Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Exposición de Carla Rippey
L

a muestra de la actual directora de La Esmeralda de entrada me desconcertó, precisamente debido a lo que quizá sea su mayor característica y novedad en cuanto a curaduría y museografía, de Carlos Palacios, curador del propio Museo Carrillo Gil. Me refiero a la línea de tiempo que propone desde los trabajos iniciales de la artista, nacida en Kansas, en 1950, hasta la actualidad. Ella aborrece que se hable de nostalgia en torno a su obra, pero resulta que en parte eso es lo que provoca, la idea de que esos tiempos no ilustrados, sino recreados de diferentes maneras, irremediablemente están en el pasado, como ocurrió también con la moda de recrear los cómics japoneses o las reminiscencias (que no sé si sean ciertas, yo así las percibo) con dejos que remiten a los prerrafaelitas o a la vuelta del siglo anterior. El espectador es recibido por un mural de fotografías que el curador Carlos Palacios y la artista armaron a manera de que la mampara vista de frente ofrece las tomas una junto a otra, todas o la mayor parte referidas a una época en la que el zapatismo era aún vigente. Son fotos de archivo, no sé si Carla las haya reunido entre lo que pudo retener de su propio progenitor o de su cuñado Juan Pascoe, o si se fue haciendo de ellas posteriormente. Recopilando los archivos de sus padres y enriqueciendo el suyo, mediante donaciones o cambalaches. La fotografía y su intervención han sido muy significativos procedimientos para Carla, como también el dibujo y sobre todo la impresión, que conoce prácticamente desde niña y luego a través de uno de los grandes impresores mexicanos manuales de los que tenemos amplias noticias: su cuñado Juan Pascoe, hermano de Ricardo, politólogo y político, el padre de sus hijos. Con Ricardo estuvo en Chile antes de que la pareja fuera obligada a huir después del golpe de Estado de Pinochet. Se trasladaron a México y luego se separaron en 1978. La estancia de Carla en Xalapa, Veracruz, transcurrió junto a sus hijos Andrés y Luciano, y hasta donde sé en compañía de Adolfo Patiño en tanto ambos formaron parte de Peyote y la compañía, como bien recordamos muchos ahora a más de 10 años de distancia. Adolfo fundó Peyote junto con su hermano Armando Cristeto; por el mismo periodo tuvo vigencia la revista La Regla Rota, fundada por Rogelio Villarreal, y poco después la galería La Agencia. Adolfo murió trágicamente en un accidente de caída vertical en 2005, fecha en la que ya se había separado de Carla. En el velorio, muy compungidos, que nos acometió de sorpresa, recuerdo que Jorge Alberto Manrique y yo lamentamos a profundidad este hecho (Adolfo decía que éramos sus padrinos) junto con la propia Carla.

Andrés Pascoe Rippey es ahora un competente y ya afamado diseñador gráfico que, hasta donde sé, vive en Chile. No fue en ese país, durante su estancia en la Universidad Católica, donde Carla aprendió grabado, que ella conoció a Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes.

Se conocieron antes, en una universidad estadunidense, donde ambos fueron condiscípulos. Carla queda personificada como Catalina O’Hara en Los detectives salvajes, en un papel muy pequeño, cosa de un párrafo, situación que ella misma ha aclarado. Lo que no es muy cierto es que el supuesto grupo denominado Los Infrarrealistas haya realizado algo que quede fuera del mito Bolaño y Santiago Papasquiaro, según una autoridad como Jorge Volpi. Más que ninguna otra persona, lo que recuerdo es que el reconocimiento, digamos que mundial, de este autor latinoamericano nacido en Chile y con estancias en México, recreadas por cierto no sólo en esta, sino en otras narraciones, se debe a las publicaciones del editor Jorge Herralde.

Los méritos gráficos y artísticos en general de Carla Rippey van más allá de sus contingencias existenciales, pero sin duda la permearon de forma importante, entre otras, haber vivido en varias ciudades y asistido a cursos en otras tantas universidades estadunidenses y europeas le fue trazando un índice iconográfico en el que la memoria es la guía, y eso sucede, en parte, debido a que Carla no sólo es artista gráfica, sino escritora, proclive a dar cabida a la palabra y a formular cuestiones literarias a las que confiere corpus figurativo la mayor parte de las veces, pero no todas, a través de imágenes.

Por más que la muestra contiene obras de su propio archivo que dan cuenta de las multiformes maneras en las que ha abordado sus composiciones y en todas el dibujo es preponderante, como el ensamblado y el tránsfer, el conjunto incluye también obras de colección, principiando por las que se exhiben en el contexto de la colección permanente del Carrillo Gil, que abarcan otro espacio distinto al de la exposición. Carla pone atención a la condición que implica haber nacido y formado como niña en un lugar y luego realizado su vida profesional en otro, pero a mi juicio no se siente trasterrada, sino interesada en ahondar en el entrecruce de culturas.