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Nosotros ya no somos los mismos

Nico y los discos de Juanga

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A Nicolás Alvarado le dio por insistir en sus sinrazones contra Juan GabrielFoto Notimex
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espués de la última edición de Proceso en la que expusieron sus opiniones sobre el affaire Alvarado, Marta Lamas, Sabina Berman, Pável Granados, Oswaldo Zavala, y del texto sin paralelepípedo del poeta Yuri Rojas, las cuartillas de Musacchio (que durante meses nos alertó sobre el comportamiento temperamental, caprichoso, efervescente del novel funcionario unamita); las colaboraciones en La Jornada de Alejandro Brito y Javier Aranda Luna; las entrevistas de Carlos Puig, Ciro Gómez, López Dóriga, la amplia y muy cálida declaración de Luisito de Llano y los miles de mensajes en Twitter y Facebook además, por supuesto, de los de ingeniosísimos memes, debo confesar que me sentí convencido que la mitad de la columneta anunciada para cerrar el tema ya no tenía sentido. Sin embargo, había dos o tres puntos que no consideraba suficientemente aclarados y, además, al ex funcionario le dio por insistir, ya post mortem, en sus sinrazones. Iniciemos por el final de la pasada entrega: después de una catarata de epítetos denostativos (es decir, de palabrotas que nada tienen que ver con las muy conocidas dichosas palabras) contra la obra juangabrielina, sibilinamente chivatea y dice: en mi casa hay dos discos de Juanga, ¡pero! no son míos y no los oigo nunca (a menos que esté totalmente solo). Más adelante califica su texto como irónico y socarrón. The Free Dictionary apunta que la ironía es decir lo contrario de lo que en verdad se quiere decir. Broma pesada para expresar lo opuesto a lo que se piensa. Por su parte, doña María Moliner opina que socarrón se aplica a la persona hábil para burlarse de otro disimuladamente y, en la segunda entrada agrega: cazurro, taimado. Pero sobre estas manifiestas diferencias familiares, concretémonos simplemente a tomar debida nota para evidenciar que no pasamos por alto el carácter y la proclividad del renunciante a las descalificaciones y los agravios, rasgos muy pronunciados y que parecen acentuarse desde que traspasó los 40. Ya nada más como un detallito ofrezco (a requerimiento, por supuesto) el teléfono del abogado Javier Molina que ha hecho de la causal sevicia y malos tratos una verdadera trinchera del debido respeto entre cónyuges (y sin diferencia de género). Dicen allá por Saltillo que un bisabuelo de este Molina fue el fiscal en el sonado caso acontecido a principios del siglo pasado por aquellas tierras. A un brioso joven de buen nombre Hipólito se le pasó la mano con los malos tratos que le propició a una señorita de apellido Alvírez, y aunque ese día esta bellísima mozuela andaba de suerte pues, ya lo saben, de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte, el abuelo Molina que actuó como fiscal, refundió en la cárcel al sensible Hipólito, que apreciaba en mucho su nombre y buena fama, y todavía le dio a Rosita una oportunidad de recapacitar sobre su naquísimo y discriminador comportamiento, pero Rosita que se sentía de muncha clase y de las primera familias saltillenses, bajando por la Sierra de Arteaga, rechazó a Hipólito, quien todavía la reconvino y llamó a cordura: Rosita no me desaigres, la gente lo va a notar / pa’mañana en la mañana todos me van a twitear.

Claro que no faltaron almas caritativas, como don Ricardo Raphael que pese a su singular talento, no fue muy exitoso en su intento de sesgar los pecados alvaradinos y achacárselos a unas centelleantes pero inánimes e indefensas chaquiras. Dice don Ricardo que: [Alvarado] no criticó a Juan Gabriel de naco o joto, sino a sus lentejuelas. ¡Pero por supuesto! Qué ocurrencia de pasarle a Juanga los extravíos de esas frívolas cuentecillas. Cómo pudimos no entender que los adjetivos que supusimos dedicados a un sujeto, eran bola de humo para ocultar al peligroso culpable: maldecidas chaquiras, lentejuelas, diamantinas, canutillos y mostacillas. Todos ustedes pervertidos avalorios, que parpadean, refulgen y centellean para turbar, arrobar la vista de los humanos e inducirlos, obnubilados, a las acciones contra natura.

