir de lo cual el museo se abrió al público en general los martes y los jueves, de la una a las cinco de la tarde. El cierre de este momento nos lo da la publicación en París de los Archives de la Comission Scientifique du Mexique. Los protagonistas mexicanos en la construcción de nuestra historia antigua en estos años son Manuel Orozco y Berra, Francisco Pimentel, Alfredo Chavero y Fernando Ramírez.

El tercer momento comienza con la inauguración del alumbrado de gas del Museo Nacional que permite poder continuar los estudios por la noche, hecho que en realidad es parte de la reorganización que se da en 1877 en el museo y culmina con el porfiriato. Momentos destacados son la inauguración de la estatua a Cuauhtémoc en 1887, la organización de los trabajos para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América y las monumentales empresas de investigación que emprenden dos de los más grandes creadores de la historia de nuestro origen: Joaquín García Icazbalceta y Francisco del Paso y Troncoso.

Parece claro que con fervor e imaginación el pensamiento mexicano del XIX tenía que sostener que, como pueblo, se había nacido dentro de una tradición cultural milenaria que nos dio forma en el desarrollo de valores y de ideas que hacía a los mexicanos particulares y distintos. De allí que los hombres del XIX se volcaran a la búsqueda de los orígenes, a los vínculos con el pasado y al retorno a las raíces. De allí que al crear y desarrollar el sentimiento nacional, los forjadores de la nación se bañaran en las aguas del esplendor prehispánico.

Cuando leo a Mario Vargas Llosa diciendo que el poder de persuasión de un creador está en relación directa con su poder de convicción, su capacidad de convencer depende de su capacidad de creer, pienso en la obra de estos 12 apóstoles de la creación de nuestro sentimiento de nacionalidad. El trabajo de Bustamante, Alamán, Zavala, Mora, Icaza, Gondra, Orozco y Berra, Pimentel, Chavero, Ramírez, García Icazbalceta y Del Paso y Troncoso vive para recordarnos que las estratigrafías de nuestro ser como nación convergen en el espacio y, como en un relámpago, nos hacen vivir en todas las dimensiones relativas de la existencia, para recordarnos quiénes somos y quiénes queremos ser.