Opinión
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Ciudad perdida

Sin unión, las izquierdas quedarán sin rumbo

Constitución, una tregua en la guerra por el poder

N

unca con un mejor propósito, nunca con mayor urgencia. Las izquierdas en la Ciudad de México tendrán que caer en la cuenta de que sin su unión, los acuerdos que pudieran hacerse con otras fuerzas políticas para lograr que la constitución citadina se apruebe al finalizar el primer mes del próximo año podrían desviar definitivamente el rumbo de los gobiernos por los que la gente ha votado desde 1997 y pierdan la administración política de la capital del país.

Las alianzas, principalmente con la derecha de Acción Nacional, desvirtuarán el rumbo que ha logrado mantener a esta ciudad fuera del círculo de la violencia que vive el país, y con índices de desarrollo aceptables si se comparan con el tamaño de la crisis que azota a México por los muy graves errores de este periodo de desgracia que va de PRI a PAN y de PAN a PRI, pero que no logra frenar el deterioro de nuestra nación.

Por ningún motivo, por ninguna razón, las izquierdas podrían aprobar un texto que fueran en contra de la ciudadanía. Más allá de sus enconos, hoy está sobre la mesa un paquete de leyes que esbozan un entendimiento entre los habitantes de la ciudad, más libre, más comprometido y mejor en muchos términos.

No se trata de aprobar por aprobar. Seguramente habrá propuestas que no encajen en lo que cada uno de los partidos de izquierda supone mejor para esta ciudad, pero estamos seguros de que las diferencias no serán insalvables; a fin de cuentas el interés, para este trabajo (la Constitución Política de la Ciudad de México), no es otra elección, ni deberá suponer soportes de poder.

El fin, ahora, es trazar un rumbo claro, de mayor transparencia a quienes dan vida a esta metrópoli. La gente de la capital ha creído en la labor de la izquierda, ha votado por ella y con ello ha mostrado su vocación política; tratar los asunto de la constituyente como a la elección de alguno de los distritos de la colonia Obrera, por citar algún ejemplo, sería un desastre político para todos.

La trascendencia del trabajo constituyente debe entenderse, tal vez, como una tregua en la guerra por el poder, que obligue ahora al pensamiento conjunto con un solo horizonte: la Ciudad de México, y todo lo que ella representa. El peso de las fuerzas de la izquierda unida podrá atraer a quienes pretendan subsistir en el imaginario político de la gente, porque quien se oponga a un texto que persiga mejorar las condiciones de vida de los capitalinos, se sabrá, seguramente, olvidado por la gente.

Seguramente de un lado y otro habrá quienes se opongan a la unidad, pero elaborar la constitución es una oportunidad única que, por eso, no habrá de repetirse. Sólo se debe recordar que esta vez no se pelea por el poder, que la causa, que esta lucha, es por la Ciudad de México, y no se puede entregar una porquería.

De pasadita

Algo detectó el jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera en su gabinete que tuvo que traer, desde la Central de Abasto, donde le iba muy bien, a Julio César Serna para convertirlo en algo así como el supervisor de los secretarios, pero no se quedará allí: la necesidad del nuevo cargo habla de que en el interior de la administración se vive un desgobierno, cuyo desorden tiene nombre y apellido. Tal vez por ahí debería empezar su trabajo Julio César, que hizo bien al guardar sin festejo público su nombramiento.

Y si algo habrá que hacer, y rápido, es poner orden en la Contraloría del gobierno, donde Eduardo Rovelo Pico se convirtió en el enemigo más claro de Mancera y no porque quiera arreglar las cosas, sino porque las ensucia.