Ya imagino a Juanga recorriendo Polanco: sale de Frattina disgustado y repite su demanda en TF Fashion: reina, por el amor de Dios ¿no tendrás en existencia algunos paquetes de chaquiras? ¡Pero que sean bien jotas! ¿Y lentejuelas bisexuales? –¡Ay, don Juanga, que pena, sólo tenemos canutillos lesbiánicos, pero aquí en Prestige Boutique puede encontrar suficiente diamantina transexual, aunque no se la recomiendo porque está en etapa de prueba”. No. En verdad, la amistosa explicación de don Ricardo resultaba menos creíble que la anécdota de Juan Diego. Luego los generosos lectores, surtidores de opiniones, datos y saberes múltiples, me informaron que en la legendaria Mesopotamia, en la India y en el Egipto de los faraones, estas chucherías (espejitos, pulseras, collares y demás colguijes eran muy apreciados por las upper clases y entre los cortesanos de Bizancio, ni qué decir: los collares con vistosos abalorios era eran signos de nobleza y poderío. Bueno, hasta en estas tierras, a las que desde endenantes las trataron como países periféricos (provincias), en las diversas culturas de las múltiples etnias, encontramos esta proclividad a lucir todo lo que provoque luces, colores alegría. Los aztecas usaban un tápalo llamado tilmatl, cargado de pedrería y, miren nomás, los totonacas, que entonces no abreviaban su nombre, solían usar además de piercings y otros aditamentos muy lucidores como el quexquemetl. Fueron constructores de grandes centros urbanos y autores de una arquitectura monumental. Fueron además, según se dice, los constructores de Tajín y, por supuesto, creadores de Los voladores de Papantla, patrimonios culturales de la humanidad. Fray Bernardino de Sahagún apunta que las mujeres totonacas eran muy elegantes (no jotas ni lesbies) usaban collares de conchas y jades. Los hombres usaban capas multicolores y ¡Dios de bondad! Taparrabos y besotes. Fray Andrés de Olmos hizo las primeras descripciones de las lenguas náhuatl y huasteca y encontró que la lengua totonaca también era llamada tutunacu. Por poquito y se llama tutonico. Y si seguimos con similitudes y aproximaciones agregaré: la cultura totonaca era clavadamente matriarcal y, como dicen en el pueblo: mala la comparación y poca la diferencia.

En la actualidad los totonacas usan huaraches de suela de llanta de automóvil, pero las clases existen: los que no sean de clase (aunque inevitablemente lo son: la de la jodencia), emplean llantas Bridgestone. Los de mero arriba sólo usan Michelin, que resultan un éxito cuando quieres participar profesionalmente en este deporte extremo conocido como social climber.

Breves pero sustanciosos detallitos: ¡Oh decepción!: Ninguna cantidad de riqueza o fama de un individuo podría hacer que éste se integrara a una clase superior. Se debe pertenecer a una familia que por generaciones proceda de esa de esa clase y que comprenda y comparta los valores, tradiciones y normas culturales. ¡Lo siento Margarito! Tu fe de bautismo y tu ADN no justifican tus exabruptos, ni te garantizan el open the door al estrato anhelado desde tu inscripción en la Uia.

Nico: por favor ordena tus pensamientos: Dices “Yo estaba muy contento con mi trabajo en Tv. UNAM […] pero no encontré en la universidad el ambiente propicio para trabajar, así que seguramente no hubiera aguantado mucho más”. Pregunto: ¿Entonces con quién y por qué estabas tan contento? Qué absurdo desperdiciar tu tiempo en la UNAM cuando tu ambiente está en Harvard, Yale, La Sorbona o la Panamericana? ¿Las uvas, zorro Nico, estaban verdes? Se te adelantó el metiche de Esopo.

Nico: Te voy a decir por qué renuncié y no me corrieron. No me quedaba otra manera de verme al espejo en las mañanas (cliché tan usado que ni las navajas Guillet lo usan), y seguir siendo escritor. (Perdón: ¿Seguir siendo?) Debe tratarse de un espejo mágico muy superior al de la madrastra de Blanca Nieves. (Hermanos Grimm, cuidado: hay un escritor en busca de imágenes reflejantes). Este espejito ya no es solamente termómetro de belleza, sino pitoniso de los Premio Nobel).

Y lo verdaderamente importante: Por supuesto que la UNAM no violentó el derecho a la libertad de pensamiento (que por pensar como quiera a nadie le pasa nada, pero si sale al último momento con que E pur si muove, eso ya calienta.

Nico, con eso de que él se considera sobre informado, debería conocer los principios fundamentales, fundacionales de la institución a la que pretendió infiltrar. La etapa terapéutica de negación en la que encuentra, no le ha permitido entender lo sucedido, por eso, neciamente, insiste en su derecho a expresar, como funcionario de nuestra casa, sus personalísimos conflictos. No los manifestó como maestro o académico, cuyo derecho a errar y aún a agredir estaría cubierto por una de nuestras más sagradas convicciones: la libertad de cátedra. Pretender epater le bourgeois, con esta pataleta, no tiene por qué tolerarse.

La mejor explicación que he logrado elaborar es la siguiente: Si yo conozco a la perfección los principios que rigen al Ku Klux Klan y cabildeo tenazmente para que me admitan en tan privado club, el día que lo consigo, no puedo irme a dormir con Halley Berry.

Twitter: ortiztejeda